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Corea del Norte ha lanzado un misil de medio alcance que recorrió 500 kilómetros antes de caer en el Mar de Japón en lo que constituye el primer ensayo de este tipo que realiza tras la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, que sin embargo reaccionó de forma comedida y ateniéndose a las mismas pautas que había adoptado en estos casos la administración de Barak Obama.

 

La acción norcoreana se produjo justo cuando Trump recibía al primer ministro japonés Shinzo Abe en su complejo turístico de Florida.

 

Abe calificó este ensayo de «absolutamente intolerable», mientras que Trump se limitó a decir que EEUU estará «al lado de Japón, su gran aliado, al 100 por 100».

 

Un funcionario norteamericano aseguró a la agencia Reuters que EEUU estudiará la aplicación de nuevas sanciones y reforzar su contingente militar en la zona pero adoptando una respuesta «equilibrada para evitar una escalada».

 

«No ha sido una sorpresa. Al líder norcoreano le gusta atraer la atención en este tipo de fechas», añadió.

 

La reacción inicial del mandatario sumada a la actitud que adoptó horas antes en su llamada a Xi Jinping constituye un giro radical respecto al tono displicente y desafiante que había adoptado con anterioridad al referirse a asuntos como la pugna entre China y EEUU:

 

Aunque la agencia surcoreana Yonhap indicó que los militares locales estimaban que podría tratarse de un misil Musudan, que tiene un alcance de hasta 4.000 kilómetros y por lo tanto puede llegar hasta las bases norteamericanas instaladas en Okinawa, en Japón, o en la isla estadounidense de Guam, después modificó su análisis y dijo que los mismos uniformados pensaban ahora que podría tratarse de un Rodong.

 

Este último proyectil sólo tiene un radio de acción máximo de 1.500 kilómetros, lo que le permite cubrir toda la Península y el vecino Japón.

 

Seúl fue quizás quien respondió de forma más contundente y el ministerio de Exteriores acusó a Kim Jong Un -el máximo líder norcoreano- de mantener «una naturaleza irracional» y estar «obsesionado de forma fanática» con la expansión de su arsenal nuclear y de misiles.

 

«Es una clara y explícita violación de las resoluciones de la ONU y una grave amenaza para la paz y la estabilidad de la península», insistió el texto oficial.

 

Por su parte, el estado mayor surcoreano opinó que el ensayo es «una prueba de fuerza para contrarrestar la línea dura del nuevo gobierno de EEUU», mientras que el presidente en ejercicio, Hwang Kyo-ahn, aclaraba que su país «en tándem con la comunidad internacional» prepara «la respuesta correspondiente para castigar» a Pyongyang.

 

Aunque el cohete no es el misil intercontinental que Kim Jong Un dijo que se encuentra en su fase final de preparación -un arma que supondría una amenaza directa para el territorio continental de EEUU-, el ensayo constituye el primer desafío real para la nueva administración estadounidense y anticipa una enésima espiral de tensión en la Península.

 

Como ya es habitual cada año, esta dinámica podría alcanzar su clímax con las próximas maniobras conjuntas que celebrarán los ejércitos de EEUU y Corea del Sur en marzo, que siempre han provocado una violenta gesticulación verbal por parte de Pyongyang.

 

Bajo el mandato de Kim Jong Un, Corea del Norte ha mantenido una expansión acelerada de su programa nuclear y de misiles, llegando a disparar más de 20 cohetes durante el último año, todo un récord desde que la nación asiática comenzó a probar este tipo de armamento en 1993.

 

Citado por la página NK News, Cha Du-hyeogn, el ex responsable de los servicios de Inteligencia de Corea del Sur durante la presidencia de Lee Myung-Bak, opinó que Pyongyang había elegido «un momento ideal» para «introducir una cuña en las relaciones de cooperación entre» Seúl y Washington ante «el caos» que reina actualmente en el escenario político surcoreano.

 

«Incluso si Pyongyang hace alto tonto, existen múltiples barreras que impiden a los Estados Unidos lanzar un ataque preventivo o emprender acciones militares», añadió.

 

Corea del Sur se encuentra inmersa en una profunda crisis política y a la espera de que el Tribunal Supremo decida si confirma la recusación de la presidenta Park Geun-hye, lo que abocaría al país a nuevas elecciones.

 

La crisis de la Península podría convertirse en un monumental embrollo para Washington ya que además de tener en cuenta la posible reacción de Corea del Norte también debe contar con la influyente posición de China, que todavía sigue siendo el principal aliado de Pyongyang.

 

El mismo funcionario de EEUU que habló con Reuters dijo que Washington incrementará su presión sobre China para que este país ayude a controlar a Corea del Norte.

 

La nueva cúpula de Estados Unidos y los actuales dirigentes de Corea del Sur han reafirmado su decisión de desplegar durante el presente año el escudo antimisiles THAAD en la Península pese a la decidida oposición de Pekín.

 

Las diferencias entre China y Corea del Sur en este sentido amenazan con desatar toda una guerra comercial entre ambos países.

 

El país comunista es el principal socio comercial de Corea del Sur y compra cerca de una cuarta parte de todas las exportaciones surcoreanas, que al mismo tiempo constituye el eje central de la economía de esa nación, ya que representan casi el 50 por ciento de su PIB.

 

Un comentario publicado en la agencia oficial china Xinhua en agosto del 2016, poco después de que Seúl y Washington anunciaran su acuerdo sobre el THAAD, dejaba claro que para Pekín la presencia de ese sistema armamentístico cuyos radares tienen el suficiente alcance para controlar parte del territorio chino constituye una «grave amenaza a la seguridad nacional» muy superior a cualquier acción inesperada por parte de Corea del Norte.

 

«La decisión de desplegar el sistema antimisiles traerá la catástrofe a la Península y destrozará la confianza política mutua y los lazos económicos entre Seúl y sus vecinos», advertía el medio de comunicación controlado por el PCC.

 

(elmundo.es)

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