Otoño de 1964. Dos doctores atan a un joven de 17 años a una silla de madera en una habitación oscura, sin ventanas, y le cubren el cuerpo con electrodos.

 

Le electrocutan durante horas mientras le enseñan fotos de ropa de mujer.

 

Es parte de una terapia.

 

En un café en el Soho de Londres, Carolyn Mercer, ahora de 72 años, sonríe al ver las fotografías de ese niño. «Esa persona ha crecido y se ha desarrollado», dice.

 

«Pero sigue siendo yo».

 

Carolyn – quien prefiere no mencionar su nombre de niño – recuerda la primera vez que se dio cuenta de que era diferente.

 

Con 3 años, jugando en las calles de Preston, al noroeste de Inglaterra, persuadió a su hermana menor para intercambiar sus ropas.

 

Carolyn, vistiendo el uniforme de preescolar de su hermana, se situó frente a la tienda de su madre esperando que las personas vieran una niña pequeña ahí parada.

 

«Jamás se trató de la ropa… era algo dentro de mí», cuenta.

 

«Era un niño, y yo no quería serlo».

 

La ropa de su hermana

 

Cuando Carolyn nació en 1947, la actitud de la sociedad hacia el colectivo homosexual y transgéneroera muy poco tolerante.

 

Inglaterra y Gales se hallaban lejos de legalizar las relaciones homosexuales o de incluso usar la palabra «transgénero».

 

Vestida con la falda de su hermana, Carolyn no tuvo palabras para describir sus sentimientos. Pero sabía que era una niña transexual con disforia de género.

 

Su sexo asignado al nacer no se correspondía con su identidad de género.

 

«Me fui a dormir con el deseo de que alguien inventara un trasplante para poner mi cerebro en un cuerpo más apropiado», recuerda Carolyn.

 

Durante la infancia, su deseo secreto de vivir como mujer se transformó en un autodesprecio que le consumía.

 

«Ese desprecio a mí misma se trataba de que yo quería algo muy absurdo».

 

Carolyn se sentía «sucia» porque la sociedad veía a las personas transgénero como algo «incorrecto» y «malévolo». «Si era incorrecto y malévolo, debía ser porque yo era mala y estaba equivocada», dice que pensó entonces.

 

Creció en el cuerpo de un fuerte adolescente y se dedicó a ser «un buen tipo», jugando deportes «masculinos» como rugby o boxeo. Aún así, no podía desplazar el profundo e incómodo sentimiento de pretender ser alguien que no era.

 

Descargas eléctricas

 

Carolyn comenzó a sentirse deprimida y suicida. Pensaba que «sería más fácil» para su familia y amigos si muriese antes que contarle a alguien cómo se sentía.

 

Pero los 17 años, compartió su secreto con un vicario. La llevó a ver a un médico en un hospital psiquiátrico y se organizaron «cinco o seis» sesiones de terapia de aversión en un hospital de Blackburn.

 

«Pedí eso porque quería curarme», afirma.

 

Carolyn estaba atada a una silla de madera en una habitación oscura mientras los doctores le adherían electrodos previamente sumergidos en salmuera. A la vez, le proyectaban imágenes con ropa de mujer en la pared de enfrente.

 

A cada cambio de fotografía, un corrientazo a través de los electrodos le propinaba un doloroso shock eléctrico. Carolyn recuerda vívidamente el naciente shock desgarrando con dolor desde su mano hacia arriba mientras su brazo permanecía adherido a la silla.

 

 

A pesar de su agonía, los doctores siguieron presionando. Estaban convencidos de que si ella «aprendía» a asociar sus pensamientos con los recuerdos de dolor, dejaría de pensar que era una mujer.

 

Meses de tratamiento después, Carolyn decidió no recibir más. Para entonces el trauma era tan grande que la experiencia de los temblores y los recuerdos le atormentó por los siguientes 40 años.

 

¿Qué es una terapia de conversión?

 

La llamada terapia de conversión o «cura de gays» asegura ayudar al cambio de la sexualidad o identidad de género de una persona. Los métodos incluyen hipnotismo, exorcismo y tratamientos de aversión como choques eléctricos y fármacos para vomitar.

 

Este tipo de terapias estuvieron disponibles en el sistema nacional de sanidad británico (NHS, por sus siglas en inglés) hasta los años 70. El sistema y el gobierno sostienen que no hay archivos sobre el número de pacientes que fueron tratados o que murieron como consecuencia del tratamiento.

 

A pesar de que la evidencia científica indica que son dañinas e inefectivas, varias terapias continúan llevándose a cabo alrededor del mundo.

 

Organizaciones trabajan para poner fin a estos tratamientos, pero las complejas y arraigadas creencias que fomentaron su propagación dificultan su erradicación.

 

Durante un tiempo, Carolyn pensó que la terapia había funcionado.

 

Llevó la vida tan «masculinamente» como era posible. A los 19 años tenía esposa e hija, se había convertido en profesora de matemáticas y había sido promovida rápidamente, convirtiéndose pronto en una de las más jóvenes directoras en su provincia.

 

Pero su disforia no había sido sofocada.

 

Su depresión empeoró y le sacudían temblores incontrolables cada vez que pensaba en el tratamiento recibido.

 

«¿Funcionó la terapia con respecto a mi cuerpo? Sí», dice Carolyn. «¿Funcionó con respecto a mi mente? Solo para odiarme más».

 

Después de años lidiando con la disforia, Carolyn comenzó a tomar hormonas para que se le desarrollaron los senos a comienzos de los 90.

 

Fue el inicio de un proceso descrito por muchos en la comunidad transgénero como «transición» o, como Carolyn prefiere, «alinear mi expresión de género con mi identidad de género». Es «un poco pretencioso, pero se ajusta a mi realidad».

 

Su familia no apoyó su decisión de forma activa. «Les gustaba la persona que veían, una diferente a la que yo me reflejaba», reconoce.

 

Mastectomía doble

 

En el trabajo, Carolyn se vendaba sus senos en desarrollo para ocultar los efectos de su tratamiento.

 

Pero, en 1994, un periodista se enteró de que estaba tomando hormonas y la vida personal de Carolyn se reprodujo en los tabloides alegando que era de «interés público» informar del secreto de una maestra de alto perfil.

 

El episodio hizo que Carolyn se replanteara su consumo de hormonas y, al verano siguiente, le extirparon sus senos en una cirugía normalmente reservada a pacientes con cáncer.

 

Una vez más, un vacío infranqueable se había alojado entre quién era Carolyn y quién quería ser.

 

Pero varios años difíciles después, y a pesar del apoyo de amigos, alumnos, familiares y colegas, Carolyn se jubiló para someterse a la operación que soñó durante décadas.

 

Tenía entonces 55 años.

 

«Ahora la vida es mucho mejor. Ya no tengo ese secreto oculto todo el tiempo».

 

Algunos miembros del colectivo transexual afirman que la persona antes de la cirugía ya está muerta. Pero para Carolyn, el niño pequeño vistiendo la ropa de su hermana menor sigue vivo.

 

«Sigo siendo la misma persona con las mismas experiencias».

 

Sin embargo, sigue con dificultades para ser feliz. Siguiendo su terapia de conversión, se acostumbró tanto a enterrar sus más profundos deseos que ahora le cuesta abrirse a la felicidad.

 

«Cuando me enseñan el menú de un restaurante y preguntan qué prefiero, no sé qué responder».

 

«Muchos lo encuentran triste, pero es algo que he asimilado… ya no tengo esa luz o ese tipo de emociones por haberme reprimido durante tanto tiempo», concluye.

 

(BBC)