Niños, borrachos y locos han cargado con la fama de decir las verdades que el resto de la gente calla o disimula con máscaras y disfraces. Pero el monopolio que tenían los pequeños, los beodos y los orates en este campo de la franqueza se vino abajo con Twitter. Ahora hay mucha gente adulta, sobria y cuerda que ¡suelta cada exceso de sinceridad!

Por ejemplo, he aquí uno de los miles de esta semana: el señor José Toro Hardy, a quien uno sabe ya bastante mayor de edad y presume libre de alcohol (al menos a la hora de escribir trinos) y en uso de sus facultades mentales, ha dicho la gran verdad de los sentimientos opositores acerca de la detención del empresario Alex Saab. Escribió: «¿Y ahora cómo van a hacer con los Clap?».

Es inevitable imaginar al atildado caballero frotándose las manos al vislumbrar que con la aprehensión de Saab, el programa gubernamental de alimentos naufragará.

La pregunta de Toro Hardy suena como cuando el muchachito dice, en plena reunión familiar que su mamá fue a dar al hospital porque su papá, una vez más, le pegó, algo que todos saben, pero todos callan. O como cuando el empleado que se pasó de tragos le cuenta al jefe que todos en la oficina lo consideran un idiota. O como cuando alguien que está loco (o se hace) le canta las cosas tal como son a un poderoso y los presentes no saben si reírse o quedarse serios.

En este caso, el motivo por el que el escualidismo (dicho no como insulto, sino como categoría sociológica) hace fiesta con la captura del personaje señalado no es porque sus integrantes sean particularmente amantes de la rectitud en el manejo del patrimonio público (si lo fuesen, ya hubiesen echado a patadas a la camarilla que mal los dirige), sino porque tienen fe en que al sacarlo de circulación le harán daño al programa social que, mal que bien, le ha llevado comida a la gente.

Muchísimos otros seres humanos opositores al gobierno bolivariano tienen esa misma «esperanza», pero no se animan a expresarla públicamente para no aparecer como gente despiadada que sueña con darle un golpe mortal a los Clap, no importa si ello implica que haya más hambre y desnutrición en su propio país.

La revelación implícita en la pregunta de Toro Hardy deja al desnudo el plan que se montó desde que los Clap fueron concebidos y puestos en marcha: hay que destruir esta política pública porque, para decirlo con un juego de palabras, sabotea el saboteo, es decir, contrarresta la criminal estrategia de doblegar al pueblo venezolano por hambre. 

No debe olvidarse que los Clap nacen en el momento más cruel de la guerra económica interna, cuando todos los factores del empresariado se orquestaron para hacer sufrir al máximo a la gente, calculando que de esa manera se produciría un estallido social y el tan ansiado cambio de gobierno. El modelo resultó sorpresivamente exitoso y salvó literalmente del hambre a muchísimas personas, además de crear o regenerar tejido social inexistente o atrofiado en las comunidades, un dividendo quizá tan importante como el primero, visto en términos estratégicos.

La política de distribución de alimentos fuertemente subsidiados también ha sido un ariete contra la siguiente fase de la guerra económica, que vino con las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo. Los gobiernos de los países que supuestamente están muy preocupados por el pueblo venezolano han hecho hasta lo imposible por evitar que los Clap reciban alimentos importados. Quieren forzar una hambruna para luego acusar de ella al gobierno venezolano y justificar una invasión «humanitaria».

Para atacar a los Clap y no aparecer públicamente como genocidas en potencia, los factores opositores (gobierno de EEUU y sus satélites europeos y latinoamericanos, corporaciones, organizaciones internacionales y ONG, partidos venezolanos de derecha) han recurrido a un viejo truco, como solía decir el Superagente 86: criminalizar la política pública que desean anular, perseguir a quienes la hacen posible y humillar a sus beneficiarios.

La persecución internacional de cualquier operación financiera destinada a los Clap requería de la criminalización porque de otro modo no se vería bien. No es lo mismo decir que se impide una compra de granos o cereales porque encubre lavado de dinero del narcotráfico, que decir que se impide para hacer que la población de un país deje de comer y así imponerle un nuevo gobierno.

Para que la criminalización sea dicha y repetida en el país y a escala global, obviamente se cuenta con los servicios de la maquinaria mediática y enredática (de redes sociales) más poderosa de todos los tiempos, capaz de hacer ver los intentos de un gobierno por comprar comida para su población como un crimen de lesa humanidad.

El empeño en demoler la política de los Clap (positiva, más allá de las críticas que merezca) es de tal magnitud que hasta se han creado o mantenido vivos a ciertos medios de comunicación con la única finalidad de abonar a la matriz de la criminalización de los funcionarios y empresarios participantes, y también para atizar el ritornelo de la burla y el desprecio a quienes reciben los productos.

Sin mucho disimulo, algunos de estos medios, que proclaman ser independientes, viven del dinero que les aporta la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), considerada la cara amable de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), y dicen contar con el apoyo logístico de la oligarquía colombiana, tan preocupada por la transparencia de los negocios y por combatir el lavado de activos de mal origen… Bastaría hacerse un análisis de conciencia y preguntarse si con semejantes patrocinantes alguien tiene autoridad moral para juzgar los empresarios que caminan por la cuerda floja.

Pero Alex Saab debe entender que no es una tirria personal. Si encontrásemos a un niño, un borracho o un loco que diga la verdad sin disfraces, quedaría claro que el rollo de la oposición nacional, internacional y mediática (una oposición infantil, ebria de odio y demente) no es si un empresario lava dinero o no en sus actividades. De ser por eso no se darían abasto con tanto trabajo. Su rollo es acabar con los Clap para que el hambre nos haga libres.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)