En el primer programa de la nueva temporada de los viernes filosóficos de Desde Donde Sea, el filósofo y comunicador venezolano Miguel Ángel Pérez Pirela abordó los elementos constitutivos de la filosofía del padre del pesimismo metafísico, el prusiano Arthur Schopenhauer, con base en lo desarrollado en su muy conocida obra El mundo como voluntad y como representación
 
Pérez Pirela puntualizó que, en su filosofía, Schopenhauer afirma que la existencia es sufrimiento y plantea que la contemplación estética de las cosas, es uno de los mecanismos para alejar los males que trae consigo el hecho de vivir, puesto que, para él, la voluntad ejerce una suerte de dictadura sobre la existencia. 
 
Voluntad y representación: las dos caras del mundo
 
El filósofo prusiano, en El mundo como voluntad y representación (1819) define la voluntad como «el sustrato íntimo intangible que da cohesión a la totalidad de las cosas a los seres del mundo». Sin embargo, pese a su pesimismo, el experto puntualizó que se trata de un autor con un gran sentido del humor, que invita a «no esperar mucha felicidad para no ser muy infeliz».
 
Para él, la vida se presenta como una continua mentira y, por ello, el mundo exterior, tal y como lo vemos, el mundo sensible, no es más que una representación de una voluntad que lo guía. 
 
Tras este planteamiento, acotó, se encuentra una resignación de las categorías fenómeno y nuómeno que definiera Immanuel Kant: si bien Kant sostenía que el fenómeno es el mundo sensible, la realidad que conocemos a través de los sentidos y que el nuómeno, cosa-en-sí o núcleo de lo real es incognoscible, Schopenhauer dirá que el fenómeno no es mero conocimiento, sino apariencia e ilusión y  que lo que para Kant era la cosa-en-sí, es lo que está escondido detrás de lo que percibimos, por lo que sí es congnoscible y asegura que el conocimiento de lo real. 
 
Resumiendo: por un lado, existe la representación y por otro, existe el mundo en sí, que él llama voluntad, por lo que el mundo se presenta siempre como dualidad.
 
La voluntad es, por tanto, el principio al cual absolutamente todo se reduce y se opone a la representación, que Schopenhauer cataloga como «disfraces de la voluntad originaria», que en tanto absoluta, niega de toda individualidad y afirma una suerte de determinismo absoluto. 
 
De modo tal que, bajo esta línea argumentativa, los seres humanos «somos víctimas de un sueño representativo tras el cual está la voluntad absoluta», sintetizó Pérez Pirela. En su juicio, una manera de ilustrar ese planteamiento se encuentra la película Matrix. Allí la matriz guía las acciones de los seres humanos, sin que estos tengan conciencia de su existencia. 
 
Schopenhauer sostiene que las dos caras de la realidad se unen en el cuerpo del sujeto que conoce y como en él se enlazan la voluntad y la representación, «es el medio en el cual nos representamos en el mundo». 
 
Desde este ángulo, la voluntad es «la esencia del cuerpo» que, además, consigue que se mueva y el cuerpo «es entonces la voluntad absoluta hecha representación, mundo sensible, (…), voluntad representada». 
 
¿Existe la individualidad o solamente somos voluntad representada?
 
Arthur Schopenhauer asegura que el conocimiento se alcanza con la introspección, que entiende como la mirada que realiza el sujeto al interior de sí mismo, a través de la cual se descubre como voluntad. Así, el mundo que nos rodea, todo cuanto existe y se mueve, es «mera representación» de la voluntad absoluta que lo sustenta debajo. 
 
Por ello, explicó el también director de LaIguana.TV, aunque todos somos diferentes desde el punto de vista de la representación y de lo sensible, para Schopenhauer estas diferencias son aparentes, pues son diferencias sensibles. En el fondo, asevera, «somos exactamente lo mismo: títeres de la voluntad». 
 
De lo antes dicho se desprende que desde el punto de vista del padre del pesimismo metafísico, la individualidad no existe y cada persona no es otra cosa que las muchas maneras que tiene la individualidad de representarse.
 
Esta conclusión trae consigo que la voluntad, en contraste con el individuo, existe más allá del tiempo y del espacio y por ello es capaz de manifestarse en todos los seres humanos como individualidad. 
 
Siguiendo los planteamientos de Baruch Spinoza, Schopenhauer dirá que aunque los individuos existan solamente como representación, la voluntad absoluta se representa en cada ser como un impulso inconsciente que tiene como objetivo la supervivencia, es decir, la concibe como una especie de voluntad de vivir. 
 
Además, recuperando una noción platónica, establece una «graduatoria de la existencia», en el que el escalón más bajo lo ocupan los minerales. Le siguen las plantas, los animales y finalmente, el último peldaño es ocupado por el Hombre, que al tener personalidad, posee el nivel más alto de individualidad.
 
La vida como dolor y sufrimiento: ¿hay escapatoria?
 
El hombre es, a su parecer, conciencia de sí y voluntad irracional de vivir, mientras que el mundo es dolor. Esto es de este modo, porque si la voluntad se expresa en un instinto de supervivencia, los seres humanos se ensarzan en una lucha por su supervivencia –como también lo planteara Hobbes, para quien el Hombre era lobo del Hombre–, una guerra eterna, que hace que nuestra existencia esté caracterizada por el dolor. De ahí su frase: «toda vida es dolor». 
 
Miguel Ángel Pérez Pirela puntualizó que Schopenhauer no quiere justificar ni valorar la realidad, solamente quiere decir que es determinada, esclavizada por la voluntad. 
 
Por otro lado, la vida también es dolor porque al ser voluntad, es un perpetuo deseo y todo deseo se funda en una privación y es ese deseo continuo lo que hace sufrir. En la filosofía pesimista de Arthur Schopenhauer, dolor y sufrimiento son, pues, características fundamentales de la vida. 
 
La vía para escapar de este dolor y sufrimiento, entendidos como cuasiinmanentes a la existencia humana, no está en la satisfacción de todo deseo. Por un lado, porque una vez satisfecho un deseo, se desea otra cosa y ese espiral no se detiene nunca y por otro, en el improbable caso de que una persona se encontrare plenamente satisfecha con su vida, en lugar de toparse con la felicidad, le sobrevendrían el hastío y el aburrimiento. De esta manera, Schopenhauer sostendrá que la vida va del dolor hacia el aburrimiento; del hastío al dolor.
 
Aportando otro aspecto de interpretación de las tesis desarrolladas en El mundo como voluntad y representación, Pérez Pirela mencionó que bajo esta concepción filosófica, la voluntad implica un egoísmo, pues cada persona, al ignorar que existe una voluntad que guía la existencia de todos por igual, se cree la representación total de la voluntad y solamente se preocupa por su autoconservación.  
 
Esto trae como consecuencia que las permanentes luchas por la supervivencia, se traduzcan en un aumento de la muerte y el dolor universal, puesto que aunque el individuo no sea inmortal, la voluntad sí lo es y le es indiferente que nuestra existencia –entendida como vida de dolor– desaparezca en una totalidad. 
 
Pese al oscuro panorama esbozado por Schopenhauer, existen, en su criterio, tres maneras de deshacerse de los deseos de la voluntad, causa de que la existencia humana sea sinónimo de dolor y sufrimiento.
 
En primer término sugiere como antídoto la contemplación del arte, muy particularmente de la música, pues el sumergirse en la experiencia estética hace que los seres humanos se olviden de los deseos de la voluntad. 
 
La segunda vía que propone es la práctica de la compasión. En este caso, argumenta que ello es posible en la medida que el individuo se da cuenta que tanto él como los otros son víctimas de la voluntad y en lugar de juzgar los defectos ajenos, comienza ver a los demás como «compañeros de sufrimiento». Así, el ser compasivo se traduce en mayor generosidad y en un abandono de la idea del otro como un enemigo en la lucha por la supervivencia, cimiento de la voluntad, en tanto instinto irracional. 
 
El último mecanismo expuesto por Arthur Schopenhauer para eludir los deseos de la voluntad, es el ascetismo, es decir, la privación de todo placer carnal o espiritual, pues de ellos se alimentan los deseos de la voluntad. 
 
La vida ascética definida por este filósofo implica el abandono de la sexualidad y de los llamados «placeres de la carne», de la búsqueda del reconocimiento de los otros y la renuncia a reproducirse, así como alimentarse solamente hasta el punto que se requiera para permanecer vivo. 
 
Para finalizar, Pérez Pirela refirió que uno de los grandes temas de la Filosofía era la búsqueda del sentido de la vida, aún cuando esta fuera sufrimiento. Por eso, aunque se entienda que «el mundo fue y será una porquería» como reza la letra de un conocido tango y se constate filosóficamente que el mundo es eso, a contrapelo de lo que defendiera Schopenhauer, para quien la voluntad guía toda acción humana, ese diagnóstico le permite a los seres humanos emprender acciones orientadas a transformar la realidad. 
 

(LaIguana.TV)