En un hermosísimo poema en prosa  -casi tan hermoso como un gol de “el Pelusa”-, Eduardo Galeano contó cómo fue que cuando doña Tota parió, el 30 de octubre de 1960, en Buenos Aires, tenía en la mano un prendedor en forma de estrella que se había encontrado en el hospital. Gran delantero de las letras suramericanas, Galeano desveló -ya al borde del área de la poesía pura- que la estrellita brillaba de un lado y del otro no. “Esto ocurre con las estrellas, cada vez que caen a la tierra, y en la tierra se revuelcan: de un lado son de plata, y fulguran conjurando las noches del mundo; y del otro lado son de lata nomás”. Entonces, Galeano disparó a puerta una frase preciosa y con efecto: “Esa estrella de plata y de lata, apretada en un puño, acompañó a doña Tota en el parto. El recién nacido fue llamado Diego Armando Maradona”.

En el tiempo en que Galeano escribió esta alegoría, el extraordinario futbolista argentino se encontraba en un foso, afectado por la adicción a las drogas y por una obesidad que lo convirtió en caricatura de sí mismo.

La caída tenía ribetes dramáticos porque aquel hombre en verdad había conjurado las noches del mundo, en especial en México 86, cuando en un solo partido, marcó dos de los tantos más célebres de la historia del fútbol: uno que fue llamado “el gol del siglo” (arrancó desde su propia cancha y recorrió en solitario el camino hasta las redes, driblándose a seis ingleses); y el otro gol, un balón que supuestamente empujó con el puño, aunque él le atribuyó el mérito a la providencia: “Yo no lo toqué, fue la mano de Dios”, dijo en el camerino. La victoria contra Inglaterra tuvo sabor a desquite, pues Gran Bretaña, gobernada por la arrogante Margaret Thatcher, había aplastado a Argentina en la corta pero cruenta guerra de Las Malvinas, en 1982.

Catalogado desde niño como un fenómeno, Maradona brilló también en el fútbol profesional, comenzando en su patria con Argentinos Juniors y el mítico Boca Juniors; siguiendo con el Barcelona, en la liga española; y el Nápoles, en la italiana, un equipo que vivió sus mejores tiempos gracias a la genialidad de “el Pelusa”.

De plata y de lata, la estrella de Maradona brillaba y se eclipsaba a ritmo tan endemoniado como el de sus requiebres en la cancha. Un día marcaba un gol de asombro, y al siguiente lo suspendían por una pelea arrabalera sobre el engramado. Un día llevaba a su equipo al título y al siguiente lo pillaban en una prueba antidoping o lo detenían con droga encima.

Coincidiendo con el natural declive físico y luego de una pasantía por el Sevilla español y de varios intentos por volver al balompié argentino, Maradona llegó al nuevo siglo obeso y adicto. Un bypass gástrico y una larga rehabilitación en Cuba le permitieron retomar un peso razonable y volver al mundo del fútbol, ahora como entrenador, incluyendo el rol de director técnico de la selección argentina entre 2008 y 2010.

En esta etapa reciente de su trepidante vida, Maradona ha sido notable figura en uno de los pocos ámbitos que despiertan más pasiones que el fútbol: la política. Al vincularse a campeones de la izquierda, como los comandantes Fidel Castro y Hugo Chávez, ha hecho enfurecer a la derecha mundial, que se empeña en mostrar, cada vez que puede, el lado opaco del hijo de doña Tota. Pero solo ha conseguido el efecto opuesto: la cara plateada de su estrella fulgura de nuevo con destellos incandescentes, conjurando las noches de los pueblos pobres y esperanzados del mundo.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV / Perfil publicado originalmente en la revista Épale en junio de 2018)