Fabrizio Chiodo, científico italiano, que pese a su juventud cuenta con una dilatada trayectoria en la investigación biotecnológica y en la producción de vacunas, conversó en exclusiva con LaIguana.TV acerca de las injusticias tras los planes de vacunación, las alternativas que tienen los países pobres frente a esta realidad y el futuro de la pandemia.

Chiodo, que es profesor del Instituto de Química Biomolecular de Italia, miembro del Consejo Nacional de Investigación de Italia y profesor invitado de la Universidad de La Habana, sostiene que la pandemia y la posterior campaña de vacunación reflejan las injusticias sociales que genera el capitalismo.

El vergonzoso balance de la vacunación mundial contra la COVID-19

Al inicio de la pandemia, una de sus grandes preocupaciones se centró en la expresión de las desigualdades, que rápidamente se pusieron de manifiesto en términos de la cantidad de fallecidos, el acceso a los hospitales, a lo que luego se sumó la vacunación.

Así, Chiodo precisó que aunque más de la mitad de los habitantes del mundo ya ha recibido inmunización contra la COVID-19, solamente «el 12% de los ciudadanos de países pobres» cuenta con dos dosis.

A su juicio, además de ser indicio evidente de desigualdad, lo anterior también entraña «un problema científico». «Si no vacunamos a esos países, la probabilidad de tener nuevas variantes sube», advierte, circunstancia que ve favorecida en ciertos contextos, como Sudáfrica, que cuenta un porcentaje significativo de su población positiva para el HIV o India, con alta prevalencia de desnutrición.

«Globalmente, me parece injusto que los países ricos estén dando terceras dosis -que supuestamente es importante para algunas categorías de personas-, que en algunos países de Europa estén vacunando a los animales y en África no están vacunando a nadie. Esto refleja un poco el sistema económico, esta es la situación mundial de la vacunación: mucha injusticia», sentencia.

Incluso, refiere, hay quien pretende justificar la injusticia, alegando que en África las personas no se vacunan porque no quieren. Para sustentar su argumento, mencionó que según un estudio publicado en Nature Science, una revista de enorme prestigio, que «en realidad la población de África no está en contra de la vacuna» sino que «es la población de Estados Unidos» la que lo está.

Para el investigador italiano, en el transcurso de la pandemia ha quedado demostrado que «la biotecnología pública y de Estado es la solución», para lo cual invocó el caso de Cuba, que «es uno de los dos países del mundo donde más se vacunó con una dosis, es el único país donde antes se vacunó a los niños de dos años en adelante y luego abrieron las escuelas», lo que ha dejado claro que existe «una opción para los países en desarrollo y no solo para ellos».

Covax, mecanismo del imperialismo

El científico se asume como un gran crítico del mecanismo Covax implementado por la Organización Mundial de la Salud para aparentemente garantizar el acceso de los países con menos ingresos a las vacunas, por medio de lo que denomina «filantrocapitalismo», en el que los países ricos aportan dosis, construyen «un gran pote» y luego distribuyen.

A su parecer, el primer problema es que no han cumplido con las dosis ofrecidas y el segundo, es que se usa como un mecanismo imperialista, al usar las vacunas como moneda de cambio para conseguir contratos públicos u otras transas opacas.

Por eso, asegura que Cuba «hizo bien al no participar en ese sistema» porque, por un lado, no cumplía con los estándares que definen a una nación pobre y por otro, porque consideró las dificultades que le entrañaría poder adquirir los inmunizadores, dada su condición de país cercado, como efectivamente le ocurrió a Venezuela, que aunque canceló las dosis, el dinero fue bloqueado.

En su criterio, esto es suficiente para mostrar que el Covax adolece de importantes fallas, si bien vaticinó que en 2022 «podría ayudar a los países pobres», sin que eso signifique dejar de lado que se trata de «una forma de imperialismo, porque eso es lo que es». 

Vacunado en Cuba en nombre de la ciencia y de la política

En su intercambio con Clodovaldo Hernández, Fabrizio Chiodo cuenta que su relación de cooperación con el Instituto Finlay, donde se sintetizaron las vacunas Soberana 01 y Soberana 02, se remonta al año 2014. Desde ese tiempo, ha visitado la isla en múltiples ocasiones, recibió a estudiantes cubanos en su laboratorio e incluso apoyó con experimentos mientras se desarrollaban las propuestas de inmunización contra la COVID-19.

A pesar de su movilidad -comentó que su anterior laboratorio estaba en Holanda-, es residente habitual del continente europeo y es ciudadano italiano, pero aunque soñaba con vacunarse con la vacuna que había ayudado a producir, estaba dispuesto a recibir cualquier otra en su país, lo que finalmente no cristalizó por razones burocráticas.

Así las cosas, viajó a Cuba a finales de julio y recibió su primera dosis justo antes de que esa nación fuera duramente golpeada por el coronavirus en el mes de agosto.

«Tener algo que tú has soñado todos los días, que has luchado con ellos científicamente, ahora es que empieza la lucha más política», añade.

Vacunas, ciencia y política

Chiodo, quien se asume como parte de la izquierda política, señala tajantemente que «un comunista, un socialista, tiene que admitir», como lo hiciera el líder cubano Fidel Castro en la década de 1970, que la vacunación es un camino para que los países pobres mantengan su soberanía frente a las trasnacionales farmacéuticas.

Por ello, aunque no puede negarse que estas corporaciones «están haciendo provecho con las vacunas», porque «eso es el capitalismo», augura que «van a sacarr mucho más provecho con los fármacos, con las terapias, con los ingresos en los hospitales, no vacunando a los países pobres y tardando en vacunar a todo el mundo».

«¿Cómo puede un país pobre, bloqueado, sobrevivir? Montando una biotecnología, una de las mejores del mundo», sostiene, refiriéndose al caso cubano.

Asimismo, aunque admite que el desarrollo de una vacuna protéica -como las que se producen en Cuba- demanda «una gran cantidad de dinero», es significativamente menor si se la compara con la que destinan los países para adquirir «otras cosas», como fármacos e infraestructura.

«Claramente merece la pena, porque después es un producto que uno puede exportar», defiende.

Además, a contrapelo de la batalla que han emprendido colegas suyos «de izquierda» contra el sistema de patentes o que se han deshecho en críticas sobre la influencia que tuvo un multimillonario como Bill Gates en la fabricación de la vacuna de Pfizer, el científico italiano considera que no vale la pena desgastarse en lo que considera actuaciones cónsonas con el capitalismo y en su lugar, asegura que los países pobres deben adoptar la biotecnología de Estado, tal como hizo Cuba.

Para más, relató que contra la opinión generalizada, «todas las vacunas» contra la COVID-19 que están disponibles en los países ricos «se desarrollaron con dinero público», incluyendo los nuevos fármacos desarrollados por Merck y Pfizer.

«La inversión pública anterior es inmensa y luego tú das toda la propiedad intelectual a un privado, que le saca un provecho brutal», añadió. El problema, advierte, no son las empresas en sí mismas, sino el sistema capitalista. «Hay que decir que es la biotecnología pública y de Estado la solución», reiteró.

Las vacunas cubanas, tan buenas como cualesquiera otras

En relación con la seguridad y confiabilidad de las vacunas cubanas contra el coronavirus, Fabrizio Chiodo descartó categóricamente que sean poco confiables o que carezcan de la calidad adecuada.

En este orden, indica que el ente regulador cubano, el Centro para el Control Estatal de Me­di­ca­mentos, Equipos y Dispositivos Médicos (Cecmed), además de haber sido reconocido por la Organización Mundial de la Salud y ser supervisado periódicamente por expertos de ese organismo dispone de protocolos estrictos y rigurosos, como los de cualquier otro lugar del mundo en el que se fabriquen vacunas.

De otra parte, con respecto a la campaña de descrédito contra la biotecnología cubana debido a supuestas presiones del Estado para que se aprobaran candidatos vacunales inadecuados, el experto rechaza la tesis, recordando que Cuba produjo cinco candidatos vacunales -tres el Instituto Finlay y dos más el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología-, de los cuales «tres son vacuna», luego de haber sido evaluadas y probadas adecuadamente.

«Todo lo que sale de la biotecnología cubana tiene estándar a nivel de todos los demás, porque además están aprobados por una rígida y exigente entidad reguladora, reconocida por la Organización Mundial de la Salud», remata.

Venezuela, país con condiciones para desarrollar biotecnología pública

En opinión del académico, Venezuela dispone de todas las condiciones para desarrollar su propia industria biotecnológica estatal o, en su defecto, conformar una red de países que se oponen a las prácticas imperialistas y guerreristas que adelantan alianzas como la OTAN, para integrarse en esta dirección.

En esta red, indica, Cuba podría asumir un rol de liderazgo, pues el país antillano posee una amplia experiencia en la producción de fármacos y vacunas.

Con sus propios fármacos, mencionó, ha administrado unas 27 millones de dosis contra el coronavirus y está produciendo abundante cantidad de vacunas anticovid.

«Estos países tienen que saber que cuando pasa una pandemia así -y van a pasar nuevas-, tú cambias tu futuro económico, sobre todo si estás bloqueado, si tienes una biotecnología que funcione», argumenta.

El futuro de la pandemia

Para concluir, Chiodo avanzó algunas hipótesis acerca del devenir de la pandemia, aclarando que no se trata de pronósticos exactos.

A su juicio, tras experimentar múltiples mutaciones, el SARS-CoV-2, virus causante de la COVID-19 experimentó un tiempo de rápidas y sucesivas mutaciones, a lo que siguió un período de relativa estabilidad.

Con todo, sostiene que en general, las mutaciones no han comprometido la eficacia de las vacunas y estima poco probable que aparezca alguna que eche por borda todo el esfuerzo de inmunización.

No obstante, sí considera más probable que el efecto de las vacunas disminuya con el paso del tiempo, aunque se trata de una situación que puede controlarse administrando más dosis a grupos vulnerables, a los jóvenes, en un lapso que aún no está claro para nadie.

«Creo que el sistema mundial sabe que tiene que vacunar a los países pobres y ellos están empezando. Con un año de retraso, han empezado. (…). Me imagino que saldremos de esto, primero los países ricos y luego, los países pobres», vaticina.

A pesar de que es un fiel defensor de la vacunación, el científico italiano alerta que la inmunización no es suficiente para poner fin a la pandemia, sino que al mismo tiempo deben mantenerse medidas de bioseguridad como el distanciamiento social y el uso de las mascarillas.

Por otro lado, confesó que con base en lo que ha visto en algunos países europeos, teme que los países ricos sigan haciendo dinero a costa de los muertos y de las terapias para tratar la enfermedad.

«Tengo la impresión de que al capitalismo le interesa tener personas ingresadas», aunque, de otra parte, admite que también resulta inconveniente para los intereses del capitalismo que obreros y asalariados en general estén ingresados en los hospitales.

Alerta también acerca de los riesgos de no vacunar a los niños y resaltó las bondades de la Soberana 02, «la única vacuna del mundo diseñada especialmente para los niños».

«Creo que países como Cuba y Venezuela pueden dar un cambio importante con respecto a los países del G-20 o los países ricos, por vacunar niños», porque si bien los niños no suelen ser tantos, numéricamente hablando, con respecto a los adultos, los niños también pueden acabar ingresados, su enfermedad genera gastos a la familia y, además, «recirculan el virus», apuntó para concluir.

(LaIguana.TV)