Seguramente este resultará un análisis más psicológico que político, pero como hoy es domingo, no creo que sea del todo impertinente. Así que lo digo de una buena vez: a veces, el problema central de la dirigencia opositora -especialmente de la que ha logrado apoderarse del timón de la coalición de la derecha-, parece ser que tienen la mentalidad del niño mimado.

 

Los consentidos de papá y mamá son caprichosos, llorones, egoístas, narcisistas, incapaces de tolerar la frustración, impacientes, les cuesta sentir remordimiento por sus malos actos y se caracterizan por su propensión a las pataletas. Tremendo perfil.

 

Los estudios (y la experiencia empírica) indican que los muchachitos malcriados dejan de ser niños, como es natural por ley de la vida, pero rara vez dejan de ser malcriados. Por el contrario, a muchos se les agudizan los atorrantes rasgos antes descritos y así llegan a la adultez mayor con las mismas patéticas conductas de los carajitos mingones.

 

Revisar el comportamiento específico de nuestros típicos niños mimados opositores (son nuestros, nadie nos los puede quitar) puede explicar muchas cosas. Veamos.

 

Cuando un sujeto con mentalidad consentida participa en algún tipo de competencia (y la política lo es, por excelencia) siempre procura ir con las ventajas derivadas de su «apá”, su «amá» o de alguien poderoso de la familia. Los niños mimados de la contrarrevolución venezolana tienen muchos de esos “paes” y “maes” en el campo internacional. Por eso cuando no amenazan con llamar a papá Trump, lloran para que los defienda el tío Pence o el tío Pompeo o el tío abuelo Bolton o el hermano mafioso Rubio, o el tío putativo Almagro o los primos (también mimaditos ellos) del vecindario latinoamericano, como Duque, Bolsonaro, Macri y Piñera.

 

No solo tienen “apás” y “amás” individuos, sino también tienen padres y madres mediáticos que los consienten como nadie, incluso cuando ponen las peores tortas. Los mimos de la prensa nacional y mundial han creado verdaderos monstruos (entre ellos el de Ramo Verde, pero él no es el único) que han llegado al extremo de creerse presidentes, líderes y hasta modelos de revistas. “¡Uuupa!”, hubiera escrito, en sus tiempos, el cronista social Ramón Darío Castillo.

 

Cuando les está yendo bien en una confrontación o un juego, los consentidos se muestran arrogantes, sobrados, intolerantes y atorados. A los especímenes que estamos analizando acá les da incluso por proferir  amenazas destempladas tan pronto sienten que están ganando. Que si te vas a tener que comer las alfombras; que si dónde te vas a meter, maldito; que si te vamos a buscar hasta debajo de las piedras.

 

El atore es quizá la señal más característica de estos muchachos de edad o de mente. Si jugaran beisbol, empezarían a cantar victoria por haber anotado un par de carreras en el primer inning, ignorando que las victorias requieren de ciertos tiempos o no son más que ilusiones.

 

En esas oportunidades en que logran pasar a la ofensiva, suelen cometer barbaridades que luego nunca reconocerán como tales o que quedarán plenamente justificadas por sus paes y maes, especialmente por las progenitoras mediáticas. Así, a lo largo de estas dos décadas, han dado golpes de Estado, intentado magnicidios, saboteado la industria petrolera, causado olas de disturbios de varios meses seguidos, quemado gente por parecer chavista, perpetrado la guerra económica, solicitado que se nos invada militarmente… y para usted de contar, sin que ninguno haya asumido responsabilidad alguna ni mostrado el más ligero indicio de arrepentimiento. ¡Huy!

 

Claro que lo peor de los niños consentidos de la política nacional sale a relucir cuando les va mal. Entonces son de los que patean la mesa o se llevan el balón para que no siga el juego. Las rabietas en estos casos son de pronóstico reservado. No es inusual verlos tirados en el suelo, exigiendo que alguien venga a sacar a sus adversarios. En la tragicomedia venezolana, quien acude por lo general es la “mamá mediática”, que los consuela y les dice algo equivalente al célebre: “¡Vámonos, tesoro, no te juntes con esta chusma!”.

 

Cuando son derrotados, los líderes opositores venezolanos tienen todavía otra reacción más insólita, solo comprensible dentro del cuadro clínico del síndrome del niño mimado: luego de perder inequívocamente, pretenden actuar como si hubiesen ganado.

 

En estos últimos días este síntoma se ha observado con una claridad muy propicia para la observación científica. Su tentativa de tomar el poder mediante un alzamiento militar fracasó sin posibilidad alguna de apelaciones y en apenas unas horas, pero aquel día (el 30 de abril) en la tarde, mientras se escondían en embajadas, pretendían hacer creer que era el presidente Nicolás Maduro quien estaba contra la cuerdas, a punto de huir del país.

 

La “mamá mediática” les ayudó mucho a consolarse pensando que esto era verdad, y por eso vimos a los que salieron pitando convertidos en los héroes de una jornada que solo podría calificarse como exitosa si se tratara del guion de una ópera bufa.

 

En las horas recientes ha ocurrido una vez más. De pronto se supo que está en marcha un proceso de aproximación entre el Gobierno del presidente Maduro y los factores opositores, algo que para muchos de los niños mimados es inaceptable, precisamente porque sus “paes”  sus “maes”, sus nefastos tíos y la mamá mediática les han asegurado que la única salida decente es que les entreguen el poder y los chavistas decidan suicidarse en masa.

 

Viniendo de cuatro meses de discursos incendiarios, belicistas, intervencionistas, injerencistas, negadores de la negociación y del diálogo, este acercamiento es para los muchachos consentidos –no me venga usted con cuentos- la peor de las derrotas. No puede haber nada peor para los niños favoritos de papá Trump que renunciar a su capricho de entrar a Miraflores escoltados por superhéroes y marines. Ahora deben empezar a digerir la idea de ver la sonrisa psiquiátrica de Jorge Rodríguez al otro lado de una mesa escandinava. Podríamos apostar que varios de estos chicos mimados ya han protagonizado varios berrinches por culpa de este asunto de Noruega.

 

Claro, que siempre cuentan con la madre mediática (la mamá de todas las consentidoras) que ha empezado a decir que el diálogo es un logro de las luchas de la oposición y que significa que el rrrrégimen está rodeado y con las manos arriba. ¡Díganme si este no es el colmo de una madre!

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)