Con el resultado electoral de la noche del domingo en España, América Latina se levantó más tranquila.

Realmente el giro político del país europeo ha sido vertiginoso y difícil de comprender. Hasta el domingo en la mañana la extrema derecha cantaba su victoria, ensoberbecida de su triunfo electoral en las regionales de hace semanas. Pero ya en la noche del 23 de julio nos enteramos que el voto de independentistas, izquierdistas moderados y radicales han tenido un peso decisivo en los resultados del evento y muy probablemente en la conformación de un gobierno común.

Antes del evento, existía la sensación en el espectro internacional que de cumplirse los pronósticos de casi todas las encuestas, se perdería un buen trecho del reciente trabajo, capitalizado en la cumbre UE-Celac.

Pero con este resultado, cabría pensarse no solo que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) puede estabilizarse en el gobierno, sino que las izquierdas (en un sentido muy amplio), con relaciones cercanas a varios gobiernos del nuevo ciclo progresista, pueden tener un peso mucho mayor, que el que han ejercido hasta ahora, en la conformación de la nueva mayoría parlamentaria.

Con este resultado podría concluirse que la diatriba mediática y las burbujas virtuales no necesariamente permean las intenciones de voto de la gente real.

Pero hay que recordar que el ambiente extremista de derecha de las últimas semanas se debió, no solo a los infinitos escándalos diseñados desde el poder mediático, sino al evento electoral regional que se llevó a cabo a finales de mayo y en el que el retroceso de la izquierda, en los gobiernos regionales y locales, fue de pronóstico reservado.

La misma noche del evento regional el presidente español Pedro Sánchez adelantó las elecciones lanzando un reto a las derechas, quienes aceptaron.

Inquietud en Latinoamérica

Al Partido Popular (PP) no le importó que vinieran las generales y se puso a pactar con la ultraderecha, cada vez más subida de tono, en distintas legislaturas a escala regional. Esto inquietó no solo al progresismo español sino también al de América Latina.

Un triunfo de la derecha y la necesidad que habría tenido el derechista Partido Popular de formar gobierno con el ultraderechista Vox, hubiera significado un trastrocamiento en las relaciones entre los bloques geográficos, debido a la importancia de Madrid (y Sánchez) en las mismas.

Latinoamérica está dirigida, en su mayoría, por gobiernos de izquierda, y de llegar la derecha al gobierno español, hubiera significado un obstáculo para seguir avanzando en las conexiones interregionales.

De un hipotético gobierno del Partido Popular y Vox (como coalición derecha-extrema derecha) se podría esperar que se avivara la refriega contra Venezuela cuando el Gobierno de Sánchez más bien está tratando de pasar la página. Se podría esperar también mayor reticencia a hacer negociaciones con Cuba, algo que Josep Borrell ha venido transitando (viajó a finales de mayo a La Habana). También podría esperarse mayor beligerancia y discurso supremacista de Madrid y del resto de países donde está ganando la derecha, como Italia.

Cambio de Sánchez con Latinoamérica

Durante la cumbre Unión Europea-Celac, el liderazgo latinoamericano pavoneó su éxito político, conjugado con las reservas energéticas que resguarda en las más altas instancias europeas.

Quizá una de las mayores cortesías de Sánchez para con la izquierda latinoamericana resultó el afectuoso recibimiento que realizó a la vicepresidenta venezolana, Delcy Rodríguez.

Si recordamos el escándalo mediático en 2020 por la escala de la funcionaria en el aeropuerto madrileño de Barajas —lo que la derecha llamó ‘Delcygate’—, podemos entender que no solo el gobierno español sino también la sociedad europea toda, entiende los cambios en Latinoamérica y ha decidido modificar el lenguaje amenazante contra la región, el cual tuvo su clímax durante la insurrección de Juan Guaidó en Venezuela.

Hace apenas cuatro años, el presidente español no solo reconocía oficialmente como presidente a Juan Guaidó, sino que daba ultimátum al presidente venezolano Nicolás Maduro. Pero en este 2023, cuando está cerca el final de la legislatura (y el comienzo de una nueva), Sánchez ha decidido restablecer las relaciones, sutilmente, pero avanzando decididamente, con Caracas (estableciendo nuevamente un embajador e invitándola a la cumbre).

La conexión de Sánchez con el liderazgo latinoamericano de izquierda no es nueva. El año pasado fue entusiasta en su apoyo para Luiz Inácio Lula da Silva y arremetió contra el entonces presidente brasileño, Jair Bolsonaro.

También resulta obvio que con el presidente chileno, Gabriel Boric, exista una relación ideológica mucho más cercana a Sánchez.

El presidente argentino, Alberto Fernández, fue enfático en su defensa y apoyo en la campaña electoral española: «(Sánchez) ha sido tan importante a la hora de convocarnos, él sabe cuánto lo queremos en América Latina y también en el Caribe».

Haciendo referencia a las visitas oficiales a España de Lula y Petro, en abril y mayo respectivamente, Iván Espinoza, el portavoz de Vox, dijo: «Vox no va a participar en un acto institucional de bienvenida a quienes representan un obstáculo para las libertades y el desarrollo de los derechos humanos de Iberoamérica».

Este partido, que ha resultado el principal derrotado del evento del 23-J, aún reconoce a Guaidó como «presidente de Venezuela» y lo cita para afirmar que «la dictadura se extiende a Colombia» (mencionando explícitamente al mandatario colombiano).

Si Sánchez puede armar el rompecabezas político y articular todas las fuerzas sociales progresistas en un gobierno de izquierda, España le estará enseñando mucho a Europa y al mundo, y la relación con América Latina podría ser mucho más fluida. Sobre todo en momentos en que la extrema derecha ronda por la política europea y trata de criminalizar a los gobiernos de izquierda existentes.

(RT)