Durante su exilio en México, el líder revolucionario León Trotski se reunió con el poeta surrealista André Breton. Ambos se oponían al nazismo y al estalinismo y coincidían en rechazar cualquier tipo de control sobre la creación artística ejercida por regímenes políticos totalitarios. Esto les llevó a redactar, en conjunto, un interesante manifiesto que reivindicaba la independencia y la libertad total en el arte.

Breton arribó al país latinoamericano un 18 de abril de 1938, había elegido viajar a México porque allí se encontraba exiliado, desde hacía poco más de un año, el político e intelectual ruso León Trotski.

El poeta venía de ser excluido, en julio de 1937, del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. El pretexto había sido su enfrentamiento personal con Ilyá Ehrenburg. El escritor y diplomático soviético, que figuraba entonces como corresponsal en París, quien acababa de insultar a los surrealistas al acusarlos de «pederastas, onanistas, fetichistas, exhibicionistas y sodomitas». Breton, lo avistó casualmente en el Boulevard Montparnasse, corrió hacia él y lo cacheteó.

Es comprensible que, en ese contexto adverso de ostracismo y aislamiento, Breton buscara el encuentro con Trotski, y que el exiliado ruso, perseguido y vilipendiado, acogiera con satisfacción la visita del surrealista francés.

Cuando Breton llegó al puerto de Veracruz acompañado de su mujer, la artista plástica Jacqueline Lamba, se presentó a recibirlo el gran muralista mexicano Diego Rivera, con quien Breton mantenía correspondencia.

Rivera había roto con el Partido Comunista en 1929 y desde mediados de la década de 1930 integraba la Liga Comunista Internacionalista, el pequeño grupo trotskista mexicano. Enseguida le ofreció hospedaje a la pareja en su casa-taller del barrio de San Ángel, al tiempo que le hacía llegar una invitación a la Casa Azul de Frida Kahlo en el poblado de Coyoacán, donde Trotski estaba alojado con su mujer Natalia Sedova.

Breton dejó un retrato conmovido de su arribo a la Casa Azul y una descripción de su primer diálogo con Trotski: «Naville me escribió sobre usted», le dijo el ruso. «Oh, no debió dar una opinión muy brillante…», respondió el francés, quien se había enfrentado a menudo con Naville en las contiendas surrealistas. «Sí», respondió Trotski, «él escribió que eres un hombre valiente» Hablaron del trabajo de la comisión investigadora sobre los Procesos de Moscú en París, de la actitud de Gide, de la de Malraux. Se intercambiaron noticias, pero no se abordaron temas importantes.

El segundo encuentro tuvo lugar el 20 de mayo. El secretario de Trotski tuvo el cuidado de tomar una serie de notas que seguían el curso de los diálogos: Trotski propuso la idea de crear una federación internacional de artistas y escritores revolucionarios que pudiera hacer frente a la Unión Internacional de Escritores Revolucionarios controlada por los estalinistas, que tenía filiales como la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios, con sede en París, y la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, con sede en México. Breton, hombre de manifiestos, dobló la apuesta y le propuso, como punto de partida, firmar un texto conjunto.

Se habló de las relaciones entre el arte y la política. Breton estaba ansioso por someter al juicio de Trotski su convicción más profunda, aquella que tantos enfrentamientos le había traído con los comunistas franceses: que en materia de creación, el artista no debe obrar conforme a consignas políticas, sino en función de determinaciones que solo a él corresponden. Que el arte no es un medio sino un fin en sí mismo. Trotski, por su parte, coherente con su formación materialista, quería despejar las que entreveía como derivas «irracionalistas» de una estética que celebraba la escritura automática, el sueño, la locura y el azar contra la causalidad positivista. De modo que fueron necesarios varios encuentros para superar las aprensiones que cada uno se había forjado respecto del otro.

Los encuentros se sucedieron a lo largo de los tres meses siguientes, ya no en el despacho de Trotski sino en paseos colectivos al campo mexicano, en los que a menudo participaron Diego Rivera y Frida Kahlo. Las fotografías tomadas por los secretarios de Trotski, así como por Breton y Lamba, aportan una imagen elocuente de esas veladas en las que las tres parejas discurrían sobre las relaciones entre el arte y la política e inclusive se permitían especular sobre el futuro del arte en el comunismo

De vuelta a Coyoacán, después de una de esas excursiones, Breton le entregó a Trotski algunas páginas escritas a mano, con su letra apretada. Trotski dictó unas páginas en ruso, que su secretario tradujo al francés y se las mostró a Breton. Después de nuevas conversaciones, Trotski tomó el conjunto de los textos, los recortó, agregó palabras aquí y allá, y pegó todo en un rollo bastante largo. El texto final se pasó a máquina en francés, traduciendo el ruso de Trotski y respetando la prosa de Breton. El escritor y el revolucionario firmaron el Manifiesto un 25 de julio de 1938, y el muralista aceptó respaldar el escrito con su nombre.

Ese texto sirvió de base a la edición francesa, que siguiendo el modelo de los carteles surrealistas, se imprimió en París en un pliego de 42 por 27 centímetros, doblado al medio. Se hicieron cuatro tirajes simultáneos en tinta negra sobre papeles de colores pastel: naranja, rosa, verde y celeste. En la primera página se lee: Pour un art révolutionnaire indépendant [Por un arte revolucionario independiente]. Desde París y México los ejemplares del Manifiesto en francés y en español viajaron a diversas capitales del mundo, allí donde pudieran interpelar a los pocos valientes que, a punto de estallar la segunda guerra mundial, se atrevieran a desafiar, simultáneamente, al fascismo y al estalinismo.

(Iván Lira)