El ser humano contemporáneo está permanentemente deprimido, sufre la soledad a pesar de los medios de comunicación y las redes sociales de las que dispone, ha renunciado a su pasado y cree que puede alcanzar la felicidad en el futuro a través del éxito individual. 

Este retrato es el centro de uno de los debates filosófico-políticos más importantes de la actualidad entre los liberalistas (o liberals, en inglés) y los comunitaristas, el tema que fue abordado por Miguel Ángel Pérez Pirela en sus Viernes de filosofía, del programa Desde Donde Sea.

Se trata de un asunto tan denso y concerniente a nuestra actualidad que se ha propuesto tocarlo durante varias clases.

En esta primera entrega hizo el planteamiento general de la discusión, que ya lleva medio siglo desarrollándose, especialmente entre filósofos estadounidenses, canadienses y europeos. También mostró algunos de los enfoques críticos más agudos, a cargo de pensadores como Charles Taylor, Christopher Lasch y Robert Bellah.

El programa fue dedicado a Salvador Allende, en el aniversario del golpe de Estado y de su asesinato, el 11 de septiembre de 1973.

Los protagonistas del debate

Para situar  el debate, Pérez Pirela comenzó explicando que este se ha venido dando entre los liberalistas y los comunitarias. “Los liberalistas no son neoliberales como tal, sino liberales de la izquierda, cuyo capo fila es Johns Rawls y su libro Una teoría de la justicia. A estos se oponen autores como Michael Sandel, Charles Taylor y Alasdair McIntyre, que son comunitaristas”.

En la discusión tercian otros, que piensan que la moral se puede acordar mediante un contrato, como David Gauthier (La moral por acuerdo), los pensadores del anarquismo de derecha, como Robert Nozick (Anarquía, Estado y utopía).

El debate tiene un fuerte componente moral. “¿Qué viene primero: la moral o la justicia; la moral o la política? Cuando quiero hacer el bien común, ¿en qué debo fundamentarme? Para Gauthier se fundamenta en un contrato social racional. Para Taylor, en un bien anterior. Para Rawls, en un acuerdo social entre individuos con velo de ignorancia”.

Para su disertación, el filósofo y comunicador venezolano utilizó también un libro de su autoría, Perfil de la discusión filosófico-política contemporánea.

En esa obra, Pérez Pirela recuerda una clase de Michael Sandel en la Universidad de La Sorbona, durante el otoño del 2001. Comenzó su exposición con un problema: “Imaginemos encontrarnos en un tren sin frenos y que frente a nosotros percibamos la presencia de cinco personas que trabajan en los rieles y no se dan cuenta del peligro. En el mismo instante, nos percatamos de que los rieles, justo antes de llegar a esas cinco personas, se bifurcan en otros rieles, que nos permitirían tomar otra ruta y nos evitarían atropellarlas. Apenas miramos más allá nos damos cuenta que en estos segundos rieles se encuentra una persona trabajando. La pregunta es ¿escogeríamos atropellar a las cinco personas del riel principal o a la única persona del riel de desvío?”.

Un segundo dilema planteado por Sandel dice que ya no estamos en el tren, sino en tierra, observando que está por atropellar a cinco personas y que cerca de nosotros se encuentra un hombre extremamente gordo, tan gordo que si lo empujamos, detendría al tren y, por ende, no mataría a las cinco personas. La pregunta es ¿empujaríamos al gordo, sacrificándolo y salvando a las cinco personas?

Según Pérez Pirela, este tipo de preguntas no suelen ser respondidas en términos racionales, sino en términos de bien y mal, es decir, en relación a problemas de prioridades morales. De la respuesta que demos depende si estamos hablando desde el liberalismo, el comunitarismo.

“Las aplicaciones de las teorías filosófico-políticas encuentran su lugar en situaciones seguramente más vastas que los ejemplos porque no se trataría en los problemas contemporáneos de salvar a una o a cinco personas, sino que tienen que ver con leyes étnicas a lo interno de un Estado, impuesto que miran a la redistribución de riqueza, repartición de tierras, etcétera. Surgen preguntas como a quién le daríamos la tierra: ¿A quién las necesita o a quién tienen dinero para comprarlas? ¿A quién le daríamos preferencia en un Parlamento de un Estado con varias etnias e identidades? ¿Quién paga más o menos impuesto? Todo esto depende de en qué ideología nos inscribimos”, expresó.

Las diferentes respuestas ante el problema planteado por Sandel, son pensadas en términos de jerarquía de bienes que puedan justificar la acción y no en términos de racionalidad procedimental. Con esas respuestas, Sandel pretende demostrar que el problema de la filosofía política sería entonces no solo racional, como quieren avanzar los liberales, sino moral.

“Un punto clave es que no se puede describir al individuo como lejano a su entorno cultural, como lo planteaba Descartes: solo razón. Todo individuo está circunscrito a un entorno cultural, social, económico. Hablar de un individuo que depende solo de sí mismo es un absurdo. La respuesta es la de un individuo situado, con identidad, cuya autonomía no tiene nada que ver con execrar su entorno, su pasado y su familia. Los problemas del individuo contemporáneo parecen ser los de un sistema más complejo. Los liberals proponen sistema individualista. Un individuo que cree que es autónomo porque separa la otredad. Cuando ejecuto una acción, ¿pienso que es buena o mala o pienso que es legal o ilegal? ¿Puedo escoger a través de un contrato social lo que es bueno y lo que es malo? ¿La identidad del sujeto puede construirse de espaldas a las condiciones reales de su entorno? El comunitarismo dice no: el individuo siempre es un individuo situado. Los liberals dicen que sí,  que el individuo puede construirse a sí mismo”.

A juicio de Pérez Pirela, es difícil sostener el modelo de individuo que postula el liberalismo, fundado en la ausencia de bienes anteriores, la relativización de la comunidad como condición necesaria del ser humano y una visión del individuo como átomo que debe garantizar su individualidad en procesos jurídicos normativos.

“El contexto histórico de este debate comienza con la publicación en 1971 de Una teoría de la justicia, de John Rawls, que fue una especie de tsunami en la discusión filosófico-política internacional y a partir de él, los comunitaristas nacieron como grupo para criticar. Desde entonces se opusieron autores como Dworkin, Taylor, Ackerman, Sandel, MacIntyre, Walzer, Williams, Raz, Larmone, Waldron, Kymlicka, Macedo, Galston, Nagel y Skinner. Podríamos mapear el liberalismo en igualitario o de izquierda de Rawls y el liberalismo de derecha o libertarismo,  representante en el campo filosófico del neoliberalismo, encarnado en Nozick y su libro Anarquía, Estado y sociedad.  Por otro lado tenemos el contractualismo, representado en La moral por acuerdo, de Gauthier”, puntualizó.

Dijo que para hacer el levantamiento sociológico necesario en este caso, utilizaría los libros de los filósofos que han encabezado el debate contemporáneo entre liberales y comunitaristas: Christopher Lasch, La cultura del narcisismo; Robert Bellah, Hábitos del corazón; Michael Sandel, El liberalismo y los límites de la justicia; Charles Taylor, Fuentes del yo; y Alasdair MacIntyre, Tras la virtud.

“Tenemos que partir de la pregunta ¿cuál es el status quo del individuo contemporáneo, caracterizado por la depresión, la soledad, la angustia, el miedo, del desconocimiento de su pasado, el no saber cuál es el futuro, la banalidad, lo vacuo, estar encerrado en los medios de comunicación y las redes sociales, pensando que eso es la vida. Es un individuo en crisis, pero  ¿crisis de qué? –se preguntó-. Lo primero que el liberalismo (y el neoliberalismo) le quita, le roba al individuo es su historia, su pasado. Por eso tiene una aversión al pasado, no le gusta, su lugar es el presente. Así nos han querido vender la vida. Nos dicen que pensemos solo en el ahora, en el presente, no mirar para atrás. Esto nos deja perdidos al no poder medir nuestras acciones a través de lo que nos precedió”.

“Bellah y Lasch, de formas diferentes, describen y critican este conflicto con el pasado, reflexión que es más importante ahora, en medio de la pandemia. Vemos individuos encerrados en sí mismos, incapaces de comunicar con el otro, con ausencia de concepciones fuertes de bien, en evasión de sus responsabilidades sociales. Cada vez el pasado es menos tomado en consideración y a veces es escondido por los gobiernos o por el mercado. Taylor dice que el individuo está perdido porque le dan el mejor de los mapas, pero no le dicen dónde está ubicado él dentro de ese mapa. Nosotros tenemos toda la información imaginable, variedad de medios de comunicación y redes sociales, pero no sabemos nuestra identidad, nuestro espacio y nuestro tiempo”, enfatizó.

Citó a Bellah, quien en Hábitos del corazón dice:

“En nuestra sociedad, que mira siempre hacia adelante, somos más capaces de hablar del futuro que del pasado. Nos es más fácil imaginar que nuestras diferencias son, en gran medida, consecuencia de un conflicto de intereses actuales. No obstante, incluso, en el debate sobre nuestro futuro,  la presencia de la tradición cultural, con sus diferentes componentes, es aún muy fuerte y nuestro diálogo sería mucho más acertado si fuéramos conscientes d este hecho”.

Subrayó Pérez Pirela que el liberalismo despoja al ser humano de su tradición, amparado en la esperanza de un futuro neutral que resolvería las tensiones entre las comunidades sin hacer referencia al pasado y a la historia de cada una de ellas. “Para el individuo contemporáneo, la narración de lo anterior se presenta como una práctica fuera de moda. El tiempo del individuo occidental contemporáneo es determinado por un presente que cada vez más rápidamente se proyecta en el futuro. Un buen ejemplo de ello es la voz del mercado, a través del marketing, que te recuerda comprar los ornamentos de Navidad a finales de octubre y te hace pensar en la moda primaveral justo en medio del invierno. Es decir, que se empuja al individuo hacia el abismo del presente, prometiéndole un futuro sin pasado”.

Recurrió  a Lasch, quien añade:

“Vivir el momento es la pasión  dominante, vivir para uno mismo, no para nuestros predecesores o para la posteridad. Estamos perdiendo en forma vertiginosa un sentido de la continuidad histórica, un sentido de pertenencia a una secuencia de generaciones originada en el pasado y que habrá de prolongarse en el futuro”.

“Aquí viene la célebre frase carpe diem, vive el momento, vive el ahora, no pienses en el pasado. Vivir en el presente supone en este enfoque un silencio en relación al pasado, que atenta contra la creación de sentido de la vida, incluyendo cualquier idea de bien que nos antecede y nos podría alimentar e informar como individuo y sociedad. Por eso Lasch habla de una sociedad narcisista, ‘que otorga cada vez más prominencia a los rasgos narcisistas y que los alienta mediante la devaluación cultural del pasado, que no solo refleja la pobreza de las ideologías predominantes, su pérdida de asidero en la realidad y su abandono del intento de controlar la pobreza de la vida interior del propio individuo narcisista’”.

Añadió que esa sociedad ha hecho de la nostalgia un bien comercializable dentro del intercambio cultural que desecha a simple vista la vida pasada.

Aclaró que no es lo mismo la sociedad y el individuo narcisista que describe Lasch, que el individuo individualista ni que el individuo autónomo. El egoísmo es un rasgo natural del individuo, pero en estas doctrinas, el egoísmo se convierte en un deber ser, en un elemento teleológico, finalístico. “No se trata del egoísmo natural del niño que no quiere dar una chupeta, sino de que en la sociedad contemporánea liberal o neoliberal, estás llamado a ser egoísta”.

Conjugando varias de las ideas expuestas, señaló que “la incapacidad de narrar nuestro pasado es la puerta que lleva al individualismo y este, a su vez, lleva a una sociedad atomizada y a un individuo al que no le importa la vida social y tampoco la política”.

Una vez más, leyó el texto de Lasch:

“Una sociedad temerosa de no tener futuro, probablemente confiere escasa atención a las necesidades de la próxima generación y la sensación siempre presente de una discontinuidad histórica. La ruina de nuestra sociedad, recae con consecuencias particularmente devastadoras en la familia, que es uno de los paradigmas más importantes en la negación sistemática de cualquier tipo de información moral, social o cultural que provenga del pasado. El individuo contemporáneo debe llevar sobre sí el duro peso de la autonomía, cueste lo que cueste, y para ello debe ser autosuficiente en relación a todo lo anterior de su propia existencia. No negarse al pasado, a la tradición y al pasado es dejar de ser libre”.

Comentó que “el individuo, sobre todo el joven y el adolescente contemporáneo casi está obligado a no hablar de su familia o negarse a defender el punto de vista de sus padres porque esto le acarrea una exclusión social. Debe fundar las propias convicciones en sí mismo, creando un silencio del pasado en nombre de la autonomía del individuo. Se hace un dogma de esta autonomía. Cuando se obliga a los individuos a ser autónomos, individualistas, egoístas, egocéntricos, narcisistas se está creando el yo omnipotente. Lo único que vale soy yo, fruto del neoliberalismo”.

Precisó que cuando hablamos de neoliberalismo, en este caso, igual que los comunitaristas se hace referencia a las teorías filosóficas, no al significado común que se le otorga a estas palabras. “Por eso soy de los que se oponen a ultranza a la consignas. Si usted oye a alguien hablando solo en consignas, no sabe lo que está diciendo. El comunismo, el neoliberalismo, el anarquismo son conceptos filosóficos y económicos que deben ser entendidos para poder convencer a los otros. No se puede convencer a punta de consignas”.

Fe en la ciencia

El conductor de Desde Donde Sea ahondó en otro los grandes mitos del liberalismo: la fe ciega en la ciencia. “Dejas de creer en la potencia simbólica del pasado y apuestas todo a la ciencia, a la technet, a la tecnología, que te hace fuerte, te hace dios. Según Taylor, de aquí surge la esperanza de que a través de métodos aplicados por cierta ciencia, es posible delinear y recorrer un camino terapéutico que lleve hasta la felicidad. Nacen todos estos libros de autoayuda y los terapeutas y falsos profetas que te dicen cómo ser feliz, sin darte el concepto de felicidad o basándolo en la noción de éxito personal”.

Esta nueva fe refuerza el individualismo. “El centro y fundamento de cualquier jerarquía de valores ya no es un bien anterior, una tradición, la familia o el pasado, sino el mismo individuo. La única realización por la cual vale la pena moverse es la autorrealización. Nos encontramos de frente al individuo actual, descrito como un átomo que, determinado por ciertas teorías modernas, explotó de su entorno. Los individuos son átomos que no llegan a unirse. De allí surgen las teorías apolíticas, las que aconsejan no participar, dejar la política a los corruptos, dedicarse al presente, ser eternamente joven, contar la propia vida en Instagram, en Facebook. Lasch habla del narciso, el individuo que cree que, en sí mismo, resume toda la felicidad personal y todo el bienestar social”.

Una vez más, se apoyó en Charles Taylor:

“El mismo hombre económico ha dado paso al hombre psicológico de nuestra época. El último producto del individualismo burgués, el nuevo narciso está obsesionado no por la culpa, sino por la ansiedad. No busca imponer sus propias ideas a otros, sino encontrar un sentido a la vida. Liberado de las supercherías del pasado, duda incluso de la realidad de su propia existencia. Relajado y tolerante en la superficie, halla escasa utilidad en los dogmas de la pureza racial y étnica, aunque a la vez extraña la seguridad que brindan las lealtades grupales y considera a todo el mundo como un rival ante las prebendas que otorga un Estado paternalista. Sus actitudes sexuales son permisivas, antes que puritanas, aunque su emancipación de los viejos tabúes no le trae la paz en lo sexual. Ferozmente competitivo en su necesidad de aprobación y aclamación, desconfía de la competencia porque la asocia de manera inconsciente con un impulso desbocado de destrucción, a la vez que abriga profundos impulsos antisociales, ensalza la cooperación y el trabajo en equipo. Es fruto de muchas y varias contradicciones”.

Acotó que este planteamiento lleva de vuelta a otro filósofo estudiado hace algunos viernes, Alexis de Tocqueville, que en su libro La democracia en América, en el siglo XIX, dice que en el futuro los individuos, en nombre de su libertad y de la democracia, se van a encerrar en sus pequeños y vulgares placeres, es decir, un individuo separado de los otros. Dijo Tocqueville:

“Imagino con qué nuevos rasgos podría el despotismo implantarse en el mundo, veo una inmensa multitud de hombres parecidos y sin privilegios que los distingan incesantemente girando en busca de pequeños y vulgares placeres, con los que contentan su alma, pero sin moverse de su sitio”.

Lasch, señala el presentador, introduce otro elemento clave: los medios de comunicación. Dice:

“Los medios masivos de comunicación, con su culto a los famosos y su intento de rodearlos de un lado fascinante y excitante, han convertido a los ciudadanos contemporáneos en un conglomerado de fans y de cinéfilos. Confieren sustancia a los sueños narcisistas de fama y gloria y de ese modo potencian y alientan al hombre común a identificarse con las estrellas y a odiar al rebaño y hacen que le sea cada vez más difícil aceptar lo trivial de su existencia diaria. El fin del yo actual es alcanzar el éxito cueste lo que cueste”.

Teorías del autoengaño

Recalcó que según Lasch se ha configurado todo un discurso para inducir a las personas al autoengaño:

“Exley (un autor de libros de autoayuda), sueña con ¡un destino suficientemente grandioso para mí!, como el dios de Miguel Ángel al tender la mano a Adán, ¡no deseo menos que traspasar las épocas y pegar mis sucios dedos a la posteridad! No hay nada que no desee, quiero esto y eso y, en fin, ¡lo quiero todo!”.

Estas teorías del autoengaño personal, en nombre del individuo, quieren dejar de lado las tradiciones. El individualismo aparta la religión, pero se convierte en sí mismo en una religión que impone ser individualista, asegura Pérez Pirela y vuelve a citar a Lasch, quien explica cómo se ha dado esta sustitución:

“El clima dominante en la sociedad contemporánea es terapéutico, no religioso. La gente de hoy no se muestra ávida de salvación personal, y no digamos ya de una época dorada anterior, sino de un sentimiento, de una ilusión momentánea de bienestar personal, de salud y seguridad psíquicas”.

Para profundizar en este punto, manifestó que “los valores anteriores valen poco, lo importante de la existencia se encuentra en el presente. Por eso como criterio de felicidad se nos da la tranquilidad, entendida como ausencia de lazos externos. El otro se convierte en un enemigo o como algo fastidioso para la omnipotencia del propio yo. En ese contexto no puede haber política, la polis, la unión con los otros. La paz social no es intercambio de valores ni de criterios sociales ni equilibrio social, sino respeto al atomismo del otro. Enemigo es aquel que entra en tus límites individualistas y amigo el que no te molesta. Esto lleva a la postura de cínico distanciamiento se vuelve el estilo dominante en la interacción diaria. La sociedad y sus pocos puestos de trabajo bien pagados, sus clubes de entrada reservada, con sus precios y sus publicidades elitistas, hacen del otro un enemigo activo”.

Tal cuadro de valore lleva al predominio de la figura del empresario. “Todos debemos serlo o somos losser (perdedores). Es una sociedad de winner (ganador) y losser, del que está out y el que está in. Todos tenemos que ser managers o gerentes. Son los que organizan y calculan sus intereses, se hacen por sí solos, según la mitología contemporánea, son independientes supuestamente de los otros, trabajan en pro de un futuro de satisfacciones y fines personales, casi sin mirar a su pasado y sus límites sociales, lo logran. Esto es lo que nos quieren vender”.

Continuó con Lasch:

“Cuando el nuevo narciso comprende por fin que puede vivir no solo sin la fama, sino además sin un self, vivir y morir sin que sus congéneres hayan cobrado conciencia del espacio íntimo que él ocupa en este planeta, no solo experimenta su descubrimiento como una decepción, sino como un golpe demoledor a su propia mismidad”.

Sostuvo que de este proceso sale la desilusión que caracteriza a muchos individuos contemporáneos y la pérdida de la propia identidad. “¡Vaya qué resultado para una búsqueda que quería fundarse en la nada y pretendía el todo! Con la desilusión nacen todos estos charlatanes, entran estas ciencias terapéuticas que te dicen cómo vas a ser feliz”.

Lasch aclara que no es equiparable narcisismo y el egoísmo:

“Los hombres han sido siempre egoístas, los grupos han sido siempre etnocéntricos. Cambios muy específicos en nuestra sociedad y nuestra cultura han influido en la burocracia, en la proliferación de imágenes, en las ideologías terapéuticas, en la racionalización de la vida interior, en el culto al consumo y, en último término, en los cambios en la vida familiar y en los patrones de socialización es que debe encontrarse el sentido del narcisismo”

El dogma de la autenticidad

Con el propósito de seguir desentrañando la crisis del ser humano contemporáneo, a la luz del debate entre liberalistas y comunitaristas, Pérez Pirela indicó que se ha implantado el dogma de la autenticidad, que justifica cualquier comportamiento a condición de que nazca de los más profundos sentimientos del individuo.

“Lasch dice que mucha gente se siente llamada a actuar de forma narcisista. Tiene la impresión de que si no lo hace, desaprovecharía su vida. Así, el narcisismo descrito por Lasch se convierte en moral. Taylor señala que la gente solía considerarse como parte de un orden mayor. Al descrédito de esos órdenes se le ha denominado desencantamiento del mundo.

Para cerrar la disertación, citó a Taylor:

“La idea del nacimiento de la autenticidad viene relacionada con la crítica moderna a un tipo de racionalidad que juzgaba lo que era justo o equivocado partiendo de un cálculo de consecuencias basado en un orden divino de castigos y recompensas ya estipulado. Contrariamente a ello nace un tipo de sentimiento intuitivo que, partiendo del fuero interno del individuo, juzga la verdad de los actos y de las cosas”.

Pérez Pirela informó que en los próximos Viernes de filosofía, continuará desarrollando otros aspectos de este mismo debate filosófico-político.

Poesía

En esta oportunidad, la sección de poesía resultó abreviada. Únicamente declamó el poema Si tú me olvidas, de Pablo Neruda:

Quiero que sepas
una cosa.

Tú sabes cómo es esto:
si miro
la luna de cristal, la rama roja
del lento otoño en mi ventana,
si toco
junto al fuego
la impalpable ceniza
o el arrugado cuerpo de la leña,
todo me lleva a ti,
como si todo lo que existe,
aromas, luz, metales,
fueran pequeños barcos que navegan
hacia las islas tuyas que me aguardan.

Ahora bien,
si poco a poco dejas de quererme
dejaré de quererte poco a poco.

Si de pronto
me olvidas
no me busques,
que ya te habré olvidado.

Si consideras largo y loco
el viento de banderas
que pasa por mi vida
y te decides
a dejarme a la orilla
del corazón en que tengo raíces,
piensa
que en ese día,
a esa hora
levantaré los brazos
y saldrán mis raíces
a buscar otra tierra.

Pero
si cada día,
cada hora
sientes que a mí estás destinada
con dulzura implacable.
Si cada día sube
una flor a tus labios a buscarme,
ay amor mío, ay mía,
en mí todo ese fuego se repite,
en mí nada se apaga ni se olvida,
mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estará en tus brazos
sin salir de los míos.

(LaIguana.TV)