Un manto negro cubre las poblaciones más próximas al volcán de Cumbre Vieja en La Palma, mientras los vecinos contemplan con impotencia y frustración cómo limpiar las calles y las casas no sirve de nada. La lluvia de cenizas y piroclastos no cesa en la isla y las infraestructuras apenas duran despejadas unos minutos, al tiempo que continúan las explosiones y la elevada tasa de emisión de lava desde el foco emisor del flanco noroeste del cono principal. 

Toda esta situación, que mantiene en vilo a los palmeros desde hace casi mes y medio, es fruto de la desgasificación de la Tierra en la isla, que, por el momento, no da señales de agotamiento. Se trata de un proceso del que los expertos no pierden detalle y en el que el gas original encerrado en el manto del planeta desde su formación hace millones de años intenta escapar. 

«Cuando hay erupciones, el gas es el que trata de escapar, no la lava. Y, al hacerlo, la arrastra. Si el volcán no tuviera gas, no habría erupción, se quedaría la lava ahí parada», explica a 20 Minutos José Luis Barrera, vulcanólogo del Colegio Oficial de Geólogos. 

Este proceso de desgasificación, en el que se emiten gases tóxicos para el ser humano -como el dióxido de azufre o el monóxido de carbono- y un 60% son vapor de agua, va por pulsos, igual que la expulsión de la lava. En esta ocasión, «está saliendo mucho más» que en otras erupciones y la columna de humo y cenizas ha alcanzado alturas de hasta 4.500 metros. A estos niveles, las corrientes de aire las redistribuyen por la Tierra y han llegado hasta la zona norte de Noruega. 

Cuando hay erupciones, el gas es el que trata de escapar, no la lava. Y, al hacerlo, la arrastra. Si el volcán no tuviera gas, no habría erupción» 

En este sentido, la dirección que está tomando la nube de cenizas del volcán -que son fragmentos del magma originados por la «brutal presión del gas»- ha obligado a suspender este martes los vuelos en la isla y a prorrogar la cancelación de las clases presenciales. 

Además, esta desgasificación es la responsable de las incesantes explosiones que perturban el día a día de los palmeros y constituye, además, un buen indicador de la evolución del comportamiento del volcán. Así, en el momento en que se aprecie una disminución en este proceso, cabe intuir el comienzo del fin de la erupción, aunque, por ahora, se ha mantenido constante. 

Similar a lo ocurrido en una botella de agua 

Este proceso de desgasificación es comparable al ocurrido al abrir una botella de agua con gas agitada de forma constante.  

En este símil, el agua con gas es equivalente al magma almacenado en el interior de la tierra y el continuo movimiento que agita la botella son los constantes terremotos de la isla. De la ruptura de cada burbuja saldría lo que llegaría a toda La Palma en forma de ceniza. 

«Cuando hay una erupción, primero salen unos chorros de gases y cenizas brutales y detrás viene la lava. En las botellas, salen todas las burbujas y, a continuación, el líquido, que rebosa del recipiente», explica Barrera, que afirma que, de momento, el volcán no da signos de debilitamiento. 

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