Brasil se dispone a vivir una jornada electoral que será crucial no solo para efectos internos, sino también para toda la región latinoamericana y a escala global, teniendo en cuenta el peso específico del gigante suramericano en el concierto mundial, planteó Miguel Ángel Pérez Pirela, en su programa de análisis geopolítico Desde Donde Sea

“Son unas elecciones importantísimas que se dirimen entre la esperanza que representa Luiz Inácio Lula Da Silva y las amenazas de Jair Bolsonaro sobre no reconocer el resultado –explicó-. Imagínense de qué estamos hablado. El próximo domingo puede pasar Lula en primera vuelta y disiparse todo este clima. Pero si no lo logra, en segunda vuelta todo podría complicarse”. 

Presentó el Iguanazo de Iván Lira, una caricatura en la que aparecen Lula y Bolsonaro. El primero dice: “Absuelto Lula, solo falta condenar a Bolsonaro” y este comenta: “Eso sería peor que una gripecita”. 

La atención centrada en Brasil

Los reflectores regionales poco a poco se han desplazado hacia las elecciones presidenciales en Brasil –cuya primera vuelta será este domingo 2 de octubre– donde figuran como principales favoritos el dos veces presidente Lula da Silva, y Bolsonaro, el actual mandatario.  

Aunque prácticamente todos los sondeos otorgan a Da Silva una ventaja promedio de 10 puntos, la violencia política y las amenazas de Bolsonaro de desconocer el proceso electoral si este no es «transparente», vislumbran un escenario de alta complejidad que, en el peor caso, podría erosionar todavía más la democracia brasileña.

América Latina y otros centros del poder mundial miran con atención a Brasil, que este próximo domingo podría elegir por tercera vez al líder izquierdista como presidente, en unos comicios en los que se está jugando bastante más que la estadía en el Palacio de la Alvorada.  

Tras la destitución irregular de la entonces presidenta Dilma Rousseff en 2016, el gigante suramericano entró en un espiral de deterioro democrático, autoritarismo y retroceso en los estándares de vida, cuya peor expresión ha sido el actual mandatario, Jair Bolsonaro, sobre quien incluso pesa una causa por genocidio en razón de su deficiente manejo de la pandemia de covid 19.  

En la esfera internacional, Bolsonaro supeditó los intereses de su país a la agenda del entonces presidente estadounidense, Donald Trump, y solo tras el arribo de Biden a la Casa Blanca intentó recomponer relaciones en otros espacios estratégicos como el grupo BRICS.   

Durante toda la campaña, el gobernante ha amenazado con desconocer los resultados si no son favorables y ha anunciado que, de ser reelecto, impulsará una reforma en el Poder Judicial para disminuir su capacidad contralora sobre Ejecutivo, solamente porque sirvió de contrapeso ante su enfoque negacionista durante la pandemia.  

“Dice que quiere cambiar el Poder Judicial, pero vaya si ese sistema corrupto le sirvió para llegar al poder, al prestarse para destituir a Dilma e impedir que Lula le disputara la presidencia en 2018”, comentó Pérez Pirela. 

Un titular de LaIguana.TV indica: Presidenciales en Brasil: Lula podría ser electo en primera vuelta, según último sondeo. 

El texto de la nota indica que una encuesta del Instituto FSB Investigación y el banco BTG publicada este 26 de septiembre otorgó a Lula 48 % de la intención de voto, lo que representa un punto más que la semana anterior, si bien aún no le alcanza para imponerse en la primera vuelta, pues el resto de los candidatos acumula 53 %.  

Por su lado, los apoyos al actual mandatario y candidato a la reelección, Jair Bolsonaro, están estancados esta semana en torno al 37 %, según esas firmas encuestadoras.  

Por esto, en la última semana de campaña, Lula se ha concentrado en la conquista del así llamado «voto útil», conformado por indecisos y los que estarían dispuestos a cambiar de candidato para que la elección se resuelva sin necesidad de balotaje.  

En este marco, el expresidente ha tenido que enfocarse en pescar votos entre candidatos centristas o de la izquierda no alineados al Partido de los Trabajadores, donde tiene mayor posibilidad de plantear una agenda común.  

De acuerdo con un informe de la cadena teleSUR, hasta este lunes continuaban inscritos 11 candidatos, entre los cuales destaca Ciro Gomes, exministro de las gestiones de Lula e Itamar Franco (centroderecha), quien ha logrado consolidar 8 % del voto, cantidad insuficiente para ganar, pero que impide que Da Silva venza en la primera vuelta.  

Sin embargo, aún en caso de ser necesaria una segunda vuelta, los indicios apuntan a que Lula cosecharía el 52 % de los votos válidos.  

El lastre de Bolsonaro 

Otro aspecto que Da Silva tiene a su favor es el cuestionable legado de inflación, pobreza y desempleo –amén de las muertes causadas por su negación a la pandemia– dejado por Bolsonaro.  

Una nota de LaIguana.TV señala que la inflación, pobreza y desempleo son el legado de Bolsonaro en Brasil. 

En un informe de la cadena RT elaborado a partir de datos oficiales se concluye que durante la gestión del actual presidente brasileño se profundizó la emergencia alimentaria, aumentaron la pobreza, la inflación y el desempleo y la economía sufrió el impacto negativo provocado por la pandemia, que dejó más de 600.000 muertos en el país. 

En el presente, cerca de 33,1 millones de brasileños (15 % de la población) padecen hambre y de ellos, 3,9 millones enfrentan condiciones de gravedad, porque la falta absoluta de alimentos se prolonga por uno o más días.  

Asimismo, el Banco Central de Brasil estima que al cierre de 2022 la inflación alcanzará el 7,1 %, al tiempo que el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) reportó en julio que en el país hay 9,9 millones de personas desocupadas, que representan el 9,1 % de la población económicamente activa. 

A esto se agrega que el 39,8 % de la población en edad de trabajar –unos 13,1 millones de personas– labora en el mercado informal, lo que la mayor parte de las veces se traduce en condiciones de vida precarias.

En este marco, la estrategia de campaña de Lula se ha centrado en dos aspectos: vender un mensaje de esperanza asociado a la recuperación de las condiciones de vida y presentar una propuesta generalista, capaz de convencer a sectores de centro antibolsonaristas no partidarios de la izquierda, sin traicionar a su histórica base de apoyo.  

Para lo primero, más allá del desastre dejado por Michel Temer y Bolsonaro, el expresidente tiene a su favor las innegables mejoras socioeconómicas que experimentó el pueblo brasileño durante su gobierno y el de Dilma Rousseff.  

La segunda pata de la estrategia consistió, por un lado, en designar como compañero de fórmula al centroderechista Gerardo Alckmin, actual presidente del Partido Socialista Brasileño y aspirante presidencial en las elecciones de 2006, en las que el líder petista consiguió un segundo mandato.  

De otra parte, se apostó a una reingeniería de la figura de Lula –omnipresente en la política nacional brasileña desde hace casi cuatro décadas– para acercarlo a un terreno donde Jair Bolsonaro ha demostrado ser increíblemente hábil: las plataformas digitales. 

En clara comprensión de este escenario, sus asesores electorales asumieron que sin las redes sociales es imposible establecer interlocución efectiva con los jóvenes votantes de los centros urbanos, muchos de los cuales no habían nacido o eran niños cuando Lula ejerció como presidente, por lo que no podía echarse mano de la nostalgia como recurso movilizador del voto.  

Antes del inicio de la campaña, el perfil de Lula estaba en el polo opuesto de un influencer. Como se apunta en un ensayo del sociólogo venezolano Ociel Alí López para la agencia RT, «es un líder más bien analógico”. 

Su ascenso político se fraguó en las relaciones interpersonales y directas en las fábricas, los caminos, las movilizaciones y veredas. Un obrero de la metalurgia cuya carrera se impulsó en medio de los secretos y discreciones que imponía la dictadura militar y la censura total de la mediática brasileña». 

Pese a ello, el equipo de comunicaciones de Da Silva apostó por un refrescamiento integral de su imagen: al tradicional rojo del PT se sumaron colores vibrantes y para rejuvenecerlo ante las cámaras, se le ha presentado haciendo actividades físicamente exigentes, muchas veces en compañía de su tercera esposa, «Janja» da Silva, de 57 años.  

A esto se suma la abundante publicación de piezas cortas en sus redes sociales, acompañados de gestos como la ele mayúscula formada con las manos y la insistente repetición de la palabra «esperanza».  

Bolsonaro no es presa fácil  

Aunque el panorama electoral luce auspicioso para Lula, Bolsonaro ha demostrado ser un adversario temible en las redes sociales y su discurso ultraconservador ha conseguido calar en sectores populares. 

El crecimiento ha sido especialmente importante entre los que se identifican como evangélicos, por lo que la alianza encabezada por el Partido de los Trabajadores se ha visto obligada a ganarse a pulso cada voto en ese grupo poblacional en lugar de darlos por sentados, como ocurría hasta mediados de la década pasada.  

De este modo, el campo popular se presenta actualmente como un terreno de disputa afectivo, donde lo que se dirime es el proyecto político que encarnará Brasil en los próximos años: la ultraderecha cercana al trumpismo de Bolsonaro o la posibilidad de un gobierno institucional con enfoque popular, encarnado en Lula da Silva.  

En su precitado trabajo, Ociel López advierte que para quien está dentro del campo en disputa, no se trata de «una decisión fácil y el marcador puede estar más cerrado de lo que podría imaginarse».   

Añadimos que esta brecha podría estrecharse si se hiciera necesario el balotaje. Esto explicaría el interés de la campaña de Lula para que todo se decida el domingo. Se trata de un intento casi agónico para evitar que las fake news de Bolsonaro relativas a la vulnerabilidad del sistema electoral, las amenazas y la violencia política sigan en ascenso.   

El último debate entre los candidatos se hizo la noche de este 29 de septiembre. La dinámica acordada contemplaba que cada participante dispondrá de un minuto para hacer preguntas a sus adversarios y los interpelados tendrán tres minutos para responder.   

Los analistas advierten que no debe subestimarse el peso de este debate en la decisión que tomarán quienes aún no se han decantado por ninguna de las opciones, grupo en el que Lula intenta desesperadamente pescar los votos que le hacen falta para evitarse la segunda vuelta.  

En claro anuncio de lo que está por venir, el Partido Liberal, al que pertenece Bolsonaro, publicó el miércoles una carta en la que señalaba más de 20 supuestas deficiencias que arrastra el sistema electrónico de votación.  

Los dichos fueron rápidamente desmentidos por el Tribunal Supremo Electoral de Brasil, que además anunció una investigación en contra de la organización política por la difusión de noticias falsas, que eventualmente podría acarrear sanciones.  

Al margen de las leyes, esta operación de falsa bandera ya ha cumplido su cometido: sembrar más dudas en el electorado bolsonarista y servir de paraguas para justificar eventuales denuncias de fraude que interpondría Bolsonaro en caso de perder.  

Sin embargo, a pesar las amenazas y bravuconadas, es muy posible que Bolsonaro no consiga salirse con la suya. En voz de Bernie Sanders, el Senado estadounidense advirtió que no reconocería ningún gobierno electo bajo un contexto de violencia política o surgido de un golpe de Estado.  

En las horas finales de la campaña, ambos comandos han presentado los apoyos de personalidades del país para convencer a los indecisos. “Por ahí vi a Neymar mandando a votar por Bolsonaro… Parece tener buenas piernas para jugar fútbol, pero poco cerebro para la política”, opinó Pérez Pirela. 

(LaIguana.TV)