Un tuitero muy asertivo semánticamente, dice que toda la nueva normativa de Estados Unidos para los connacionales aspirantes a vivir allá se puede resumir en la frase: “No se aceptan venezolanos pobres”. 

Como suele ocurrir, la realidad suena más real cuando es expresada con extrema crudeza, como lo hizo este audaz traductor de la palabrería burocrática gringa. Esa es la verdad desnuda. Lo demás es eufemismo, disimulo, circunloquio o -como decimos en este trópico- pura paja. 

Lo que ha ocurrido es que tanto las autoridades estadounidenses como muchos inmigrantes venezolanos que ya tienen cierto tiempo allá (y algunos se sienten “americanos”, en la acepción gringa del gentilicio) empezaron a ver con horror que el Arca de Noé se les estaba llenando de especímenes indeseables. Uy. 

Y entonces tomaron medidas para reservarse el derecho de admisión, basándose en el principio de soberanía, el mismo que Estados Unidos les niega a los demás países, incluyendo sus amigotes europeos (pero ese es otro tema).  

Y la medida fundamental, como bien lo resumió la persona indicada arriba, es que si no tienes plata –o un amigo con plata- no te vistas que no vas. O puedes ir, pero te van a rebotar en la entrada como a cualquier otro hispano sospechoso. 

Se acabó el idilio de la Migra con las madres que, según reseñas de los medios, pasaban a nado el río Bravo con un bebé en brazos y del lado de allá las agentes femeninas las esperaban con pañales y teteros calientes. O las historias de los señores que, al coronar la faena, besaban llorosos la tierra de la libertad. Ahora, se inventaron una muy propia de esa sociedad de corporaciones y grandes negocios: para ser bien recibido allá debes tener un patrocinante, alguien que pague una especie de fianza anticipada, no vaya a ser que tú pongas la torta en casa ajena.  

No puede estar más claro que con ese sistema solo podrán ir a disfrutar su “modo americano de vida” los que tengan dinero suficiente para conseguir su sponsor. Florecerá el negocio (ya debe estar floreciendo) de pagarle a alguien que tenga la ciudadanía para que se declare patrocinante. Y seguramente los niños de pecho de la oposición golpista venezolana van a llevarse la mejor tajada. Ellos son así. 

Excluidos los aventureros (pobres) del Darién, los 24 mil cupos que “generosamente” otorgará el gobierno de Estados Unidos quedarán para los mejores postores en la subasta, pues operará la mano invisible del mercado. Faltaría más. 

Héroes inflados y pinchados

Con el final del tratamiento especial que estaban recibiendo los venezolanos (en comparación con el resto de los latinoamericanos y caribeños) se queda sin sustento el gran tema de los últimos tiempos: las masas de connacionales que “huían” de Venezuela (de la dictadura, del socialismo, de la represión brutal, de la crisis humanitaria… en fin) a través de una de las selvas más peligrosas del continente, el Darién, que no queda en Venezuela, sino lejísimo, entre Colombia y Panamá. 

En todo este tiempo, las historias de tragedia y heroísmo de los venezolanos cruzando esta región llenaron las páginas y tiempos de todos los componentes de la maquinaria mediática hegemónica global, desde el aristocrático The New York Times hasta los medios digitales “venezolanos” (pero pagados por la USAID o sus equivalentes europeos). También coparon las redes sociales con videos transmitidos desde la “jungla” (como suele llamársele en las películas) con un insólito despliegue tecnológico que ya quisieran para sí algunas ciudades.  

Nunca quedó suficientemente claro si es que esas personas, una vez que entraban a Panamá (país que, según se puede deducir, les permitía ingresar por esa vía ilegal, aunque, por los canales regulares piden visa) seguían caminando o usando precarios medios de transporte a través de toda Centroamérica y México hasta llegar a la frontera del codiciado imperio.  

Todo sonaba muy incoherente, entre otras razones porque un recorrido de esa longitud y a través de tantos países requiere de bastante dinero para alimentación, transporte, sobornos a autoridades (pues, se supone que van ilegales) y pago de los célebres “coyotes”. Ese nivel de gasto contradice la narrativa de que los viajeros son casi desplazados de guerra que marchan en caravana con lo que llevan puesto. Pero, bueno, estamos en tiempos en los que cada quien cree lo que quiera creer, por más alocado que sea el relato. 

Lo más dramático de todo este asunto es que algunas de esas personas que “se fueron por el Darién” o que andan actualmente en esa travesía demencial, se encontraron de pronto con el cambio de política de Estados Unidos. Es realmente trágico, no solo para quienes lo sufren en carne propia, sino también para sus familiares, allegados y, de alguna manera para todos nosotros. 

Torneo de hipocresía

La modificación de las reglas para que los venezolanos entren a Estados Unidos ha sido como el disparo de salida a una carrera de campeones de la hipocresía, tanto allá como acá. 

Veamos lo de Estados Unidos: bloquearon el país; aplicaron toda clase de medidas coercitivas unilaterales; se robaron Citgo; pirateraron buques tanqueros de gasolina; auparon la invasión del territorio con falsas ayudas humanitarias y con células de mercenarios y desertores; fijaron recompensa por la cabeza del presidente constitucional; crearon un pelele autoproclamado; socavaron el diálogo del gobierno con las oposiciones; instigaron disturbios callejeros; dirigieron ataques contra instalaciones petroleras y de electricidad… y todo lo demás que todavía no se sabe. Bueno, después de todas esas acciones destinadas a causar una situación insoportable en el país, dijeron que estaban “preocupados” por el éxodo. Hicieron propaganda mundial contra el socialismo venezolano apoyándose en la ola migratoria que ellos mismos ayudaron a generar. Y ahora, para colmo de cinismo, están echando de su país a los venezolanos que se comieron el cuento de que allá todo va bien y los esperaban con casa, comida, empleo bien pagado y carro último modelo. 

Este maltrato es otro de los muchos que deben sumarse al catálogo de infamias que las élites de ese país imperial aplicaron a Venezuela por no tener el tipo de gobierno que a esa gente les parece aceptable.  

Muy asociados a esas élites están los venezolanos que han participado en sus tentativas de “cambio de régimen”, con la esperanza de ser los ungidos con el poder una vez que fuera derrocado el gobierno de Nicolás Maduro o asesinado el mandatario. 

Esos nefastos personajes instigaron a miles de venezolanos a abandonar el país y luego han estimulado los brotes de xenofobia contra sus propios compatriotas, todo por el empeño de consolidar la matriz de “la peor crisis migratoria del mundo mundial” y propiciar una intervenció armada multinacional. Ya lo hicieron en los países suramericanos, con la deplorable actuación de Julio Borges, quien calificó a los migrantes venezolanos como “una enfermedad contagiosa”. Ahora hay señales inequívocas de que también estuvieron metidos en el cambio de reglas en Estados Unidos. 

Los voceros del gobierno autoproclamado se muestran compungidos por lo que les está pasando a los inmigrantes ilegales venezolanos, pero hay numerosos indicios de que participaron en el diseño de la medida o, al menos, estuvieron al tanto. Y lo hicieron porque desde hace unos meses, la ola migratoria venezolana se estaba saliendo de su cauce. Ya no era un coto cerrado para opositores de clase media que llegaban allá con falsas alegaciones de ser perseguidos políticos y refugiados humanitarios. Socialmente, el conjunto se estaba tiñendo de pueblo llano, algo a lo que la dirigencia opositora le tiene asco en Venezuela (aunque le hagan carantoñas interesadas) y que en Estados Unidos les produce vergüenza porque son demasiado chusma, turba y lumpen y, en consecuencia, dañan la imagen de los migrantes sifrinos. 

Otros que andan dándose farisaicos golpes de pecho son quienes manejan los medios de la “prensa libre”, que luego de impulsar a legiones de venezolanos a irse del país porque acá no había futuro, porque cualquier lugar era mejor que este; después de elevar hasta la hipérbole la posverdad del Darién, ahora pretenden actuar como si no hubiesen tenido nada que ver, como si se hubiesen limitado a informar objetivamente. Y entonces se les oye o se les lee pidiendo a Estados Unidos que no sea tan Estados Unidos.  

Conmueve ver a los migrantes venezolanos expulsados hacia México, donde ellos no quieren estar ni los mexicanos quieren que estén. Impresiona verlos protestar contra el gobierno estadounidense, con la actitud de quien se siente traicionado por un hermanazo del alma. Asombra ver que, según parece, ignoraban que las autoridades de Estados Unidos han venido cometiendo contra los migrantes de Suramérica, Centroamérica y el Caribe toda clase de atropellos, incluyendo barbaridades como separar a los niños de sus padres, meterlos en cárceles infantiles y someterlos a juicios en un idioma que no hablan. Claro, tal vez no se habían enterado porque sus medios de comunicación, tan libres y democráticos, siempre se lo ocultaron. O quizá sí se enteraron, pero prefirieron creer que era un invento de los comunistas para desprestigiar al país más democrático del mundo. 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)