Las enfermedades cardiovasculares son actualmente la principal causa de mortalidad en el mundo, pese a que la mayoría de desenlaces fatales se podrían evitar actuando a tiempo.

En parte es porque muchas de estas patologías no provocan síntomas en sus primeras fases, o los que causan se confunden fácilmente con problemas más leves. Este último es el caso del infarto silencioso, un ataque al corazón difícil de detectar y con un alto riesgo de muerte.

¿Qué es un infarto silencioso?

Un infarto silencioso es todo aquel (recordando que un infarto es una obstrucción del flujo de sangre al corazón que puede provocar daños en los tejidos del mismo) que no muestra los signos habituales de un evento cardíaco, como dolor o presión en el pecho, dolor en el brazo, cuello o mandíbula o falta de aire.

En su lugar, estos accidentes cardiovasculares provocan otros síntomas como indigestión, náuseas, mialgias (dolores musculares) o malestar general, manifestaciones más comunes de otras enfermedades como gastroenteritis o gripe.

De hecho, esta es la característica que hace especialmente peligrosos este tipo de infartos: a menudo, quienes lo sufren tienden a subestimar la gravedad del problema, retrasando la búsqueda de atención médica.

Otro aspecto peligroso es que no existe ninguna manera de determinar si una persona tiene mayor riesgo de sufrir un infarto de esta clase (esto es, mayor riesgo que otras formas de infarto). Por ello, las personas en situación de riesgo cardiovascular en general deberían estar especialmente atentas a los signos que se puedan corresponder con un infarto silencioso.

¿Cómo identificarlos?

Los posibles síntomas de un infarto silencioso incluyen debilidad, fatiga, agotamiento, inquietud, incomodidad, sudor, náuseas, vómitos, mareos, dolor leve en la garganta o el pecho y dolor en la espalda o los brazos.

En principio, si nuestro estado general de salud es bueno, estos síntomas no deberían motivar la búsqueda de atención médica urgente. Por ello, es esencial tener en cuenta nuestro riesgo personal de eventos cardiovasculares, a poder ser en base a una evaluación médica.

Como ocurre con el resto de patologías cardiovasculares, el riesgo aumenta en personas de edad avanzada, que sufren diabetes, que sufren sobrepeso, que tienen antecedentes personales o familiares de enfermedad cardíaca, que tienen la presión arterial anormalmente alta, que tienen el colesterol alto, que llevan un estilo de vida sedentario o que consumen tabaco.

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