Este miércoles 1 de diciembre, el filósofo y comunicador Miguel Ángel Pérez Pirela entrevistó en su programa Desde Donde Sea a Danny Shaw, profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York sobre temas de actualidad de Estados Unidos y América Latina. 
 
La conversación inició con las reflexiones de Shaw acerca de la desconexión y arrogancia de los estadounidenses sobre los asuntos de América Latina. A modo de ilustración refirió que solamente 37% de sus compatriotas posee un pasaporte, lo que aparejado con el así llamado excepcionalismo estadounidense, supone una inmensa limitación para compenetrarse con las realidades de otras naciones. 
 
El académico comentó que en este momento se suceden varias epidemias sociales en su país: la de supremacía blanca, la de abusos policiales en contra de afroestadounidenses e inmigrantes y la de opioides, que se ha cobrado la vida de más de 100.000 personas. 
 
A partir de este comentario, el experto refutó la tesis según la cual Venezuela y su gobierno trafican cocaína, pues el país no figura los mapas de rutas de narcotráfico que han levantado las autoridades y, aunque es cierto que la cocaína se consume regularmente en los Estados Unidos, lo cierto es que el mayor número de muertes está relacionada con el consumo de heroína. 
 
El racismo fue otro de los temas de la política interior a los que aludió Shaw en su intercambio con Pérez Pirela. En ese orden comentó que los afroestadounidenses están librando una batalla antirracista que, de más en más, ya deja algunos resultados, pues algunos de los miembros de la fuerza pública que han cometido crímenes de odio ya han sido sancionados por la ley. 
 
Sin embargo, el catedrático es poco optimista acerca de las acciones que eventualmente podría tomar el gobierno del presidente Joe Biden con respecto a este y otros temas internos, pues opina que su llegada a la Casa Blanca más bien está en consonancia con un movimiento imperialista relacionado con los intereses del capital. 
 
A pesar de esto, sostiene que Washington ha sufrido reveses en la región y no le ha quedado otro remedio que aceptar, por ejemplo, el triunfo de Xiomara Castro en la presidencia de Honduras, pues no había modo de mantener la cercanía con la narcodictadura de Juan Orlando Castro, tremendamente rechazada por la población. 
 
Algo similar sucede en el caso de Haití, a la que define como una especie de neocolonia estadounidense, donde las pandillas han reflorecido y aunque operan en buena medida como una confederación criminal, paralelamente constituyen una especie de poder contestatario frente a las pretensiones de Washington de nuevamente ocupar militarmente el país. 
 
De vuelta a los asuntos internos de Estados Unidos, Shaw comentó que el pueblo estadounidense más marginado –blancos pobres, afroestadounidenses e imigrantes– es víctima de su gobierno, que avanza una política de genocidio contra ellos, que no suelen estar conscientes de su propia condición. 
 
En su criterio, esto se debe a que el proyecto cultural imperialista ha penetrado en todos los intersticios de la humanidad. Internamente, los estadounidenses se creen superiores al resto del mundo, mientras que aguas afuera suele venerarse todo cuanto tenga factura de esa nación y la mayoría ni siquiera cuestiona sus actuaciones, aunque impliquen guerras, saqueos y muertes. 
 
Estos saldos, asegura, son esenciales para el sostenimiento del proyecto hegemónico imperial. De ahí que cuando un país se rebela a sus dictámenes, Washington «envía latigazos neocoloniales» en forma de sanciones, bloqueos y expolios de diversa índole. 
 
La democracia venezolana no está en Altamira ni en el Country Club
 
Con respecto a su experiencia como observador internacional en las megaelecciones regionales y municipales del pasado 21 de noviembre, Shaw aseguró que en Venezuela la democracia no está centrada en las élites que residen en Altamira y el Country Club –urbanizaciones de clase media alta de Caracas–, sino que esta se ve y se siente en los barrios populares. 
 
Por eso manifestó que su deseo es que más estadounidenses puedan ver con sus propios ojos a una sociedad construyendo el socialismo, a pesar de que aún ciertas élites ostentan gran poder. 
 
Esto, reconoce, contrasta fuertemente con la posición del gobierno estadounidense, que aseguró que las elecciones eran fraudulentas cuando todavía no se habían realizado los comicios. 
 
Sin embargo, acotó que no es la primera vez que el tema de los supuestos fraudes electorales que se cometen Venezuela se usa en Estados Unidos con propósitos politiqueros, pues inclusive el expresidente Donald Trump «y sus socios», culparon al fallecido presidente Hugo Chávez por supuestamente controlar las máquinas de votación con las que supuestamente le habían arrebatado la reelección. 
 
Además, insistió que lejos de lo que se cree internacionalmente, sí hubo entusiasmo y sí hubo participación, en unos niveles comparables a los que se registran en los Estados Unidos cuando se realizan elecciones para el Congreso. 
 
A su parecer, la animadversión de Washington hacia Venezuela surgió porque el país se instituyó como una suerte de «mal ejemplo» en la región, cuya influencia se extiende hacia los distintos proyectos progresistas que, con las diferencias del caso, se avanzan en otras naciones del continente o encarnan ciertos candidatos, como es el caso de Gustavo Petro en Colombia, a quien ubicó en la socialdemocracia moderada y definitivamente lejos del uribismo. 
 
Haití, una neocolonia estadounidense que «resiste» con pandillas
 
Danny Shaw es un conocedor de la realidad haitiana. Solamente en 2021 ha visitado en cuatro oportunidades la nación caribeña y por eso, al ser inquirido por Pérez Pirela sobre la actualidad en ese país, no dudó en calificarlo como «una neocolonia» estadounidense que es falsamente presentado como un país pobre, cuando en realidad ha sido explotado y empobrecido. 
 
La situación de explotación es tal, que hay grandes maquilas y grandes plantaciones controladas por las élites con mano de hierro, al punto de que los trabajadores solamente accedieron a hablar con él portando unas máscaras completas, por el temor a ser identificados. 
 
La situación empeoró a partir del magnicidio del presidente Jovenel Moïse, pues se abrió la puerta para arreciar la represión contra los pobladores, mientras que las pandillas se disputan el control de los barrios. 
 
A su juicio, caracterizar y comprender la situación de Haití puede resultar harto difícil, porque están presentes varias situaciones contradictorias. Por un lado, el pueblo haitiano tiene una fuerte vocación antiimperialista que le hace rechazar la presencia estadounidense, de la Organización de Estados Americanos y de las Naciones Unidas porque el país ha sido invadido siete veces en los últimos años y no está dispuesto a tolerar otra ocupación militar, aunque esa resistencia esté siendo capitalizada en alguna medida por las pandillas. 
 
Según explicó el especialista, Jimmy Chérizier, conocido bajo el alias de «Barbecue», lidera la organización criminal más grande de todo Puerto Príncipe, el G9, quien suele ofrecer ruedas de prensa ataviado con un traje tradicional y un fusil. 
 
A su juicio, se trata del «hombre más fuerte de Haití», razón por la cual es permanentemente atacado por Estados Unidos y responsabilizado por la ola de secuestros de los últimos años, una clase de crimen de reciente aparición en esa nación. 
 
Sin embargo, Shaw matizó que eso no quería decir que Chérizier tuviera un historial limpio, sino que la confederación G9 no es la principal responsable de los secuestros, sino que lo son sus contrincantes, un hecho que la prensa oculta tan cuidadosamente como oculta sus nombres. 
 
Desde su punto de vista, las pandillas han proliferado porque una tercera parte de los haitianos que reside en los barrios pobres de Puerto Príncipe carece de empleo y sus sueños se reducen a huir del país, ora a República Dominicana, ora a Miami, y cuando no lo logran, se ven obligados a ingresar a las bandas para sobrevivir y protegerse de la violencia. 
 
Por otro lado, el experto aseguró que en el país circulan 1,5 millones de armas ilegales, lo que permite concluir que esas pandillas están conectadas al Estado y son entidades paramiltares, otro hecho que no es mencionado públicamente. 
 
Insistió en que los análisis de esta situación, también omiten la prolongada vinculación estadounidense con el paramilitarismo en Centroamérica y el Caribe, pues fue ese país el que armó a los ‘Tonton Macoute’, la policía secreta del dictador François Douvalier (Papa Doc), así como a toda la contrainsurgencia que operó en Honduras, Nicaragua y El Salvador. 
 
Se trata, en suma, de una política de tolerancia hacia el paramilitarismo, como se demuestra al verificar el tratamiento informativo que recibió el escándalo de los 28 paramilitares colombianos implicados en el magnicidio contra Jovenel Moïse, un hecho que fue presentado en la prensa estadounidense como un asunto de segundo orden. 
 
Así, explicó, aunque parezca contradictorio, los haitianos rechazaron el asesinato perpetrado por agentes del imperialismo, aún a pesar de oponerse a Moïse, quien pertenecía a uno de los sectores de la burguesía que se disputan el poder en el país antillano que, a su vez, tienen nexos con el paramilitarismo de las pandillas. 
 
La tercerización de la violencia y de la guerra
 
Recientes acontecimientos acaecidos en la región como la Operación Gedeón, el intento de magnicidio en contra del presidente boliviano, Luis Arce y el magnicidio del mandatario haitiano, son una muestra clara de que asistimos a una privatización de las guerras imperialistas a través de la explotación de mercenarios. 
 
Desde su punto de vista, este ‘modus operandi’ se han repetido una y otra vez en todo el globo, de maneras aparentemente distintas y sin que importe de qué clase de país se trate: la única condición es que este represente una amenaza para los intereses estadounidenses.
 
Inclusive, Shaw sostiene que lejos de lo que suele decirse, la llamada Guerra Fría sí supuso una confrontación armada, pero en los países del llamado «tercer mundo» –África, Asia y América Latina–, cuyos campos se llenaron de muertes en medio de disputas promovidas por Estados Unidos y, en menor medida, por la Unión Soviética. 
 
¿Cambiará la política de Biden hacia Venezuela y hacia otros países? 
 
El pensador estadounidense considera que «republicanos y demócratas son dos alas del mismo buitre», por lo que no cabe esperar grandes cambios en la política exterior estadounidense hacia Venezuela y otros países. 
 
En ese orden, vaticina que continuarán las sanciones, el sabotaje a los servicios públicos y otras injerencias imperialistas, porque no se trata de una política partidista sino imperial. 
 
Coyunturalmente, estima que los presidentes Pedro Castillo (Perú) y Xiomara Castro (Honduras), enfrentarán grandes problemas de gobernabilidad, gracias a interferencias estadounidenses ejecutadas a través de sus agentes locales. 
 
Aguas adentro, Shaw estima que Biden soporta sus acciones en su vicepresidenta, una mujer hija de inmigrantes, cuyo papel es revestir a su imperialismo con una capa de políticas de identidades pretendidamente liberal y hasta progresista. 
 
La democracia de las élites estadounidenses
 
Al cierre, el profesor estadounidense aportó reflexiones sobre la noción de democracia, recordando que cada invasión e injerencia emprendida por su país, se ha hecho en nombre de la democracia, motivo por el cual opina que hay que desmontar el discurso de la clase dominante, que agrede a terceras naciones escudándose en una retórica de libertad y derechos humanos. 
 
Así las cosas, asegura que cuando se habla de democracia, hay que preguntarse para qué clase social, pues la que existe en su país, solamente beneficia a las élites, mientras que los blancos pobres, afroestadounidenses e inmigrantes no tienen ninguna voz, pues los liberales han impuesto límites que no pueden ser trasgredidos. 
 

(LaIguana.TV)