Desde mis tiempos de columnista juvenil, muchos de mis maestros (los que yo designé como tales y otros, amablemente espontáneos) me han alertado contra el lenguaje panfletario.

 

Y es que el panfleto, como bien lo dice Luis Britto García (maestro entre los maestros), es un género maldito. Pero por eso mismo, él sale a defenderlo y dice que el discurso panfletario termina siendo mucho más sincero y efectivo que el verbo pulido y políticamente correcto que es del agrado de los académicos.

 

Es un debate interesante, pero cuando uno es testigo de acontecimientos como los que han ocurrido -o que se han conocido- en estas semanas, no le sale nada de las entrañas más que sermones incendiarios, proclamas airadas, soflamas llenas de palabras a las que los antiplanfletarios han puesto en cuarentena.

 

Por ejemplo, en aquellos años 80 se consideraba que escribir «lacayos del imperialismo» era darle al texto un feo giro panfletario, propio de comunistas ortodoxos, sospechosos de ser estalinistas de los que comían niños al horno. Peor aún si se usaba la expresión “cipayos” y ya se llegaba al extremo si se hablaba de “una caterva de cipayos del imperialismo yanqui”.

 

Pero, cómo no escribir un panfleto contra el lacayismo si uno se entera de que un señor que dice ser presidente encargado autoriza el espionaje general de nuestro territorio, haciéndole el juego a quienes dicen que el problema de la paz en Colombia es culpa del rrrrégimen de Venezuela y no de la élite política de allá, que se ha burlado de los acuerdos y ha matado a más de cien excombatientes (sin hablar de otros cientos de líderes sociales). Allí no queda otra que decir, sin edulcorantes intelectuales, que el tal presidente encargado es un verdadero cipayo arrastrado a los intereses del imperio y de la nefasta oligarquía colombiana.

 

El nivel rastrero de esta nueva camada de cipayos (varios de ellos, incluyendo al sujeto de marras, de la generación millenials) es tal que le gana, en su nivel de obsecuencia, a los cipayos de otras etapas históricas, a pesar de que ellos también le pusieron alma, vida y corazón a su incondicional sumisión a fuerzas extranjeras. Solo pueden compararse con los venezolanos que defendieron al imperio español durante la Guerra de Independencia y con los que soñaron con una neocolonización inglesa de todo el sur del Orinoco, como forma de mejorar la raza.

 

Es muy difícil vencer la tentación de llamar pitiyanquis y malinches a quienes corrieron a Cúcuta para pescuecear en la foto con Ivanka Trump, con la bandera de Estados Unidos como fondo. La misma Cúcuta donde tienen siete meses en la indigencia una panda de militares felones (otro giro panfletario) sin que ningún político de la derecha haya ido a hacerse selfies.

 

Por cierto, es algo muy significativo que a los dirigentes contrarrevolucionarios les haya tocado (¿en suerte?) hacer sus ejercicios de arrastramiento ante lo más recalcitrante de las fuerzas de la ultraderecha corporatocrática de EEUU. Ya era feo ser chupamedias del impresentable George W. Bush… pero esto de hacerles reverencias a Trump y su pandilla (Pence, Pompeo, Abrams, Bolton… y ¡hasta Ivanka!) es algo sobre lo cual solo se puede escribir en tono de diatriba panfletaria: ¡Ah gente pa’ comemierda!
Si hasta allí llegaran no sería ni siquiera problema de uno. Allá ellos y su afán de bajar hasta el fondo de la sentina política de EEUU. Pero estas semanas han dejado en evidencia que se trata de una actitud lesiva para el país, para la soberanía nacional, para nuestro gentilicio.

 

El hecho de que esta élite política (o, dicho en tono de planfleto: “esta caterva de lacayos del imperialismo”) se sume a la matriz de opinión que pretende responsabilizar a Venezuela por el grave problema de drogas que sufre el continente es un acto que solo puede calificarse como traición a la patria. No importa que algún purista lo acuse a uno de repetir lugares comunes.

 

Esa conducta, destinada a legitimar una agresión militar contra Venezuela, es además un acto de servilismo a la corrupta élite política narcoparaca de Colombia, el país que produce 70% de la cocaína mundial. Y, principalmente, es una manera de defender los intereses de la camarilla gobernante de EEUU, la nación que se traga casi toda esa droga, más la de México y la de los demás países productores del planeta.

 

Ahora bien, el colmo del cipayismo, lacayismo, pitiyanquismo y malinchismo es el vergonzoso manejo “diplomático” del tema del Territorio Esequibo. Aquí si es verdad que se rompieron todas las marcas nacionales y mundiales de las anteriores especialidades, resumibles en otra expresión panfletaria: el entreguismo.

 

Da vergüenza, aunque uno esté en la acera opuesta, oír a la “presunta embajadora” en el Reino Unido de Gran Bretaña del gobierno autoproclamado recomendando, en dos platos, ceder definitivamente los 159 mil kilómetros cuadrados (que nos arrebató ese mismo país, por cierto), a cambio de apoyos políticos internacionales para el gobierno títere de EEUU y las grandes corporaciones capitalistas mundiales.
Cualquiera que se haya informado medianamente acerca de la forma cómo a la pequeña y pobre Venezuela de hace 120 años le robaron todo el territorio desde la margen occidental del río Esequibo, tiene que sentirse indignado de que la caterva de cipayos esté planeando hacer de esa reclamación secular otro de sus jugosos negocios políticos y económicos.

 

Me dirán panfletario, pero no importa: ¡son un atajo de vendepatrias!

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)