En esta nueva edición de Viernes de Filosofía en Desde Donde Sea, Miguel Ángel Pérez Pirela examinó el pensamiento de la teórica alemana Hannah Arendt (1906-1975), quien desarrolló una importante reflexión en torno a la naturaleza del mal en la humanidad, a partir del Holocausto nazi contra los judíos, además, de su análisis sobre la condición humana, así como de la jerarquización tradicional entre la filosofía y la política, ¿cuán vigente están sus ideas en este siglo XXI y cómo se ven reflejadas en los acontecimientos mundiales actuales?

 La banalización del mal

En Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal (1963), Arendt plantea, a partir de unas entrevistas a Adolf Eichmann, un nazi responsable de la logística ferroviaria de traslado de los judíos a los campos de concentración, ¿cómo es posible que, en un país como Alemania, culto, educado, tuvieran lugar las atrocidades que se desencadenaron durante la Segunda Guerra Mundial? ¿Cómo una persona llega a participar en la ejecución de un genocidio? ¿Es realmente una persona malvada?

La primera reacción de culequera es decir que sí, sin embargo, Arendt concluye que cualquier persona podría llegar a cometer los mismos delitos en una situación determinada. “¿Esto quiere decir entonces que somos en potencia, genocidas, asesinos?”, se pregunta Pérez Pirela, y responde con un planteamiento de la autora que dice: “Simplemente lo que debe hacer una persona para llegar a estos extremos es dejar de pensar”.

Para Pérez Pirela es muy importante ver estos análisis a luz del contexto latinoamericano (como en el caso de la violencia de Estado en Colombia) y mundial (la feroz guerra civil y extermino sistemático contra palestinos), pues Arendt atribuye estos comportamientos genocidas, además, a una banalización del mal: “En este contexto, hoy más que nunca tenemos que preguntarnos sobre el concepto mismo del mal y de la banalidad del mal, porque el mal, incluso el peor de todos, termina siendo banalizado y terminamos acostumbrándonos a este”. Y cita una frase de Eichmann, cuando justificó sus acciones: “Yo no hice nada malo, yo solo seguí órdenes”.

Por consiguiente, “dejar de pensar” y “banalizar, normalizar”, el mal, sin tomar en cuenta las consecuencias de nuestras acciones, lleva a respuestas como las de este nazi, que participó del asesinato de más de 6 millones de judíos, gitanos y homosexuales.

La educación es uno de los factores determinantes que hace a los individuos proclives o no a la banalización del mal. En el caso de la educación nazi, Pérez Pirela señaló que la misma tenía como objetivo crear la obediencia ciega, lo que llevó a que muchos soldados del ejército nazi realizaran las acciones más crueles. “Llega un momento en que la maquinaria del mal, la sistematización, la maquila, pasan por encima de la jerarquía que el mal está haciendo: es más importante cumplir con una meta, un número, que preguntarse por qué estamos realizando determinada acción”, señaló.

Cualquiera, en las mismas circunstancias que los nazis, pudiera reaccionar en forma similar, lo que hace necesario pensar este asunto en términos teóricos. La banalidad del mal nos dice que no hace falta ser un monstruo para cometer los crímenes más terribles: solo hay que dejarse llevar, pero ¿por qué o por quién?

Arendt realiza un interesante ejercicio y propone: “Si se le quita la responsabilidad de sus actos a las personas, estas serían capaces de todo, incluso de lo peor, hasta de un genocidio”. Se abre así un compás de reflexión, de investigación, que lleva a la autora a tocar aspectos como el cliché, la costumbre, la tradición, la moda, la obediencia, que pueden aportar a la banalidad del mal.

Un ejemplo de ello es lo que ocurrió en Venezuela, en 1989, con el Caracazo, suceso del que hasta ahora se desconoce el número exacto de víctimas, o en Latinoamérica, como aquellos que aún justifican las dictaduras militares del siglo XX (recordemos la apología de estas por parte del expresidente Mauricio Macri en Argentina y de Jair Bolsonaro en Brasil).

Otro ejemplo es cuando en España se celebra el “Día de la Hispanidad”, un caso donde la historia ha banalizado el genocidio contra los pueblos originarios de América. Y países como Colombia, donde se viven cotidianamente masacres contra civiles; Palestina, que sufre cotidianamente humillaciones y asesinatos, un pueblo encarcelado por Israel. Pareciera que la humanidad se ha acostumbrado a todo ese panorama.

Siendo así, Pérez Pirela advierte que en una sociedad que justifica e industrializa la banalidad podríamos decir que también se industrializa la banalidad del mal, al reproducirse a través de los medios y de las esferas de poder mundial estos escenarios de forma impune, pues no se consigue castigo contra estos crímenes sistemáticos y prolongados.

¿La filosofía está por encima de la política o es lo contrario?

En la segunda parte de Viernes Filosófico en Desde Donde Sea, Pérez Pirela repasó La condición humana (1953), obra donde Arendt señala que la condición humana parte de una herida: la mortalidad. Para ella, los seres humanos serían los únicos seres mortales del universo, el animal es inmortal en tanto que su especie se preserva por medio de la reproducción, pues no son seres individuales, cada ser revive con un nuevo miembro de su especie. El ser humano, por el contrario, trasciende la vida biológica, la vida de cada ser humano es única, y esta vida se extingue con la muerte.

“Esto es la mortalidad: moverse a lo largo de una línea rectilínea, en un universo donde todo, si es que se mueve en absoluto, se mueve en un orden cíclico. Los hombres tenemos entonces la condición humana, y esta herida es la mortalidad. Esto trae como consecuencia que los seres humanos luchemos por la trascendencia”, citó Pérez Pirela.

Lo anterior se relaciona con el análisis entre filosofía y política, Arendt se negaba a ser tildada como filósofa, prefería ser reconocida como una teórica, pues afirmaba que la tradición filosófica caía en la costumbre de considerar la contemplación como un modo de ser superior. Hay una tradición filosófica que siente más elevada o sobre la política. En esa división que las confronta por ser la filosofía contemplación (hombre como ser pensante) y la política como vida activa (hombre como ser actuante).

Por lo que la política empuja al ser humano a crear cosas que permanezcan, y es a través de esta que el hombre trata de alcanzar la inmortalidad, de trascender. La política realiza acciones para ser recordadas, para dejar un legado perdurable.

“La acción política es entonces un hecho plural que busca la vida eterna, no la vida eterna celestial, sino la vida eterna del recuerdo. La política es una especie de work in progress, de construcción de la inmortalidad, de manera que la política nos hace seres divinos”, citó Pérez Pirela.

Por tanto, “el filósofo a quien critica Hannah Arentn tiene una visión de la filosofía que se confronta con la política (vida activa), y esta es una visión que se origina en Platón. La contemplación filosófica es inefable, mientras que la política es la vida de la palabra. Arendt está contra esta tradición filosófica que está por encima de la vida activa”.

Esta concepción de la filosofía por encima de la filosofía tomará un giro ya en el siglo XIX con Marx, quien entonces superpone el pensamiento político sobre el filosófico, no obstante, para la pensadora austriaca “Tanto la filosofía como la política son experiencias fundadas en la plenitud: una fundada en la plenitud de contemplar lo eterno y otra en la plenitud que propicia lo perdurable”.

Así, Hannah Arendt quiere mirar la política sin el prejuicio filosófico que da la tradición una cierta banalización teórica. Para llevar entender la política debe dejar de ser filósofa y, por ende, dejar de un lado el prejuicio. Lo valioso de sus reflexiones es que rompe con las costumbres y tradiciones desde los propios sistemas de pensamiento, y propone que ambas, la filosofía y la política, están a la par, ninguna se superpone a la otra.

En definitiva, Arendt cuestiona y formula una reflexión muy importante sobre en primer lugar la banalización del mal y también, teórica y epistemológicamente sobre la jerarquización de la filosofía y la política. El pensamiento de Hanna Arendt hoy en día está más vigente que nunca y debe estudiarse con detenimiento, desde su obra, pues en la actualidad sus ideas han tratado de ser manipuladas para presentarla como sionista, en tiempos donde lamentablemente “Auschwitz está convertido en un shopping center”, concluyó Pérez Pirela.

(LaIguana.TV)