Una pareja de hombres denunció que fue víctima de un acto de discriminación y homofobia en el centro comercial Metrocenter de Caracas, ciudad que fue declarada en el año 2016 como territorio libre de todo tipo de LGBTfobia y discriminación social. En la práctica, no obstante, el decreto 006 emitido por las autoridades del Distrito Capital se convierte en letra muerta. 

 

Los encargados de la seguridad del referido establecimiento hicieron pasar un momento desagradable a los denunciantes, quienes se encontraban en la feria del lugar sin estar realizando ningún tipo de acto lascivo. Estos, cabe destacar, fueron obligados a abandonar el sitio sin más argumentos que los prejuicios personales de los trabajadores del centro comercial, ya que no hubo ninguna queja de parte de los comensales que se encontraban en las otras mesas. 

 

A continuación la historia contada por uno de los protagonistas de este incidente que se convierte en una advertencia de que aún hay mucho por hacer en la construcción de una sociedad donde exista igualdad de derechos para todos sus ciudadanos: 

 

«El pasado 17 de noviembre, por primera vez, experimenté en carne propia un acto de discriminación por homofobia. Algunas personas parecen tener más derechos que otras y esto, aún en la actualidad (aunque no en todos los espacios públicos), coarta la libertad que deberíamos tener todos para disfrutar plenamente nuestra cotidianidad y desarrollar como debe ser nuestra vida.

 

Los Hechos

 

Luego de darnos una vuelta por la Feria Internacional del Libro de Venezuela (Filven), realizada en el casco histórico de Caracas, específicamente en la Plaza Bolívar, mi novio y yo nos fuimos a la feria del Centro Comercial Metrocenter para comer algo. Luego de hablar un rato sobre diversos asuntos, él comenzó a relatarme una muy reciente mala experiencia que vivió a nivel personal. Sin ningún tipo de miedo, como siempre (nuestras demostraciones de cariño no deberían molestar a nadie), opté por abrazarlo y por acariciarlo, en señal de apoyo. Así estuvimos por al menos 10 minutos. Cero actos lascivos, ni siquiera besos; solo un abrazo cariñoso.

 

De pronto, uno de los empleados de seguridad se nos acercó con algo de precaución y hasta, diría yo, con algo de pena. Este nos informó que su jefe había observado, a través de las cámaras, que estábamos llevando a cabo un comportamiento no permitido que “estaba molestando a los demás comensales”. Por esto nos pedía “amablemente” que abandonáramos el lugar.

 

-Hasta ahora nadie nos ha dicho nada. Nadie se ha quejado. Todos están comiendo tranquilos. Solo lo estoy abrazando porque me acaba de contar un problema personal – fue mi argumento en defensa.

 

-Yo solo cumplo órdenes de mi superior – respondió.

 

-Pues entonces dígale a su superior que venga y que hable con nosotros. Nosotros de aquí no nos vamos a ir.

 

No habían pasado ni 5 minutos cuando aparecieron frente a nuestra mesa otros dos hombres, estos menos apenados y más a la defensiva. Desde uno de los pisos superiores otro vigilante, radio en mano, nos observaba.

 

Uno de los sujetos, el supervisor de seguridad del Centro Comercial, nos comunicó los mismos motivos expresados por el otro hombre, según los cuales nosotros estábamos irrespetando e incomodando a los otros usuarios y que por ello debíamos irnos de allí. Mi pareja de inmediato señaló a la pareja de enfrente (hombre y mujer); ambos se abrazaban y se besaban y nadie les decía nada.

 

-Es que es distinto. Ellos son hombre y mujer. Ustedes son dos hombres. Lo mismo haríamos si fueran dos mujeres. Además, hay niños presentes.

 

INCISO: ¿Hasta cuándo se va a seguir viendo el amor y el cariño entre personas del mismo sexo como una amenaza contra los niños? El amor entre personas del mismo sexo es una realidad y punto. Como tal debe ser explicada a los más pequeños. ¿Por qué carrizo tanta pacatería absurda?

 

Nosotros, por supuesto, nos defendimos diciendo que no éramos ni ladrones, ni drogadictos, ni delincuentes, para ser tratados así. Le indiqué al individuo que esto se trataba de un simple acto de homofobia y de discriminación por nuestras preferencias sexuales. Le señalé también que yo trabajo en un medio de comunicación y que podía denunciar el maltrato recibido por la seguridad de dicho centro comercial.

 

-Denuncia lo que quieras. Nosotros solo estamos cumpliendo las normas.

 

– Muéstrenos esas normas que estamos incumpliendo – replicó mi novio.

 

Ahora, con menos delicadeza, el sujeto expresó que no tenía por qué mostrarnos nada, que desalojáramos el lugar por nuestra propia cuenta porque, de lo contrario, tomarían otras medidas.

 

-Díganme, ¿ustedes nacieron de dos hombres, de dos mujeres, o de un hombre y una mujer? – fue el argumento estúpido que el vigilante utilizó a continuación para hacernos ver que él tenía la razón.

 

Mi compañero y yo nos dimos cuenta de que, ante todo, se trataba de una agresión basada en un prejuicio personal. Las personas que estaban a nuestro lado ni siquiera entendían por qué nos estaban tratando así; sus rostros de extrañeza lo decían todo.

 

Frente a la actitud obtusa del individuo, y luego de ver que comenzaban a llegar más empleados de seguridad (una mujer, también del equipo, se había acercado a la mesa), opté por que nos fuéramos del lugar. No valía la pena discutir con gente ignorante. Además, la amenaza del hombre de sacarnos a la fuerza podía cumplirse y preferí evitar la violencia (no hubiese permitido que esos CDM me pusieran un dedo encima y mucho menos a mi pareja).

 

-Nos vamos, pero: uno, vamos a denunciarlo; y dos, que quede claro que no estábamos haciendo nada malo.

 

Después de esto, tomé de la mano a mi novio (él no estaba de acuerdo con que nos fuéramos) y salimos. Cuando subíamos por la rampa, la mujer nos dijo no sé qué cosa y lo único que salió de mi boca fue un visceral y enérgico “SHUT UP!”. Sí, en inglés… Jajajajajajaja… Al final resultó más sutil que un castizo “¡Cállate!”. Cosas del momento pues.

 

De verdad que fue una escena bastante desagradable. Salí con mi pareja, tomados de la mano, indignado y echando chispas. Ya frente a la Asamblea Nacional mi bello me dio un abrazo y, aunque con los ojos aguados, me sentí mucho mejor.

 

-Tranquilo cielo, esa gente lo que da es risa.

 

En fin, si bien se trató de una anécdota incómoda, también es cierto que se trató de un episodio que reforzó mi convicción y mi deseo de seguir viviendo bajo mis parámetros, sin miedo y con el infinito afán de ser feliz. A la mierda las condenas y los fundamentalismos de la sociedad. Let’s be happy people!»

 

(LaIguana.TV)