«Se morían poco a poco. Primero los niños y luego las mujeres». Uno de los siete supervivientes de un bote inflable que partió del Sahara con 54 personas y navegó 13 días a la deriva antes de acabar en una playa de Mauritania relata la última tragedia de la ruta migratoria a las islas Canarias, en España, la más peligrosa de África.

Desde un centro de detención de migrantes en Mauritania, Moussa (el nombre ficticio que da para no revelar su identidad) rememoró este martes al teléfono su «infierno» de casi dos semanas a bordo de una barca semirrígida, esas a las que se tragan las olas en cuanto el mar se encrespa.

Su caso ha sido una excepción, relata a Efe Helena Maleno, portavoz de la ONG Caminando Fronteras, la interlocutora de Moussa y que ha visto desaparecer decenas de botes neumáticos a poco de partir.

Helena es además testigo de cómo este tipo de embarcaciones están aumentando en la ruta canaria, lo que agrava más aún su peligrosidad. «1.000 kilómetros. Es la primera vez que vemos que una zodiac aguanta tanto», dice.

Pero al aguante del bote de Moussa no acompañó el de sus tripulantes, que fueron muriendo de sed y hambre a medida que pasaban los días, a pesar de la ayuda de algunos pescadores marroquíes con los que se iban cruzando. Les daban, recuerda este guineano, dos o tres botellas de agua para 54 personas. No era suficiente.

Dos hermanos sobreviven juntos

Desde un puesto policial de Nuadibú, en Mauritania, un agotado Moussa usa para hablar con Helena un móvil prestado por un vecino de la zona, que se acerca a darles comida cada día. Allí está con otros tres compañeros de viaje: dos malienses hermanos y un senegalés. Los otros tres supervivientes se recuperan en el hospital.

Su pesadilla empezó un 3 de agosto, cuando esas 54 personas, mayormente de Guinea Conakry, Senegal, Costa de Marfil y Mali, se subieron cerca de El Alaiún (Sahara Occidental) a una barca frágil, construida para albergar muchas menos y con la intención de recorrer unos 125 kilómetros hasta la isla de Fuerteventura (Canarias).

Al día y medio de partir, se quedaron sin combustible. No estaban lejos de la costa y se iban cruzando con pescadores, pero ninguno, cree Helena, llamó a las autoridades para avisar de la barca a la deriva.

El bote continuó entonces su ruta hacia el sur llevado por el mar y la falta de agua y comida empezó a hacer estragos. Sus tripulantes iban muriendo «poco a poco», explica Moussa. Primero los niños (había tres) y luego las mujeres. De las diez que viajaban en el bote solo sobrevivió una, ahora en un hospital de Nuadibú.

«La gente se quedaba como dormida y moría, otros se tiraban al mar», revive Moussa, y recuerda cómo finalmente, 13 días después, el capricho de las corrientes llevó a la barca a una playa mauritana. Al llegar a la costa, murieron otras tres personas.

Al oeste, 4.500 kilómetros de agua

La barca de Moussa podría haber tenido un desenlace aún peor. El mar podría haberlos llevado hacia adentro, donde les esperaban al oeste 4.500 kilómetros de océano Atlántico. De hecho, este año ya van dos botes que llegan medio destrozados a Trinidad y Tobago con cadáveres a bordo. A la mayoría se los traga el mar.

Ahora, Moussa tiene miedo de que lo deporten y lo dejen en medio del desierto en la frontera con Mali, como suelen hacer las autoridades mauritanas cuando tienen constancia de migrantes de esa nacionalidad.

«Prométeme que no me van a llevar al desierto», implora al teléfono prestado a Helena, quien reclama a Mauritania un trato más benevolente para estos náufragos. «Pedimos a las autoridades mauritanas que no los sometan a un procedimiento de expulsión, sobre todo a estas víctimas de tragedias. Están destrozadas».

De la historia de Moussa, Helena saca otra reflexión. Cree que ninguno de esos pescadores que asistieron a los emigrantes avisó a las autoridades marroquíes. Tienen, dice, miedo a hacerlo. «Les pido que informen. Se pueden evitar tragedias. No tienen que tener miedo, lo importante es salvar vidas».

Helena no para de recibir llamadas de familiares de las mujeres que iban en la balsa. Esperaban saber de ellas el 4 de agosto tras una travesía prevista de 24 horas a Canarias, pero las noticias nunca llegaron.

Lo peor está por llegar

Si 2020 fue un año histórico en cuanto a repunte de llegada de emigrantes a Canarias, 2021 está doblando sus cifras. Hasta el 1 de agosto, ya se contaban 7.531 personas, frente a las 3.185 del año anterior.

Y lo peor está por venir. A partir de finales de septiembre, cuando el Atlántico se calma un poco y los vientos Alíseos acompañan, las pateras se multiplican.

A Helena le preocupan especialmente dos cosas: la emigración de marroquíes, que el año pasado aumentó de manera exponencial, y los botes como el de Moussa.

«Hemos visto un aumento de las balsas neumáticas en el Atlántico, que antes no se daban», avisa. Lo ha podido comprobar en su piel Moussa y con lo vivido ya no quiere volver a intentarlo. «Yo solo quiero volver a Guinea. Quiero ver a mi mujer y a mis hijos».

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