La noticia llegó  (o yo la ví) en la madrugada. «La doctora Natalia Martinho, directora del Hospital JM de Los Ríos, falleció». Sin embargo yo creo que ya la habían asesinado en lo moral y en lo simbólico.

 

Lo hicieron desde la mediática tóxica de sitios web como Efecto Cocuyo, La Patilla o El Nacional, que desde hace un año,  cuando fue designada, le comenzaron a hacer un cercano seguimiento. Así estimularon su persecución desde las redes sociales y la obligaron finalmente a quedar «fuera del aire». Las amenazas no eran sólo para fastidiarla sino para acabar con ella y su familia.

 

Sus vecinos de los altos mirandinos (escudados en el anonimato) no dudaron en exponer a sus hijos y ofrecieron detalles sobre su lugar de residencia y sus desplazamientos. Ella, sin embargo, no se acobardaba y seguía mostrando las fotos y los post con sus niños en proceso de curación y con sus compañeros de trabajo del principal hospital infantil de Venezuela.

 

Así la conocí, si acaso se puede definir con tan exigente verbo el intercambio por redes sociales. Me invitó al hospital y hoy lamento no haber ido. Haberla escuchado y visto y haber contado un poco al mundo como enfrentan nuestros médicos comprometidos está guerra, en la que ella se había convertido en un auténtico objetivo militar por estar comandando ese estratégico frente de batalla: un hospital para niños.

 

Aunque en realidad Natalia ya era objetivo de los enemigos de la Patria y de su gente desde 2017, cuando era la directora de la Maternidad de Carrizal, un pequeño pero acogedor hospital materno en los Altos Mirandinos que construyó el Comandante Hugo Chavez . Allí le tocó enfrentar un asedio con piedras y bombas incendiarias de parte de activistas violentos de la oposición en Venezuela. 

 

Su historia revela que la agresión a hospitales maternos fue algo sistemáticamente organizado aunque casi que el único caso conocido fue el de la Maternidad Hugo Chavez Frías, en El Valle.

 

El apagón del 7 de marzo  (consecuencia de la misma guerra híbrida) quizá fue el «principio del fin» para Natalia. No conozco detalles pero,  más allá de algún cuadro hipertensivo bajo control,  no estaba enferma.

 

Pero la guerra tiene como objetivo la muerte y seguramente entre jornadas agotadoras,  trasnochos y stress en medio de la batalla por el ataque eléctrico, la doctora cayó.

 

La vida es increíblemente fuerte en condiciones «normales», pero en medio de un asedio extremo como el derivado del blackout de marzo, puede tambalearse inevitablemente.

 

Estuvo en coma, quizá al borde de la muerte, sin retórica, pero sobrevivió. Sin embargo el ataque en pos de su asesinato moral continuó. El objetivo era hacerla desaparecer de los espacios comonredes sociales o que todas las referencias públicas le sean adversas.

 

En los últimos meses intercambié comentarios con ella en dos ocasiones.  Me aseguró que estaba recuperándose con la ayuda de Dios. Me dijo que  (y lo repito autocríticamente) que la habían dejado sola en medio del inclemente ataque. Yo lo asumo: no hice nada y sé que pude hacer mucho.

 

La última vez que nos comunicamos fue el 4 de julio, tras el apagón (el otro). Me pregunto qué había pasado. Le dije lo poco que sabía y me advirtió que seguíamos bajo ataque.

 

Su muerte duele mucho porque su vida, como pediatra, consistía en dar vida a los más pequeños. Y  duele más porque pude (pudimos) haber hecho más para protegerla.

 

(Víctor Hugo Majano)