Lo ocurrido en Bolivia es, claramente, una rebelión neoliberal en la que confluyen los intereses de las élites económicas, pero con un fuerte componente clasista y racista. Esto explica por qué cayó el gobierno de Evo Morales en medio de una situación de crecimiento y estabilidad económica.

 

El planteamiento es del sociólogo Reinaldo Iturriza, exministro de Comunas, quien ha dedicado tiempo a estudiar el comportamiento de los sectores que dominan estas contrarrevoluciones, especialmente las que se han intentado en Venezuela.

 

El domingo, horas antes de que se consumara la forzosa renuncia de Evo Morales, Iturriza expresó, a través de su cuenta Twitter: “Una lección que nos deja Bolivia (entre otras): pueden darse rebeliones neoliberales en países con economía estable, próspera, con inflación casi cero. No es la economía sino una clase / raza que se cree predestinada a conducir el país. Tal cual ocurre en Venezuela”.

 

-¿Cómo se configuran estas rebeliones neoliberales?

 

-Hablo de “rebeliones neoliberales” para no complejizar mucho la cosa, porque son movimientos profundamente clasistas y racistas que impulsan proyectos inequívocamente neoliberales. En Bolivia ya había una tradición de este tipo de ataques racistas contra Evo Morales. Las clases detrás de estas movilizaciones, las que las alientan y atizan, las que las soportan materialmente, tienen un proyecto que no es otro que el neoliberalismo. No hay un abanico: es neoliberalismo puro. Los prejuicios de clase y de raza son los que motorizan estas rebeliones neoliberales, aunque siempre lo económico termina siendo lo determinante porque esas clases sociales supremacista son las mismas que han tenido históricamente el control de la economía y han sido desplazadas, por más que no haya sido del todo, de algunos sectores, han perdido negocios y no pueden seguir tolerándolo. El gobierno puede ser bueno o malo pero sienten que les impide hacer los negocios y prevalecer económicamente a sus anchas.

 

-¿Cómo ha ocurrido este fenómeno en el caso venezolano?

 

-Hace un par de años, plantee que era necesario distinguir entre el malestar popular legítimo que ha surgido como consecuencia de la crisis económica, y el rechazo del antichavismo originario, es decir, de las capas de la población que ya eran antichavistas mucho antes de la crisis. La identificación política con el antichavismo no tiene que ver absolutamente con la crisis. Cuando vivíamos la etapa más próspera, de bonanza económica, de  altos niveles de consumo y de crecimiento, de todas manera había unos grupos poblacionales que consideraban que vivir en Venezuela era lo peor en el universo. La identidad política antichavista va más allá de lo material, es un posicionamiento político, una construcción de la subjetividad en la que influyen prejuicios muy graves de clase y de raza. Independientemente de cuáles sean sus condiciones materiales personales y como clase, el chavismo para esas personas no va a dejar nunca de ser un accidente, una circunstancia que ocurrió porque asumió el control del gobierno una gente que no tiene el más mínimo derecho a estar allí.  Para ellos no van tener nunca legitimidad porque los líders son gente ignorante y poco preparada, expresión de las mayorías ignorantes y poco preparadas. Este discurso del fraude que hace constantemente el antichavismo es producto de esa convicción, de no aceptar que las mayorías populares, de la mano de Chávez, se hicieron con el control del gobierno.

 

Bolivia era el contraejemplo

Iturriza recalcó que en los últimos años, en la medida en que se ha ido agravando la crisis económica, se asumió un discurso que despacha el conflicto político diciendo que el chavismo es una clase política sobradamente incapaz de regir los destinos del país y debe salir. “Lo curioso es que cuando esa crítica proviene de gente ubicada más hacia la izquierda, de posturas más  ‘progre’, se apuntaba hacia Bolivia como el contraejemplo. Ahora vemos que la estabilidad económica tampoco es una garantía”.

 

-¿Cuáles han sido los intentos de rebeliones neoliberales en Venezuela?

 

-Las olas de violencia de 2004, 2014 y 2017 fueron programáticamente neoliberales porque así es la dirigencia de esa clase política y una parte de su base social. Las rebeliones populares son transparentes cuando se trata de identificar las causas, como lo vimos acá en 1989 o como se observa en Chile actualmente. En cambio, en  2014 ¿puede alguien explicar racionalmente la causa de ese estallido de rabia? La situación económica era casi estable. Apenas comenzaban los ataques a la economía. El chavismo venía de victorias electorales que no podían cuestionarse. En 2017 también ocurre así, aunque ya apretaba la crisis económica. Esas rebeliones neoliberales detonan con pretextos, argumentos que son más disparadores que otra cosa. Lo que hacen es despertar una protesta que se encuentra latente que tiene que ver con prejuicios de clase y de raza. Ya vemos que pueden surgir en medio de una crisis económica o de la bonanza.

 

-¿Lo económico tiene un carácter secundario?

 

-No exactamente. Uno podría decir que, vista la experiencia boliviana y las nuestras, que lo económico no importa, que igual puede haber un desastre económico o no, pero eso no es así. Es una manera grosera de analizarlo. Lo impresionante es que el antichavismo haya sido incapaz de capitalizar el descontento, el malestar de la población. Creo que ha sido incapaz por su carácter supremacista. Una cosa es que estés profundamente descontento, que llegues a no identificarte con el gobierno y hasta con el chavismo, y otra cosa es que creas que la forma de solucionar ese problema sea la violencia irracional que vivimos en 2017. En 2019 lo preocupante es que se haya incorporado como opción viable, la de una invasión militar. No ya los hechos fascistas de 2017 sino una invasión. Han querido taladrar el sentido común para tratar de que se acepte lo más inaceptable. A pesar de eso la mayoría de la población no quiere esa salida.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)