Sé, me consta que muchos opositores honestos, inteligentes y educados quieren creer que sus dirigentes son también así. Y quieren creer que el sistema capitalista hegemónico es el mejor o -para decirlo de forma más acorde con su inteligencia y formación- el menos peor de los modelos económicos.

 

Pero los datos duros, las evidencias empíricas y hasta los episodios anecdóticos se empeñan tercamente en negarles todo. Todo.

 

Repasemos: sus líderes no son como ellos quisieran. Por el contrario, casi todos son deshonestos y muchos son imbéciles e ignorantes. Y el  capitalismo, en su estadio actual, es el peor de los peores sistemas que han existido en la historia reciente de la humanidad.

 

Por lo general, las evidencias de que todas estas creencias son endebles ilusiones van llegando poco a poco, dosificadas. Pero hay semanas, como las que están transcurriendo, en las que les caen encima, de sopetón, todas al mismo tiempo. De allí lo profundas que son las crisis existenciales que estas personas están sufriendo.

 

Vamos por partes. Comencemos por la honestidad. Los opositores honestos han querido creer en Juan Guaidó y su combo. He presenciado los esfuerzos de algunos de ellos por autoconvencerse y por convencer a sus entornos. Pero dada la sucesión de datos objetivos, observables, contantes y sonantes que refutan esa tesis, está claro que para seguir sosteniendo tal convicción a estas alturas solo hay dos opciones: o estás metido en alguna de las movidas, de las marramucias; o has decidido dejar a un lado la postura política y asumir el asunto como un dogma de fe. Y la primera opción está negada porque, como lo he dicho de entrada, estamos hablando de gente con el atributo de la honestidad.

 

Prácticamente desde sus primeras acciones, Guaidó ha dejado un rastro de corrupción y rapiña de los fondos públicos, en una modalidad inédita al menos en nuestra florida historia de la vagabundería, pues se han llevado a cabo sin necesidad de estar en el gobierno verdadero, valiéndose de la complicidad de pillos mayores, como la corporatocracia estadounidense y europea y las oligarquías latinoamericanas.

 

Citgo, Monómeros, Bonos 2020, fondos depositados en la banca internacional, refinerías en el Caribe, metalúrgicas en Centroamérica… Todo lo robable ha sido robado. Pero muchos opositores honestos han preferido negarse a ver lo que está a la vista.

 

En los últimos días, en el contexto de la pandemia, la cuarentena y el rebrote de la guerra económica, se ha puesto a prueba esa determinación ciega a creer que Guaidó representa la posibilidad de rescatar al país de las garras de la corrupción.

 

Como solía decirse en otra época, «entre gallos y medianoche», el autoproclamado tomó una de sus peculiares medidas de gobierno: hacer que la facción de diputados de la Asamblea Nacional que él dirige (la que sesiona itinerante, incluso en el salón de fiestas de su edificio) aprobara autoasignarse un salario de 5 mil dólares y un retroactivo de 25 mil dólares para cada diputado.

 

Ese dinero, por cierto, es fruto del más reciente acto de pillaje sobre el patrimonio nacional, pues Guaidó autorizó previamente que unos fondos del Banco Central de Venezuela, que permanecían congelados en un banco privado de EEUU,se transfirieran a la Reserva Federal de ese país. Lo mismo que un asalto, solo que sin meterle un misil a un camión blindado, como hacen en las películas.

 

Hable usted con su opositor honesto favoritoacerca de esta cadena de vergüenzas (el robo al BCV, el uso del dinero para beneficio propio, el descaro de asignarse esas cantidades obscenas como «salario» en tiempos tan difíciles para todos) y seguramente lo verá tragar grueso, porque no es fácil desechar la ilusión de la rectitud de la persona en la que se ha depositado toda la confianza.

 

Derroche de inteligencia y educación

 

Sigamos con la inteligencia y la ilustración. Los opositores siempre han reivindicado estos dones como exclusivos de sus líderes, en contraposición de los bolivarianos, a los que siempre descalifican como estúpidos e ignaros. Pero, ¿cuál es el panorama interno y externo en este campo?

 

Veamos: en lo interno podemos volver sobre el caso de Guaidó, un líder creado en laboratorio de marketing político que, luego de 15 meses de recorrido, sigue evidenciando grandes limitaciones para terciar con seriedad en el debate político con quienes se supone que son sus adversarios en el país, o para alternar con los que se pretendensean sus pares en el extranjero. Ni siquiera ha demostrado capacidad para responder a periodistas aliados que lo interpelan con guantes de seda. Al menos hasta ahora no ha demostrado tener la superioridad intelectual y académica que tanto se arrogan los opositores comunes.

 

Pero, dejemos a Guaidó y veamos a los personajes icónicos de la derecha en el plano global. ¿Qué tenemos en el escenario continental? No es nada para sentirse muy orgulloso, en verdad. La cuestión va desde un Piñera que anuncia subsidios para mujeres después de los 13 meses de embarazo; un Bolsonaro que lidera a manifestantes “terraplanistas” (que aseguran que la Tierra es plana y el centro del universo) y un Trump que recomienda a la gente tomar o inyectarse desinfectante para curarse del Covid-19.

 

Enfrentarse a la imbecilidad de estos prototipos del líder que nosotros deberíamos tener es un choque duro, sobre todo para quienes siempre descalificaron al comandante Hugo Chávez porque se retiró como teniente-coronel y han seguido haciéndolo con el presidente Nicolás Maduro porque fue chofer de metrobús.

 

Solo por hacer un poco de observación antropológica, entré a las redes sociales de un opositor inteligente e ilustrado que había lacerado a Maduro cuando recomendó el guarapo del doctor Sirio Quintero como preventivo de las enfermedades respiratorias. Quería saber qué había dicho acerca de Trump y su receta de desinfectante. No dijo nada.

 

Con el capitalismo salvaje se vive mejor

 

El otro punto donde los opositores honestos, inteligentes y educados reciben leña pareja en estos días es el que se refiere a la superioridad del capitalismo neoliberal como modelo económico.

 

La pandemia ha dejado en ruinas esta idea, sobre todo porque se demostró en los países más “avanzados” que el sistema de salud privatizado es una especie de maquinaria para ejecutar genocidios. Las aseguradoras se desentendieron de todo desde que el fenómeno fue calificado de pandemia; la medicina privada colapsó y solo tuvieron acceso a ella los grandes millonarios; la industria farmacéutica únicamente figurará cuando tenga la vacuna, y será para acrecentar aún más las fabulosas fortunas de sus accionistas.

 

La mejor prueba de que la privatización de la salud ha sido nefasta es que los Estados (los denigrados Estados) han tenido que intervenir para salvar vidas, pero con muchas restricciones, pues en los últimos años se han recortado a sí mismos los presupuestos y negado toda clase de recursos.

 

Más allá del punto específico del sector sanitario, el capitalismo neoliberal ha mostrado su impronta inhumana en este terrible momento. Sin ningún rubor, diversos voceros plantean que debe volverse lo más pronto posible a la normalidad para salvar las ganancias de las empresas, sin importar cuántos muertos adicionales generen esas reaperturas.

 

En Texas, el vicegobernador Dan Patrick, expresó que hay cosas más importantes que vivir. Se entiende que una de esas cosas son las inversiones, las corporaciones, el dinero. También se entiende que él no está dispuesto a morir por ellas, pero sí le parece normal que se mueran otras personas, sobre todo los trabajadores.

 

Para cualquiera que sostenga que el capitalismo neoliberal es el nirvana para la humanidad actual, estos datos van en un sentido totalmente opuesto. Está claro que para la felicidad de unos pocos, los dueños del capital, todos los demás tenemos que morirnos o enfermarnos. Eso, para cualquier individuo racional, no luce como un lugar feliz.

 

En Venezuela, ese tipo de capitalismo tampoco ha salido bien parado del debate pandémico. En primer lugar porque las grandes empresas, propiedad de magnates que incluso aparecen en las listas de los sujetos más ricos del mundo, no se dignaron a ofrecer ni siquiera esas ayudas simbólicas que suelen emplear para hacerse publicidad como organizaciones altruistas. No conforme con esa actitud tacaña, el más prominente epígono de esa clase empresarial, Lorenzo Mendoza, apareció en un video tratando de vender cerveza en plena cuarentena y chantajeando a las autoridades con dejar de distribuir los alimentos que produce su empresa si no le permitían vender también la bebida alcohólica. Tremendo líder Maltín Polar.

 

Por si alguien quería defenderlo, más adelante Mendoza volvió a sonar negativamente porque altos ejecutivos de su empresa contagiaron de Covid-19 a sus guardaespaldas, generando un foco cuyo alcance aún está por verse.

 

Al final de la semana, Polar (emblema del capitalismo criollo) aparece envuelta una vez más en la guerra económica que ha recrudecido en el país mientras la colectividad intenta seguir luchando contra el coronavirus. Los defensores de la libre empresa han salido a defender “al pobre Lorenzo. ¡Qué difícil se le ponen las cosas para estos opositores, al menos a los honestos, inteligentes e ilustrados!

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)