La derrota infligida por el pueblo boliviano va mucho más allá de la esfera de la derecha supremacista y racista del altiplano. Es una derrota en toda la línea y de ribetes históricos para el imperialismo estadounidense y para los factores y personajes de los que este se ha valido en su estrategia de recolonización de América Latina.

Aplastante e irrebatible, la victoria de la llave de Luis Arce-David Choquehuanca y del Movimiento Al Socialismo -que es la victoria del gran líder Evo Morales- ha sido también una demostración fehaciente de la maniobra orquestada  hace un año por el poder político y económico de EEUU y por sus  aliados y satélites en contra del más exitoso de los gobiernos populares latinoamericanos.

La cachetada electoral del pueblo boliviano a los golpistas deja abolladas las «nuevas» estrategias de «cambio de régimen» de EEUU, en las que los derrocamientos se maquillan con supuestas protestas de la sociedad civil e infundadas denuncias contra los procesos electorales, legitimadas por organismos internacionales cómplices y por el aparato comunicacional global.

No pudo haber mejor prueba de la criminal conspiración perpetrada contra Morales en noviembre del año pasado que esta avalancha de votos, mediante la cual el mandatario derrocado ha vuelto hecho millones, como en el mítico vaticinio de Tupac Katari. 

Almagro y la OEA, desenmascarados

Aparte de la élite estadounidense (que es la autora intelectual de todo golpe de Estado en Nuestra América), los principales derrotados externos de la elección boliviana son Luis Almagro y la Organización de Estados Americanos.

Este es el momento preciso para recalcar que el vil derrocamiento de Morales no hubiese sido posible sin el concurso de Almagro y de los expertos en asuntos electorales que se prestaron para montar una matriz de opinión acerca de un supuesto fraude en las elecciones ganadas en primera vuelta por el MAS y su líder máximo. 

Con premeditación, alevosía y ventaja, Almagro dirigió el complot para sembrar la duda, ya no de que Morales hubiese ganado -como, en efecto, ganó- en la primera vuelta, sino de que hubiese logrado más votos que sus adversarios. Era un planteamiento insostenible técnicamente, pero cumplió el objetivo de darles los sectores antidemocráticos la excusa para generar una serie de focos de protestas, extremadamente violentas, potenciadas por los medios de comunicación hegemónicos, que a su vez, dieron la justificación a los jefes policiales y militares ya comprados por el plan golpista para alzarse contra un gobierno legítimo y recién relegitimado.

El rol de Almagro como sicario de la política imperial ya había sido demostrado muchas veces con sus actuaciones en el caso de Venezuela, pero quedó consagrado mediante el tenebroso  desempeñó que tuvo en Bolivia, no solo instrumentando esta farsa, sino también luego, cohonestando los crímenes y abusos cometidos por la dictadura que se instauró impunemente en Bolivia.

La erupción electoral de este domingo, si el sistema internacional tuviese algo de justicia y moral, debería significar el fin de la vergonzosa carrera del uruguayo como secretario de la OEA y, adicionalmente, debería inducir a una revisión muy a fondo de las gestiones realizadas por las misiones de observación de este organismo en los países latinoamericanos y caribeños.

Guaidó o el destino de los autoproclamados

Otro de los grandes derrotados por el resultado boliviano es el diputado Juan Guaidó, pues la paliza recibida por la dictadora Jeanine Áñez y su equipo de funcionarios usurpadores es un descalabro para la figura de los «presidentes autoproclamados», otro de los inventos de EEUU en sus estrategias de cambio de régimen.

Áñez, de hecho, imitó a Guaidó en noviembre de 2019 porque se nombró a sí misma presidenta sin tener siquiera quórum en el Congreso ni un mínimo de consenso entre los grupos coludidos en el golpe de Estado. 

Tal como Guaidó, Áñez fue reconocida como presidenta de manera inmediata y sin discusiones por EEUU, la OEA, la Unión Europea y otros factores internacionales. Pero, igual que Guaidó, nunca ha tenido respaldo masivo del pueblo y rápidamente perdió el que tuvo incluso en el  estrecho círculo de la derecha. 

Lo ocurrido con la dictadura de Bolivia ha sido un «demo» de lo que ocurrirá con cualquier «gobierno de transición» que logré establecerse en contra de la voluntad mayoritaria de los países sometidos a estas operaciones golpistas. Áñez tuvo que gobernar a punta de represión y persecución política, lo hizo con el apoyo y la complicidad de EEUU y la alcahuetería de la «comunidad internacional» y de los medios globales,  pero ni aun así pudo consolidar el movimiento anti-Evo. Las divisiones internas, las ambiciones de los líderes y las disputas por apoderarse de las riquezas públicas abonaron a la derrota de las fuerzas reaccionarias. Se hizo evidente la falta de una verdadera base popular para el experimento golpista, más allá de clases medias fanatizadas y llenas de odio.

En Venezuela, con Guaidó ha ocurrido lo mismo, solo que sin necesidad de que el autoproclamado ejerza la dictadura.

Otro descalabro para el Grupo de Lima

Entre los aplastados por el desplome de la dictadura boliviana está el impresentable Grupo de Lima, que dice luchar por la democracia en Venezuela, pero había aplaudido al gobierno de facto boliviano.

Integrado exclusivamente por gobiernos de derecha obsecuentes ante EEUU, el Grupo de Lima reproduce el hipócrita relato de EEUU y la UE según el cual las elecciones organizadas bajo gobiernos progresistas no son libres, justas ni creíbles y por ello, sus resultados son ilegítimos. En Bolivia se ha comprobado, con creces, que la elección de Evo Morales en 2019 fue libre, justa y legítima. El discurso sobre la transparencia electoral, que se ha usado contra las elecciones venezolanas desde 2017, se queda  de nuevo sin sustento.

La maquinaria mediática fundida

Otro actor fracasado en Bolivia es la maquinaria mediática global, que respaldó el golpe de 2019, apoyándose en los informes de Almagro, y luego intentó lavarle la cara a la dictadora Áñez y sus compinches.

El portentoso aparato comunicacional tuvo, como es habitual en estos casos, actitudes cómplices incluso con crímenes graves como lo fueron las masacres de Sacaba y Senkata.

Igualmente, los medios de comunicación y los artilugios montados en redes sociales se prestaron a maniobras desesperadas para tratar de destruir la imagen de Morales, con la esperanza de evitar así la contraofensiva pacífica y electoral que el líder capitaneó desde el exterior.

Los medios globales, tan pendientes de presuntas violaciones a los derechos electorales de los dirigentes de partidos de derecha en Venezuela, ocultaron o respaldaron abiertamente las acciones desarrolladas por el gobierno de facto para evitar la postulación de Morales como candidato al Senado. También legitimaron la persecución de otros líderes del MAS.

La derrota de la maquinaria mediática global ha sido evidente durante las últimas horas. Entre el silencio informativo y las caras largas, los medios han dejado más que claro a quién le apostaban. Quedaron en bancarrota y ahora solo tratan de mitigar los daños con loas al espíritu democrático de Áñez y otros malabares analíticos.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)