Los primeros días de 2019 hicieron creer a muchos opositores que finalmente se iba a lograr una voltereta espectacular, un golpe de mano, una repentina jugada en la que la derecha saldría ganadora y se lo llevaría todo. Al finalizar el año, en cambio, la oposición en general, pero especialmente la que suscribió el proyecto de cambio de régimen encabezado nominalmente por Juan Guaidó, está en bancarrota, tanto en lo que respecta al liderazgo como en lo relativo a la autoridad moral.

 

Paradójicamente, contra todo pronóstico, de esa especie de crisis general solo se salvan en alguna medida los dirigentes opositores que accedieron a entrar en conversaciones con el gobierno y que han marcado distancia del proyecto Guaidó. En teoría, en un escenario polarizado, estos líderes deberían estar en el grado más alto del desprestigio, pero la dinámica política venezolana no obedece a las lógicas más habituales.

 

No es sencillo resumir lo que pasó en estos meses, pero algunos hechos fundamentales ofrecen pistas. Veamos:

 

La autojuramentación como mal comienzo

 

Un factor crucial del deterioro opositor es el hecho de que el gesto de la autojuramentación nunca convenció por completo a las bases antigubernamentales y causó severas perturbaciones puertas adentro de la élite dirigente de la derecha.

 

Una parte de quienes cuestionaron la fórmula lo hicieron porque la manera en que se llevó a cabo la supuesta asunción de Juan Guaidó al poder (como presidente encargado) les resultó demasiado informal, casi de opereta: él, en una plaza, rodeado de una cierta cantidad de gente, cuando pudo haberlo hecho con alguna solemnidad y apariencia legal, en la sede de la Asamblea Nacional.

 

El acto, por lo demás, se pareció demasiado al que había protagonizado Pedro Carmona Estanga el 12 de abril de 2002, en lo que respecta al carácter autocrático de la juramentación. Si hubiese tomado juramento ante los otros directivos de la AN, tal vez hubiese proyectado una imagen distinta.

 

En el plano de los dirigentes, la autoproclamación de Guaidó produjo gran disgusto, especialmente entre los otros partidos del llamado G-4 (integrado por Acción Democrática, Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo, junto a Voluntad Popular). Varios dirigentes de esas otras organizaciones comenzaron a consolidar la sospecha de que VP (y una facción de PJ) planeaban actuar no como parte de una coalición, sino como jefes de una camarilla. Los hechos posteriores han confirmado ampliamente esa certeza.

El apoyo internacional desdibujado

 

Desde el comienzo, al gran punto de apoyo del “gobierno encargado” era Estados Unidos. Con sus tácticas de línea dura en política exterior y la obsecuencia desmelenada de las oligarquías latinoamericanas y de los políticos europeos, Washington logró además generar la imagen de una coalición internacional que respaldó a Guaidó y desconoció (cada uno con sus bemoles) la legitimidad del gobierno de Nicolás Maduro.

 

El plan se basaba en que ese “desconocimiento de la comunidad internacional” sería más que suficiente para forzar el cambio de régimen. Pero Venezuela contó con el respaldo de dos superpotencias: Rusia y China, así como con el espaldarazo de más de un centenar de gobiernos adscritos al Movimiento No Alineado. Los esfuerzos de EEUU y sus satélites fracasaron repetidamente en la Organización de Naciones Unidas y hasta en la Organización de Estados Americanos, pese a la postura desembozadamente proimperialista de su secretario general, Luis Almagro.

 

La ficción de rechazo mayoritario de la coalición internacional se fue desdibujando poco a poco y ya en el último cuatrimestre del año se cayó a pedazos debido a las crisis sociales simultáneas de los gobiernos de derecha del Grupo de Lima (disturbios en Ecuador, Chile y Colombia), la derrota electoral en Argentina y a la forma inocultablemente golpista como se le arrebató el poder a Evo Morales en Bolivia. No es casualidad que hayan terminado el año a la defensiva, tratando de acusar al gobierno de Maduro (supuestamente aislado del mundo) de tener infiltrados en todos sus países para provocar desórdenes.

 

El desprestigio de las sanciones

 

Ya los líderes opositores arrastraban la fama de ser “los consentidos de Trump”, una condición que los ayuda con cierto segmento poblacional, pero que provoca un amplio rechazo en la mayoría, incluso entre opositores con algún sentido de patriotismo. Sin embargo, la manera como los integrantes de la camarilla del plan Guaidó se lanzó este año a clamar por más y más medidas coercitivas, potenció ese repudio y amplió su espectro.

 

Muchos opositores cambiaron su postura respecto a las llamadas sanciones al ser víctimas directas de algunos de sus efectos, tales como privación de medicinas, obstáculos para realizar operaciones comerciales y viajes, y complicaciones para cualquier trámite bancario. En paralelo, ha sido claramente observable la vida de ricos y famosos que llevan en el exterior quienes solicitan estas medidas. Ese contraste con respecto a las dificultades del opositor común en Venezuela y para muchos de los que han emigrado ha sido muy contraproducente para la popularidad de los líderes “en el exilio”.

 

Licor, drogas, damas prepago, súbita riqueza y Rastrojos

 

Entre los hechos clave del año, que marcaron la implosión opositora, están sin duda los ocurridos en los días finales de febrero, cuando se montó el concierto Venezuela AID Live, en Cúcuta, y una gran parafernalia para meter forzosamente la llamada “ayuda humanitaria” de EEUU, subterfugio de una invasión paramilitar que estaría acompañada del alzamiento de ciertos sectores militares y policiales.
De esos días, la oposición no cosechó más que derrotas, algunas de ellas solo conocidas meses más tarde.
Falló el intento de introducir “sí o sí” el cargamento. No logró imponerse el fake news de que el gobierno de Maduro había quemado los camiones en el puente internacional. Un medio trasnacional terminó por aceptar (con un mes de atraso) que la quema fue perpetrada por manifestantes violentos opositores, del lado de Colombia.

 

El concierto en sí ha resultado ser un fiasco, no tanto por lo que ocurrió el día que se realizó, sino porque luego ha quedado en evidencia que ese tipo de acciones presentadas como altruistas, son vergonzosas máscaras para operaciones conspirativas contra gobiernos progresistas.

 

La actitud silente y cómplice de los artistas que participaron en ese evento frente a verdaderas y flagrantes violaciones a los derechos humanos cometidas este mismo año en Haití, Ecuador, Chile, Bolivia y en el país sede de aquel concierto, Colombia, muestran que su verdadero interés no es la defensa de la democracia ni de las garantías ciudadanas, sino de los intereses corporativos y del sistema capitalista hegemónico.

 

Emblemático de ese concierto fue el tono destemplado del español Miguel Bosé, quien increpó a la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, a actuar con rapidez en el caso venezolano, a “mover las nalgas ya”. Ese mismo cantante y autor no ha abierto la boca respecto a los países afectados por la ola de represión antipopular, incluyendo España.

 

Aquellos días dejaron toda clase de secuelas. En forma casi inmediata se supo de la muerte de Carlos Salinas, primo del diputado Freddy Superlano, ambos víctimas del conocido truco de la escopolamina o burundanga, presuntamente al irse a un hotel con unas trabajadoras sexuales. La tragedia permitió constatar los rumores que corrían de que los dirigentes de la oposición venezolana “se estaban rumbeando” el dinero donado para ayudar a sus compatriotas hambrientos.

 

Pese a su impacto, aquel escándalo de Superlano era apenas un abreboca. Luego se supo que buena parte del dinero recaudado para la “ayuda humanitaria” había sido desviado hacia los bolsillos de los dirigentes opositores, tanto para juergas parecidas, como para asuntos de mayor monta, incluyendo la compra de bienes raíces en Bogotá y otras localidades colombianas.

 

Un golpe demoledor vino meses más tarde, con la divulgación de fotografías y videos en las que se observa a Guaidó en compañía de jefes de la banda narcoparamilitar los Rastrojos, quienes se encargaron de su traslado al departamento de Norte de Santander. Las consecuencias de esto sobre el autoproclamado todavía no se han conocido en toda su magnitud.

 

En noviembre se completó el dramático efecto retardado del concierto de Cúcuta con el despido y las posteriores denuncias del “embajador” en Colombia, Humberto Calderón Berti, quien confirmó la ristra de delitos e irregularidades cometidos por los opositores a raíz de aquella operación, hechos que fueron comprobados y documentados por las mismas autoridades colombianas.

 

Pantanal de corrupción

 

La bancarrota del liderazgo de la derecha tiene, como se ha visto, un fuerte componente moral. Pero si alguien tenía dudas al respecto, la serie de denuncias mutuas que se han producido en los dos últimos meses deben haberlas borrado por completo.

 

Asuntos denunciados en su momento por el gobierno han quedado probados como verdaderos por las acusaciones que se hacen entre sí los integrantes del sector opositor. Los robos de Citgo y Monómeros y las operaciones destinadas al enriquecimiento grupal y personal con los Bonos 2020 de Pdvsa son algunos de estos affaires. En todos ellos están directamente involucrados los más prominentes líderes, comenzando por Guaidó y su jefe político, Leopoldo López.

 

Algunos señalamientos apuntan a Guaidó y familiares tan directos como su padre y su hermano. Los indicios señalan que si bien ha fracasado políticamente, la camarilla del “gobierno paralelo” ha conseguido fabulosas “ganancias” económicas en apenas unos meses. Son muchos los militantes opositores que ya no quieren seguir apoyando a un grupo depredador del patrimonio público y esa es una de las explicaciones de la casi nula capacidad de convocatoria que tienen actualmente.

 

La respuesta del grupo dominante ha sido acusar, a su vez, a ciertas individualidades por otros hechos de corrupción en los que estarían envueltos. De esa manera procuran desviar la atención hacia los típicos chivos expiatorios y, al mismo tiempo, hacer ver que se trata de tramas de corrupción en las que esos personajes actuaban en complicidad con el gobierno. Ha sido el escenario ideal para atacar por mampuesto a los CLAP, una de las políticas sociales más exitosas de los últimos años.

 

Esa política de encender el ventilador les ha permitido defenderse, pero al mismo tiempo, ha hundido más al sector opositor en un pantanal de corruptelas que lo descalifica completamente como alternativa, al menos en ese plano de la decencia pública.

 

Un inmaduro intento de golpe

 

El balance de los hechos que hicieron naufragar a la oposición tiene que incluir también el intento de golpe de Estado del 30 de abril.

 

Su inclusión entre los factores de la debacle no se debe al hecho de que haya fracasado. En la historia reciente de Venezuela hay sublevaciones militares fallidas que luego derivaron en éxitos políticos. Esta asonada, en cambio, fue un completo descalabro, pues no tuvo ni apoyo militar ni tampoco respaldo popular.

Puede afirmarse que a partir del chasco del 30 de abril, Guaidó perdió la confianza de EEUU, pues quedó claro que era falso que él y su partido tuvieran la capacidad de fracturar la unidad de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.

 

En ese episodio quedó también patente algo que ya se sabía: el verdadero jefe de la camarilla del “gobierno encargado” es Leopoldo López y en medio de un hipotético fina violento del gobierno revolucionario, es él quien está en los planes de EEUU para asumir el poder. Esa comprobación menoscabó aún más la imagen de Guaidó en el escenario interno, tanto para la base opositora como para los dirigentes. Traslució también el hecho de que López ha sobreestimado su influencia en las masas, pues si esta tuviera la magnitud que él mismo se atribuye, ese día miles de personas se habrían volcado a las calles a respaldarlo.

 

A la hora de los balances, varios analistas opositores concluyeron que el evento del puente de Altamira solo sirvió para liberar por unas horas a López, quien luego debió buscar refugio en la embajada de Chile y más tarde en la de España. Mientras tanto, una figura con aura más bien civilista y pacífica, el diputado Edgar Zambrano, se presentó en el lugar y terminó pagando los platos rotos con varios meses de privación de libertad.

 

Mal balance: diciembre de apremios

 

El accidentado balance del año se refleja en la forma cómo la camarilla de Guaidó lo está finalizando, en medio de grandes confrontaciones y con el apremio de encontrar fórmulas que impidan que sus propios compañeros del sector opositor lo desalojen de la presidencia de la AN y, en consecuencia de la “presidencia encargada”.

 

El riesgo de que eso ocurra ha obligado incluso a llevar a cabo jugadas desesperadas como la de reformar el Reglamento Interior y de Debates para permitir que los diputados que están fuera del país hagan parte del quórum por vía electrónica. De esta manera podrán votar por Guaidó para su reelección el 5 de enero.

 

Con esa movida, la facción de VP cree haber garantizado la prosecución del plan Guaidó, pero, como en toda zona afectada por un fuerte movimiento telúrico, el piso de la derecha venezolana sigue moviéndose todos los días.

 

Solo el 5 de enero se sabrá el final de este capítulo de la telenovela opositora que comenzó con desmedidas expectativas y terminó en la quiebra moral y de liderazgo.

 

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)