Los seres humanos somos incompatibles con la muerte, no la soportamos, y por saber que llegará, nuestra existencia siempre es trágica. Esa fue la piedra angular de la obra filosófica del español Miguel de Unamuno, el pensador seleccionado para el Viernes de filosofía, la edición especial del programa Desde donde sea, que conduce Miguel Ángel Pérez Pirela.

Por ser ambos ibéricos y por la vinculación de su línea de pensamiento, fue una suerte de continuación de la entrega anterior, dedicada a José Ortega y Gasset.

“Cuando analizamos la vida, obra y pensamiento de Miguel de Unamuno, observamos a un pensador contemporáneo, que ha establecido elementos importantísimos  para comprender al ser humano de carne y hueso. Es entonces, acaso, un existencialista aunque él no hubiese admitido pertenecer a esa corriente. Fue influenciado por Soren Kierkegaard, e influenció a Jean-Paul Sartre, Albert Camus y al pensamiento de Martin Heidegger”, explicó.

“Perteneció a una familia de clase media acomodada, fue un espíritu libre, una personalidad robusta, un líder de su tiempo, la llamada Generación del 98. Fue rector de la Universidad de Salamanca. Aceptado y repudiado por republicanos y por franquistas, tuvo con ambos polos acercamientos y lejanías. Pago con exilio sus posturas políticas. Desarrolló una obra extensa y variopinta. No buscaba la filosofía sistemática, al estilo de un Kant o un Hegel. Se le encuentra en artículos periodísticos, en novelas, en poesía y en ensayos –prosiguió-. Como tema central, Unamuno analizó la inmortalidad, no como el más allá o la trascendencia, sino como la expresión de la voluntad del hombre al que le da la gana de seguir existiendo, del aquí y el ahora. Por ello reflexionó sobre la existencia de Dios y tuvo una relación dialéctica con la divinidad que al momento de interpretarla se parece a la de Ludwig Feuerbach”. 

Señaló que como frase medular de su campo filosófico puede tomarse la siguiente: “Tener que morir sin querer morir”, una idea que resume la visión que tiene acerca no tanto de la muerte, sino de la vida humana.

Para detallar algunos aspectos biográficos del autor, presentó varios segmentos de un reportaje del canal Encuentro.

En ese material se indica que los primeros estudios de Unamuno fueron en el colegio San Nicolás, de Bilbao. De niño vivió el asedio de esta ciudad durante la Tercera Guerra Carlista, lo que dejó traumas que expresaría en su primera novela Paz en la guerra. Cursó Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid y concluyó con una tesis titulada: Crítica del problema sobre el origen y la prehistoria de la raza vasca. En 1885 publicó Del elemento alienígena en el idioma vasco y Guernica. Ejerció la docencia y realizó  colaboraciones en el periódico Noticiero Bilbaíno. Viajó por Suiza, Italia y Francia. Asumió la cátedra de Lengua y Literatura Griega en Salamanca, de la que fue rector a partir de 1801. Resultó destituido en 1914 por razones políticas, pues era cabeza de la oposición liberal. Fue condenado a prisión por injurias contra el rey, aunque la condena no se cumplió. Volvió a la universidad como decano y vicerrector y fue destituido de nuevo en 1924 y desterrado por el dictador Miguel Primo de Rivera. Se le indultó, pero él prefirió no regresar. Vivió en París y en las Vascongada francesa hasta 1930. Al caer la dictadura  fue concejal por la coalición republicana socialista. En la República volvió a ser rector de Salamanca y electo diputado a las Cortes.

Comentó Pérez Pirela que la historia misma de Unamuno, su conexión con la realidad, hace que también en la práctica no quiera hablar de un hombre meramente abstracto, sino de uno real, comprometido con su sociedad.

“Somos incompatibles con la muerte, nos rebelamos ante ella, no la soportamos. Este es uno de los motores fundamentales  que alimenta la acción filosófica de Unamuno. En El sentimiento trágico de la vida se presenta como amigo de la inmortalidad y, por ende, enemigo jurado de la muerte –subraya-. La inmortalidad es una férrea voluntad de no morir. Quiero vivir tal como soy, con mi carne, con mis vicios. Su visión es la de una protesta contra la muerte. Interpreta la eternidad como necesidad inherente al ser humano”.

Un segundo bloque del trabajo biográfico de Encuentro, precisa que en 1933 Unamuno abandonó la arena parlamentaria y en 1934 dejó la actividad docente. Al comenzar la Guerra Civil tuvo simpatía con el franquismo, como respuesta al descontrol y la anarquía de la República. Aceptó un cargo de concejal pero luego se arrepintió. En octubre de 1936 se reunió con Franco y pidió clemencia para numerosos amigos y conocidos presos, pero la mayoría de ellos fue fusilada. El 12 de octubre, indignado por los discursos de odio y la consigna fascista “¡Viva la muerte!”, dijo su célebre frase: “Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir y para persuadir, necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España”. El general franquista José Millán Astray le contestó: “¡Muera la inteligencia!”. Y Unamuno respondió: “Este es el templo de la inteligencia y yo soy su supremo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto”. La esposa de Franco, que estaba presente en el acto, tuvo que proteger a Unamuno y acompañarlo a su casa, para impedir que fuera asesinado. Pasó el resto de sus días, hasta el 31 de diciembre de 1936, en arresto domiciliario. Murió de forma repentina, mientras charlaba con amigos.

Para ilustrar mejor este momento dramático, presentó el fragmento de una película que lo recreó. Cuando el oficial franquista dice “¡Viva la muerte!”, Unamuno expresa que, a pesar de ser un experto en paradojas, no logra comprender esta, pues viva la muerte equivale a muerte a la vida.

El moderador apuntó que para entender magnitud de la obra es necesario comprender su compromiso con la sociedad, la España pobre, con guerras intestinas y confrontaciones en la que vivió. “Este fue un gesto quijotesco de alguien que había comenzado su andar literario. Igual que Ortega y Gasset, con un libro sobre el Quijote. Se trató de La vida de Don Quijote y Sancho. En esa obra plantea que el Quijote era una especie de santo, de héroe que había sido pintado, inconvenientemente, de una forma burlona. Rescata del Quijote la frase ‘yo sé quién soy’ y piensa que esta afirmación del propio yo es una prueba de cómo se debe afrontar la vida, aunque a uno lo tilden de loco”.

Un nuevo video, esta vez referido a las obras del filósofo vasco, menciona El sentimiento trágico de la vida, y la novela Niebla. Al morir dejó unas notas sobre la Guerra Civil que se publicaron bajo el nombre El resentimiento trágico de la vida.

Destacó que Unamuno hizo también aportes en el campo literario. En la novela Niebla, plantea una idea que luego desarrollaría el dramaturgo Luigi Pirandello en la obra Seis personajes en busca de autor. Ciertamente, los personajes de Niebla hablan con el autor, se enfrentan a él y hasta tratan de matarlo.

“Unamuno decía que escribía nivolas, en lugar de novelas, pues lo que pretendió fue desestructurar la metodología clásica de este género. Fue así precursor de la novela contemporánea –denotó-. Como poeta, en tanto, le preocupó el silencio de Dios, pues la fe establece un puente con un Dios que no habla, que no da respuestas. Nos sentimos abandonados por Dios. El dolor, el paso del tiempo y la muerte también aparecen en su poesía”.

Los conceptos fundamentales
“Como filósofo iba de un tema a otro, siempre dentro del sentido trágico de la vida. Ahondó en la tensión entre razón y locura, que constituye siempre la unidad de la vida. Miró la vida como permanente paradoja. Para Unamuno, el más trágico problema de la filosofía es conciliar  las necesidades intelectuales con las afectivas”.

“Creía que la muerte es definitiva, pero la creencia en algún tipo de sobrevivencia es necesaria para que los hombres puedan vivir. La fe es irrenunciable aunque científica o racionalmente no pueda sostenerse. Es una afirmación del creyente y no un presunto conocimiento”, añadió.

“La razón no puede negar el derecho a la fe, pero tampoco la fe puede negar el derecho a la razón –continuó exponiendo aspectos fundamentales del pensamiento de Unamuno-. El hombre filosofa porque necesita justificarse en este conflicto que él mismo es, como tensión entre individual y colectivo, entre espíritu e intelecto, lo racional y lo emocional. La realidad primaria del individuo es la de sí mismo como voluntad de no morir, la secreta raíz del apetito de divinidad, el más inconfesable anhelo humano”.

En cuanto a sus posturas sobre las corrientes filosóficas en boga, había rechazado el racionalismo por su tendencia a sustituir realidades vitales por otras conceptuales.

“Para él, una cosa cualquiera es un repertorio de posibilidades, pero tal como lo son para alguien. La sustancialidad de las cosas se funda en la persona humana que siempre es un ente de carne y hueso y no una hueca abstracción. De abstracciones no quería saber nada –enfatizó Pérez Pirela-. Decía que si bien el hombre es una animal racional, también es un animal afectivo. No entendía por qué se repetía tanto lo primero y no se decía nunca lo segundo si, acaso, lo que más  diferencia al hombre de los demás animales sea el sentimiento y no la razón. ‘Más veces he visto razonar a un gato, que no reír o llorar. Acaso llore o ría por dentro, pero por dentro tal vez también el cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado’”.

“Unamuno sostenía que ‘hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento’. En su visión, el ser humano existe, pero en el mismo acto de existir se percata de su fragilidad y limitaciones, de que su existencia puede terminar en cualquier momento. Tiene hambre de permanecer. Ese es el sentimiento trágico de la vida. No quiero morir, pero la razón me dice que voy a morir. Llega así a una bifurcación: corazón, voluntad y sentimiento en una vía; razón, cabeza, y conocimiento científico en la otra. La primera expresa una serie de pretensiones y la segunda  me dice son absurdas”.

La verdad relativa
Al abordar el aspecto epistemológico del pensamiento de Unamuno, explicó que para el bilbaíno, no existe una realidad única y común. “La vaca tiene su realidad, como la rana y el ser humano tienen la suya. En los otros seres, la realidad se construye a nivel específico, mientras en el ser humano es algo netamente individual. La razón se encuentra al servicio de la vida y no lo contrario. Cada ser humano se esfuerza por conocer aquello que necesita y le preocupa. Los deseos, los sentimientos y la voluntad van por delante de los conocimientos”.

Calificable así como vitalista y hasta como preexistencialista, en Unamuno la verdad es relativa, no hay una única. “Cada verdad es propia y personal. Le da una patada al racionalismo: nada se conoce si antes no se quiere y desea. La conciencia cognoscitiva viene después de la conciencia apetitiva. Es un conocimiento permeado por la voluntad misma de la vida. Se funda en el deseo individual de la sobrevivencia, de la inmortalidad. El problema fundamental de la filosofía para Unamuno es este deseo de sobrevivencia. Se opone al positivismo y al mecanisismo”.

Otro aspecto clave es que para él las pruebas para demostrar la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma son falsas e inútiles. “Hay que acudir a la poesía, la metáfora, de la intuición sentimental, al simbolismo. Pero para esto, cada cual debe hacerlo en soledad. No hay salida. La esperanza nos lleva a la fe y la fe debe luchar contra la duda de la razón. Ahí radica la tragedia de la existencia, que no nos da descanso”.

Rol fundamental de la palabra
Unamuno, según Pérez Pirela, termina por darle un papel crucial a la palabra. Para demostrarlo puso al aire el que se considera como el único audio disponible con la voz del filósofo:  

“Un crítico francés de nuestra literatura española, dijo, que en España, apenas hay escritores, sino oradores por escrito. Acaso es cierto. Por mi parte, nada me molesta más, que oír decir de alguien que habla como un libro, prefiero los libros que hablan como hombres. Y lo que es menester, es que la gente aprenda a leer con los oídos, no con los ojos. La palabra es lo vivo. La palabra es en el principio. En el principio fue el verbo, y acaso en el fin será el verbo también. Cristo, el Cristo, no carpintero sino armador de casas, no dejó nada escrito: toda su obra fue de palabra. Yo recuerdo haber dicho esto:

El armador aquel de casas rústicas
habló desde la barca,
ellos sobre la grava de la orilla,
y él flotando en las aguas.
Y la brisa del lago recogía
de su boca parábolas,
ojos que ven, oídos que oyen gozan
de bienaventuranza.
Recién nacían por el aire claro
las semillas aladas,
el sol las revestía con sus rayos,
la brisa las cunaba.
Hasta que al fin cayeron en un libro
¡ay, tragedia del alma!
ellos tumbados en la grava seca
y él flotando en las aguas.

Yo temo por mi parte, que mueran mis palabras en los libros  y que no sean palabras vivas, porque he vivido siempre, de hacer, de vivir de la lengua.

Niño viejo, a mi juguete
al romance castellano
me di a sacarle las tripas
por mejor matar el año.
Mas de pronto, estremecióse
y se me arredró la mano
pues temblorosas entrañas
vertían sonoro llanto.
Con el hueso de la lengua,
de la tradición, badajo,
Miserere, Ave María,
tañían en bronce sacro.
Martirio del pensamiento,
tirar palabras a garfio,
juguete de niño viejo
lenguaje de hueso trágico.

Y toda la tragedia íntima, que lo es, ha sido luchar con la palabra, para sacarle toda la filosofía, toda la religión que lleva implícita. Porque una palabra es la esencia de la cosa. Cuando Adán dio nombre a las cosas, las hizo humanas y las humanizó.

De tal modo las palabras llevan la esencia humana de las cosas, que, los que no son nombres propios, los geográficos, los toponímicos, llevan un paisaje, y a las veces, basta sólo, con oír la palabra para adivinar lo que pueda ser la tierra que recibió aquel nombre. Oíd una especie de pintura, del Duero, desde España hasta que entra en Portugal:

Arlanzón, Carrión, Pisuerga,
Tormes, Águeda, mi Duero.
Lígrimos, lánguidos, íntimos,
Espejando claros cielos,
Abrevando pardos campos,
susurrando romanceros.

Nombres hay, por ejemplo, como el de Madrigal, que él solo, pinta casi. Madrigal de las Altas Torres, allí donde murió Fray Luis de León, donde fue enterrado el príncipe don Juan, donde había nacido Isabel la Católica:

Ruinas perdidas en campo
que lecho de mar fue antes de hombres,
tus cubos mordieron el polvo,
Madrigal de las Altas Torres.
Tú la cuna de Isabel, tumba
de don Juan, fatídico brote,
cayó en Salamanca dorada
y en Ávila fúnebre corte.
Medina la del Campo sueña
– cigüeñas, cornejas al borde –
el de César Borja, ¡qué salto!;
San Juan de la Cruz que se esconde.
Cielo del águila bicéfala,
nubarrones llegan del norte;
Maldonado, Bravo, Padilla;
Lutero a lo lejos responde.
Don Sebastián el Encubierto,
el rey del misterio, Quijote
de Portugal, ¡ay pastelero!,
venías quién sabe de dónde…
Fray Luis de León, ojos, mano
se doblan a la última noche;
quebrada la cárcel de carne
su mente al sereno se acoge.
¡Castilla! ¡Castilla! ¡Castilla!
Madriguera de recios hombres;
tus castillos muerden el polvo,
Madrigal de las Altas Torres;
Ruinas» perdidas en lecho
ya seco de ciénaga enorme”

Luego de presentar este significativo documento sonoro (que por razones técnicas quedó inconcluso en su momento), Pérez Pirela repasó la disertación y volvió sobre algunas de las frases de Unamuno.

Recalcó que este autor recurrió al mismo agnosticismo científico con el cual Kant había resuelto el problema de Dios: la razón nada nos enseña sobre su existencia. “La desesperación es la que provoca el anhelo de Dios. No necesitamos a Dios para que nos explique el mundo. Tampoco como apoyo de normas morales. Solo como garantía de nuestra inmortalidad. Para Unamuno hay una fue muerta y una fe viva. Esta última es fruto del esfuerzo constante de creación, un tormento incesante por la afirmación testaruda de la propia existencia”.

(LaIguana.TV)