Durante la clase destinada a exponer el pensamiento del filósofo francés Jean Paul Sartre desarrollada durante los viernes filosóficos de Desde Donde Sea, Miguel Ángel Pérez Pirela explicó por qué, para Sartre, el ser humano es responsable de todas sus acciones. 
 
Inició la discusión aludiendo a la negativa del filósofo francés a dar por válida la noción de inconsciente, concepto desarrollado por el psicoanalista y pensador austríaco Sigmund Freud, que ilustra el lugar donde reside la verdad del sujeto. 
 
A través de la idea de «mala fe», entendida en términos de un determinismo inventado para eludir la libertad, Sartre rebate la noción freudiana de acceso a la verdad del inconsciente por medio de la palabra, que hace las veces de llave. 
 
«Sartre decía: no, no, no, nosotros no tenemos que buscar nada. Nosotros, cuando nos miramos al espejo, sabemos muy bien el excremento que somos. Lo que pasa es que nos hacemos los locos y preferimos decir: ‘no, no me doy cuenta'», expuso el experto. 
 
De acuerdo con su lectura de Sartre, la crítica a la mala fe que este hace radica en que nosotros, al ser seres-para-sí, estamos dotados de una conciencia. Así, tras el cuestionamiento estaría la invitación a tomar conciencia de lo que somos y de nuestra libertad, y avanzar a partir de eso. 
 
Otro de los planteamientos importantes de Jean Paul Sartre es que nuestras nociones acerca del bien y del mal –los imperativos morales–, están mediadas por la mirada de los otros. En su novela La náusea, ejemplifica esto a través de una escena en los Jardines de Luxemburgo –céntrico parque parisino ubicado muy cerca de La Sorbona, donde impartía sus clases–, donde el personaje se pregunta si al cometer una mala acción lejos de los ojos ajenos, esta realmente es una mala acción. 
 
Resumidamente: para Sartre, «la mirada que los otros ponen a nuestra acción, carga de una implicación moral –es decir, de bien o de mal– a la acción misma», refirió Pérez Pirela.
 
Los fundamentos de su filosofía existencialista los expuso en El ser y la nada, aunque habría de ser en su discurso de 1946 –devenido luego en un pequeño libro que es un clásico en la materia– El existencialismo es un humanismo, que habría de trazar los límites de su propuesta, distinguiendo entre dos tipos de existencialismo, el cristiano y el ateo, siendo representante de este último. 
 
Como premisa fundamental, el existencialismo ateo asume que nuestra existencia debe partir del hecho de que Dios ha muerto y la consecuencia de esta aseveración, no es otra que estamos condenados a ser libres. «Y si estamos condenados a ser libres, esta condena nos provoca la angustia», puntualizó el filósofo venezolano. 
 
Esta angustia de la libertad, explicó, es consecuencia de la ausencia de una figura de Dios, que nos otorga seguridad al indicarnos qué hemos de hacer, muy especialmente cuando debemos hacer frente a momentos difíciles. 
 
Sin embargo, para Jean Paul Sartre, el hecho de que asumamos que existe un Dios y que este nos dirá qué hemos de hacer, nos dotaría de una esencia que precedería a nuestra existencia. En palabras más sencillas, eso implicaría que llegaríamos al mundo con nociones claras acerca de cuáles son los imperativos morales. 
 
La pregunta de Sartre, que Pérez Pirela califica de «interesante», independientemente de que se esté o no de acuerdo con su contenido, puede resumirse como sigue: «¿No será Dios un cobijo para escapar de la angustia que me provoca el ser libre?».
 
«Si Dios existe porque nos da la seguridad y nos dice qué debo hacer, en cambio, si Dios no existe y no tengo esa seguridad, me descubro condenado a ser libre y esa libertad, me angustia», dijo para concluir la explicación de este punto.
 

(LaIguana.TV)