El daño que la dirigencia opositora (partidista y mediática) le hizo a la institución del sufragio tiene todas las características de ser -tomando prestada la palabra insignia de la doctora Tibisay Lucena– una tendencia irreversible. 
 
Este fenómeno no es ninguna novedad, se ha comprobado en numerosos sondeos de opinión, grupos de enfoque y tertulias familiares. Ciertamente, había razones para pensar que el odio al voto estaba en declive, que la gente opositora podía estar reconciliándose con la vía electoral. Pero esta semana dio señales de que sigue siendo una postura colectiva muy firme, a juzgar por las reacciones y comentarios de opositores de toda laya ante el fallecimiento de la exrectora del Consejo Nacional Electoral. 
 
Haciendo un esfuerzo gigantesco para no tener en cuenta las ruindades que muchos de esos comentaristas expresaron (dejemos eso en manos de psiquiatras y exorcistas) se puede sacar en claro que al menos la parte más bocona de la contrarrevolución está convencida de que sus partidos y coaliciones han ganado todas las elecciones celebradas en el país y que se las han robado sistemáticamente. 
 
Al tener esa convicción, reforzada a lo largo de los años por una lluvia permanente de matrices mediáticas, es prácticamente imposible que esas personas puedan cambiarse el chip y acoger de manera entusiasta la ruta electoral, y mucho menos en los términos temporales urgentes que están planteados. 
 
Los denuestos, las maldiciones, las bajezas dichas contra la expresidenta del Poder Electoral parten de una base absolutamente falsa, pero que ese sector de la sociedad considera una verdad absoluta: ellos –insignes demócratas- ganaban todas las elecciones y Tibisay se las quitaba. 
 
Esa creencia es una de las demostraciones más «de manual» sobre la forma como opera la posverdad: ni la más contundente de las evidencias logra modificar lo que se tiene consagrado como dogma. 
 
Respecto a las elecciones venezolanas, ni las decenas de auditorías ni los reconteos con testigos en cada centro electoral ni el cotejo de comprobantes contra la totalización de las máquinas han servido para que cambie de opinión la gente convencida de que hay trampa.  
 
Triunfos clave que no sirvieron

La creencia implantada en los opositores silvestres es tan robusta que tampoco les han hecho cambiar de opinión sus propios triunfos. La ajustada victoria de 2007 (rechazo de la reforma constitucional) y el amplio éxito de 2015 (elecciones parlamentarias) podrían haber significado una reconciliación con el sistema electoral. Pero no sirvieron para eso. 

En el primer caso, y siguiendo la lógica según la cual el CNE es un ladrón impenitente, ¿qué se supone que impidió al grupo de rectores encabezado por Lucena torcer ese resultado del referendo, si ese era, de acuerdo a la matriz de opinión, su modus operandi y, además, si la diferencia de votos entre la opción SI y NO era milimétrica? 

Y aquí es necesario dejar constancia de un aspecto fundamental: si alguna elección le habría convenido ganar a la Revolución Bolivariana es precisamente la de la reforma constitucional porque la nueva Carta Magna que de ella debió emerger contenía los cambios sustantivos que habrían definido el rumbo hacia el socialismo. Perderla significó un revés estructural, ideológico, estratégico que aún no se ha podido superar y probablemente nunca se supere. 

¿Qué clase de ladrones de elecciones dejaría de robarse precisamente los comicios más importantes para seguir robándose otros con menos peso en la consolidación del sistema político? ¿No sería eso, para decirlo con una metáfora shakiriana, el equivalente a robarse el Twingo y no el Ferrari? 

Y si hablamos de 2015, cualquier sujeto opositor medianamente racional debería interrogarse acerca de la razón que habría tenido un Poder Electoral fraudulento, como se suponía que era el encabezado por la doctora Lucena, para darle voluntariamente el triunfo a la Mesa de la Unidad Democrática, reconociéndole un caudal de votos que no puede calificarse sino como un nocaut. ¿Qué habrá pasado ese día con los robavotos del CNE… será que estaban en huelga? 

Tampoco los triunfos de candidatos opositores a gobernaciones, alcaldías, consejos legislativos y concejos municipales a lo largo de casi un cuarto de siglo han servido para que la dirigencia (partidista y mediática) deje de torpedear al sistema electoral. Hasta cuando ganan quieren sembrar dudas, por no perder la costumbre. 

¿En serio?

Los insultos post mortem a la rectora Lucena ponen en evidencia que una creencia irracional puede ser implantada en toda clase de mentes (y de dementes, pero eso es otra cosa), incluso en la de gente que maneja información y entiende del tema en discusión, en este caso, de política. 

Porque, vamos a dar un rápido vistazo a las elecciones presidenciales de este siglo para ver qué tan cierto puede ser que el sistema electoral chavista se las haya robado de manera contumaz. Para empezar, ¿en qué cabeza cabe que Francisco Arias Cárdenas, con todo y gallina, haya podido ganarle a Chávez en 2000?  

Sigamos: ¿De verdad alguien puede sostener que el insustancial Manuel Rosales le ganó las elecciones a un Chávez que, en 2006, se encontraba en su momento de máxima incandescencia política, lo cual, en su caso, es hablar de un nivel superlativo? 

Y en 2012, ¿es creíble que aquel Henrique Capriles -sin ideas propias y desazonado como él solo- podía derrotar a ese torbellino de emociones extremas que era Chávez, enfermo y heroico, guerrero librando su última batalla? Aquí habría que formular la pregunta con el típico mandibuleo de la clase media del este y sureste caraqueño: ¡¿En serio, “mrico”…?! 

Pasemos entonces a la era post Chávez, en la que ese mismo Capriles dio su aporte inestimable a la postura antivoto del bando opositor (sí, Capriles, tú, el que posa de moderado, no te hagas el desentendido), cuando sin pruebas de ninguna especie y en medio de un escenario altamente inflamable, llamó a sus partidarios a desconocer el resultado electoral y “drenar su calentera”(o una palabra parecida, que rima).  

Para quienes duden de este resultado en particular, téngase constancia de que los supuestos argumentos para demostrar delitos electorales no llegaron a ser calificables como indicios de presuntas irregularidades y ni siquiera como “incidencias”. A título anecdótico, recordemos que el candidato calenturiento llegó incluso a pedir la anulación del resultado de algunas mesas en las que él ganó. Cosas raras que pasan. 

Suicidio político

Pese a todos esos chaparrones de descrédito contra la vía del voto, una dirigencia opositora que va y viene, cual veleta, tuvo en 2015 (en esto hay que insistir mucho para que la gente pensante piense) su más clamoroso triunfo electoral. 

Esa victoria por paliza bien pudo ser el inicio de una ruta cierta de reconquista del poder en 2018, tan solo tres años más tarde. Sin embargo, por razones que algún día serán comprobadas, decidieron echar ese caudal de votos por el sanitario y bajar la cadena, suicidio político colectivo del que han dado fe, con estupefacción y tristeza, dirigentes como Jesús “Chuo” Torrealba y otros que participaron en la construcción de ese capital electoral. 

Llegó entonces ese año de elecciones presidenciales, en el que, siguiendo instrucciones foráneas, la MUD, flamante ganadora de 2015, resolvió perder por forfeit, apostando de nuevo a las salidas no electorales que han abundado en el tiempo que ha corrido desde entonces: intento de magnicidio; autoproclamación de un presidente encargado; intento de invasión humanitaria con concierto incorporado; sabotaje eléctrico; golpe con plátanos verdes; e invasión de mercenarios. Y todas esas estrategias y tácticas, enmarcadas en la solicitud de y el apoyo al bloqueo y a las medidas coercitivas unilaterales estadounidenses, que han permitido el robo de Citgo, Monómeros y otras empresas venezolanas en el exterior, así como dinero y oro depositado en bancos internacionales. 

Este es el cuadro actual, cuando una parte de la oposición sabe que puede y debe asumir la vía electoral y para ello tendrá que borrarle el chip a buena parte de sus militantes y simpatizantes, a quienes han convertido en una rara especie de demócratas odiadores del voto. 

Por lo que se vio esta semana, a propósito de la partida física de la exrectora Lucena, no será nada fácil esa tarea. Mucha de esa gente fue llevada a un punto de locura que ya es -como diría ella, en plena madrugada electoral- irreversible. 

[Dedico este artículo a la memoria de Tibisay Lucena] 

(Clodovaldo Hernández / La Iguana.TV)