La historia del autoproclamado Juan Guaidó puede compararse con la del protagonista de La piel de zapa, la novela de Honorato de Balzac en la que un infortunado sujeto se topa con un talimán que le concede todos sus deseos, pero con cada uno de los caprichos realizados el mágico cuero se empequeñece.

Cuando comienza la novela, el autoproclamado recibe su piel de zapa, capaz de complacer cualquier deseo por extravagante que parezca, incluso el de ser presidente sin haber sacado ni un voto para ello y siendo un solemne desconocido. “Miles de países” (como dijo la pava Lilian) lo apoyan y las revistas de celebridades le toman fotos en poses elegantes.

Pero, tal como en la historia del gran Honorato, con cada deseo cumplido, la piel se encoge un poquito y las energías del favorecido van mermando. Es el precio que se paga por una vida de reputaciones, cargos y títulos prestados (o, mejor dicho robados).

Así, cuando la piel de zapa era una enorme cobija, lo recibieron con honores de jefe de Estado en la Casa Blanca y el Capitolio de Estados Unidos. ¡Eeeesoooo! Unos meses después, cuando ya solo le quedaba un recorte tamaño servilleta, si lo han visto no se acuerdan (como le pasó a la viejita Pelosi).

Cuando tenía los superpoderes del mágico cuero, era el líder de toda la oposición. Primero lo abandonaron los así llamados “alacranes”; luego lo desconocieron los moderados-taimados; y ahora hasta tres de los compinches de la Banda de los Cuatro lo echaron al basurero.

Al principio, la maquinaria mediática se refería a él como Presidente, con mayúscula. Luego se achicó el pellejo y optaron por llamarlo “líder opositor”; otra encogida del amuleto y pasó a ser “el diputado”; y ahora, convertido en bagazo, solo les falta decir que es “un tal Juan”.

Los poderes paralelos han sufrido el mismo proceso. Inicialmente, aquella Asamblea Nacional era plenipotenciaria (según “la comunidad internacional”); luego se le acabó el período y, en el empeño de prolongarlo, sesionaban en plazas y salones de fiesta.

Pasado un tiempo, la convocatoria también se puso chiquitica. Solo aparecían en las “sesiones” los famosos cuatro gatos y sus respectivos pelagatos. Entonces se inventaron lo de la Comisión Delegada. Pero un rato más tarde, ya ni esa comisión lograba reunir el quórum.

Ahora, con la piel de zapa recontrapequeña, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo y uno de los toletes de Acción Democrática dijeron que ya basta del jueguito de la AN de 2015, y basta del gobierno interino y basta del autoproclamado.

Como la Banda de los Cuatro no hace nada que no le hayan ordenado por los gringos, los analistas avezados de la rancia derecha dicen que el último encogimiento de la piel de zapa del autoproclamado es, en realidad, el definitivo. Washington habló: game over.

Igual que en La piel de zapa de Balzac, el lector termina identificándose con la tragedia del protagonista, Raphael de Valentin, que se había acostumbrado a que todos sus deseos cristalizaran en un tris, y termina agotado y fracasado.

Bueno, no es el mismo caso del autoproclamado porque ya no será presidente ni líder ni diputado; ya no lo reconocerán ni siquiera los secuaces de su pandilla, pero no sería justo usar con él la expresión “¡pobrecito!” porque ahora, gracias a su piel de zapa, es cualquier cosa menos pobre.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)