Un gran problema para casi todos los opositores, independientemente de su partido o falta de él, es cómo marcar distancia de los dichos de Donald Trump, sin cuestionarlo del todo, pues existe una probabilidad muy alta de que él -u otro espécimen republicano de su mismo pelaje- esté en la Casa Blanca dentro de año y medio. 
 
Es por eso que hemos visto un bazar de falacias mediante las cuales intentan eso que llaman control de daños, es decir, reconocer una parte tolerable de la culpa, pero negando su participación en el crimen de lesa humanidad que el magnate ha confesado sin el menor rasgo de conciencia moral. 
 
Se enfrentan a una situación que no tiene ganancia: si rechazan la «trumpada», estarán mordiendo la mano que les dio de comer durante cuatro años y que podría volver a hacerlo a partir de 2025; además, lucirían demasiado chavistas en eso de mandar al carajo a un yanqui de mierda. 
 
Pero si no la rechazan, quedan en una posición tan antivenezolana y tan lamesuelas del poder imperial que, incluso para gente que siempre ha sido así, luce exagerada.  
 
Solo quedan a salvo de ese embarazoso atolladero los más trumpistas del grupo porque esos no tienen problemas en admitir que siempre estuvieron, siguen estando y van a estar con su héroe anaranjado. Son coherentes en su participación en el acto delictivo contra todo un pueblo, al que, sin ningún rubor, le andan pidiendo el voto. 

La confesión-delación de Trump llega justo después del debate acerca de si lo que ha pasado con Venezuela en estos años es el producto de una gran conspiración global que se expresa a través de una narrativa perversa o si hay razones reales para una legítima preocupación de las “grandes democracias del mundo” por la libertad y los derechos humanos en este rincón tropical. 
 
Eso de reconocer que el objetivo de tanto asedio era hacer colapsar al país para apoderarse de su petróleo fue como un torpedo al casco de la mentada «narrativa» del norte global y de las oligarquías latinoamericanas sobre Venezuela. Es como si Trump se hubiese propuesto darle la razón sin más posibilidades de discusión a Lula Da Silva y dejar como un zoquete a Boric, aunque esto último podría resultar redundante. 
 
Es divertido imaginar los quebraderos de cabeza individuales de los líderes derechosos y las deliberaciones de emergencia de sus equipos de asesores o de las directivas de sus partidos, luego de que se hiciera viral el impúdico discurso del expresidente gringo. “¿Y ahora qué decimos?”, fue la pregunta central. 
 
Maraca Crazy: la falacia ad hominem

El exprospecto de los Nacionales de Washington Stalin González (parece que era y sigue siendo un tremendo cátcher), optó por desentenderse del capo di tutti capi (algo realmente temerario en estos altos círculos de la mafia, dicho sea de paso), diciendo que Trump está mal de la cabeza, que hay que internarlo.  

Quiso darle un toque jocoso y criollista al asunto al llamarlo «maraca e loco», expresión que uno supone intraducible al inglés, aunque un amigo que se ufana de hablar slang estadounidense dice que podría intentarse con batshit crazy o con as mad as a hatter. Igual cabe proponer una ampliación de la jerga gringa y decirle Maraca Crazy (a riesgo de que alguien crea que se trata de una banda de neofolclor).  
 
González, formado en las filas de Bandera Roja en los tiempos en que los cabecillas de este partido decidieron virar oficial y velozmente hacia la ultraderecha, fue, si a ver vamos, el pseudovicepresidente del autoproclamado (¡vaya cargo este!) y, dadas las conocidas limitaciones del susodicho, fungió a menudo como factor de enlace inteligente con el bestiario del gobierno trumpista: Elliott Abrams, Rex Tillerson, Mike Pompeo, John Bolton, James Story, Marco Rubio (…¡Uf, de solo enumerarlos, da dentera!). Así que formó parte de un círculo que no puede alegar inocencia en torno a los reales propósitos de la pandilla gringa respecto a Venezuela. Bueno, sí puede, pero solo para que le crean su abogado u otros “maraca crazy”.  

La falacia utilizada acá por el exbandera es la clásica ad hominem, es decir, la que intenta atacar a la persona para descalificar su argumento o, como en este caso, su pajazo (sigamos en la onda de hablar en venezolano rajao y que los expertos busquen su traducción al english).  

Pero es bien sabido que las barbaridades expresadas por Maraca Crazy no son de su exclusividad, aunque él pretenda haber inventado el café con leche. La verdad es que hacer colapsar países para robarles sus recursos naturales e imponer gobiernos títeres ha sido el modus operandi de la élite de Estados Unidos desde su fundación. Ya lo veía venir el Libertador Simón Bolívar hace dos siglos. 

De hecho, sin ir demasiado lejos, el antecesor de Trump, el afroblanqueado Barack Obama, destruyó y saqueó varias naciones, eso sí, con mucho swing en el caminado al bajar del Air Force One. Tal vez fue por ese tumbao que lo recompensaron con el Premio Nobel de la Paz. 
 
En todo caso, si Trump merece ser calificado de loco por haber expresado lo que toda la caterva gringa ha hecho desde tiempos inmemoriales, habrá que afirmar que Estados Unidos es un país de psicópatas, al menos en su segmento gobernante, lo cual tampoco sería una conclusión muy novedosa que se diga. 

[*Dos incisos: 1) Lo de Stalin González no extraña. El liderazgo perpetuo de Bandera Roja llegó a tal extremo surrealista de lanzar la candidatura presidencial de Juan Guaidó, poco antes de que el sujeto se marchara del país, lo que demuestra que a ciertas camarillas les sucede eso que dicen: cuando montan un circo, les crecen los enanos. 2) Después de ese viraje de banda a banda de BR, cualquiera se pregunta: ¿qué explicación darle a los deudos de militantes que dejaron la vida en las luchas violentas atizadas por los líderes de ese partido, incluyendo las víctimas de varias masacres cuartorrepublicanas? ¿Aquellos que fueron detenidos, torturados, excluidos, expulsados, botados de sus trabajos, etcétera por pertenecer a una izquierda tan mascaclavo, cómo se sentirán viendo a lo que queda de su partido en las antípodas ideológicas? Pero esos son otros temas, disculpen].  

Falso dilema, supuesto punto medio y espantapájaros

Las deliberaciones de los consejeros condujeron a varios de los exsubordinados de Trump a rebuscar en el repertorio de las falacias para usar varias combinadas.  

En forma corporativa, los dirigentes de la Plataforma Unitaria (PU) hicieron una amalgama de la falacia del falso dilema y el supuesto punto medio con la del espantapájaros. Dijeron: «Nosotros estamos en contra de que un extranjero se quede con nuestro petróleo, sea estadounidense, cubano, ruso, chino o iraní». Es decir, que se ubicaron en una posición equidistante de unas amenazas que se presentan como si fueran similares y proporcionales. ¡Qué gente tan astuta! 
 
En estricto apego a los hechos, ese plan para llevar al país al colapso, orgullosamente reivindicado por Trump, fue (y sigue siendo) ejecutado por el gobierno de Estados Unidos, no por ninguno de los otros países señalados. Y el propósito de apoderarse del petróleo venezolano fue expresado por Trump, no por Vladímir Putin ni por Miguel Díaz-Canel ni por Xi Jinping, ni por nuestro ilustre visitante de la semana, el presidente de Irán, Ebrahim Raisi ni por su antecesor, Hasan Rouhaní . 
 
Entonces no existe tal dilema ni tiene lógica el asumir un punto medio, salvo la lógica de nadar y guardar la ropa.  

Es como si usted tiene cinco vecinos (las familias Pérez, Utrera, Sucre, Martínez y Acevedo), y solo el jefe de una de ellas, digamos que Martínez (pero que nadie se ofenda) es hostil y expresa continuamente –con aires de pran- la intención de despojarlo de su vivienda y echarlo a patadas o a tiros del barrio, mientras los otros cuatro vecinos son amigables y solidarios; el patriarca de los Martínez dice un día en la plaza que si fuera por él, ya su familia habría colapsado, y se habría quedado con todos sus corotos. Entonces, sale usted a responder y dice solemnemente que “ni los Martínez ni los Pérez ni los Utrera ni los Sucre ni los Acevedo van a quedarse con mi casa”. Es de esperar que gente de las otras cuatro familias le pregunte a usted que pasó, caballero, y le pida que arregle su asunto con quien debe hacerlo y si no puede, mejor cierre el pico. 
 
Claro que en este caso, la falacia del falso dilema y del supuesto punto medio se aliña con un clásico de las derechas latinoamericanas: asustar con todo lo que sea opuesto a los intereses de Estados Unidos, tachándolo de comunista, terrorista o integrante del eje del mal. Es la falacia del espantapájaros rojo que se ha usado para legitimar toda clase de barbaridades a lo largo de la historia. 

Los redactores del comunicado de la PU hicieron alardes de delicadeza diplomática al decir que Trump quería apropiarse del petróleo “sin tener que comprarlo”. Es una manera muy tierna de decirle ladrón. Sin embargo, con todo y la alta dosis de suavizantes y edulcorantes, les queda mal llamarlos así porque ellos también estaban en esa movida. No se hagan. 

También dijeron que Trump nunca usó esas expresiones “inapropiadas e inaceptables” cuando estaba en el poder. Es decir, que según la PU, el tipo en la Casa Blanca era un caballero muy decente, pero luego de la derrota se transformó en patán, zafio, vulgar, chabacano y cazurro. Aunque, claro, eso no es lo que dicen los colaboradores a los que botó por Twitter ni las señoritas que participaban en su programa de concursos. 
 
Capriles y la víctima provocadora

Otro que trabajó duro (sin ironías) para dar una declaración que luciera coherente con el desempeño de un precandidato en intensa campaña de publicidad invasiva en Youtube, fue Henrique Capriles Radonski. 

En este caso, no se sabe si de su propia cosecha o producto de los tanques pensantes que le sirven, se recurrió a lo que podríamos llamar la tesis de la víctima provocadora, muy utilizada para defender a delincuentes sexuales, dicho esto sin alusiones a Maraca Crazy ni a ninguno de los lascivos exocupantes de la Casa Blanca ni mucho menos al actual o al sátiro Hunter, su muchacho tremendo.  

La defensa de la víctima provocadora consiste en decir que la mujer (o la niña) se buscó la violación porque salió con una minifalda demasiado mini o porque estaba bailando reguetón de una forma excesivamente voluptuosa. 

En suma, Capriles argumenta que los gobiernos revolucionarios son los causantes del deplorable casi-colapso que hemos vivido (y cuya autoría se atribuye el Maraca), porque se han dedicado a desafiar a Estados Unidos, en lugar de darles, por las buenas, lo que sus corporaciones y ricachones piden. ¡Ah, bueno! 

Esto es una prueba más de que tenemos una oposición pitiyanqui, servil, sumisa, a imagen y semejanza de los mantuanos y los blancos de orilla que formaron las castas godas y realistas de los tiempos pasados. Si hubiesen vivido en 1810, habrían estado a favor de la Corona y hasta de Boves, que –por cierto- también era pelirrojo y psicópata.  

Pero, aparte de eso, el subterfugio de la víctima provocadora busca disipar la culpa de los nativos de esta tierra que se pasaron los cuatro años de Trump rogándole que, por el amor de dios, nos invadiera y los pusiera a ellos en Miraflores, donde se portarían bien, como obedientes gerentes de esta franquicia estadounidense, siempre disputándose el título del empleado del mes. 

Tan sinceros como el boss

Algunos dirigentes opositores no pudieron, no supieron o no quisieron librarse del Efecto Colapso de Trump.  

Los que no pudieron o no supieron realizar las maromas necesarias, optaron por pasar agachados, guardar un bochornoso silencio. Seguramente les aconsejaron que se mantengan unos días de bajo perfil hasta que el asunto de Maraca Crazy quede sepultado bajo toneladas de tendencias sobre otros temas, que, por cierto, ya comenzaron a surgir. 

Los que no quisieron son los que están tan resteados con el magnate naranja como el tipo aquel que entró con una máscara de cachos al Capitolio para impedir que juramentaran a Joe “Dormilón” Biden.  

Saben muy bien que su futuro político depende de que este individuo llegue de nuevo a la presidencia y que intente completar su trabajo de hacer colapsar a Venezuela y apoderarse de su petróleo. Son tan sociópatamente sinceros como el gran boss. No tienen remedio. 

Más allá de las falacias

Mientras unos opositores hacen maromas para esquivar el baño tóxico de Trump; otros suscriben sus desafueros y otros se hacen los desentendidos, una verdad resplandece: todo lo que ha denunciado la Revolución Bolivariana durante años y más años ha sido confirmado con la prueba de la confesión de un mafioso mayor.  

Y hay que subrayar algo que trasciende el aspecto político de este episodio de la historia universal de la infamia. Es el hecho de que ese “casi colapso” del que habló Trump con orgullo no es algo de lo que quepa hablar ligeramente, como podría ser el resultado de un juego deportivo. Ni siquiera es como una derrota diplomática. Ha sido, es y seguirá siendo la causa fundamental de todas las calamidades que hemos sufrido en los últimos años, incluyendo muchas muertes que pudieron evitarse; enfermedades que no se han curado; niños y jóvenes que han crecido desnutridos y con deficiencias en su educación. Significó una estampida humana hacia los países vecinos, en algunos de los cuales nuestros compatriotas han sido maltratados, explotados, despreciados y hasta asesinados. Implicó una caída en la calidad de vida de la mayoría, pérdidas económicas para empresarios de Venezuela y de otros países; retraso en planes de infraestructura y destrucción del poder adquisitivo del salario. 

Llevar a un país al colapso para apoderarse de sus riquezas no es una gracia que merezca ser aplaudida por nadie. Y los nacionales del país atacado que respaldan esas maquinaciones son cómplices de crímenes de lesa humanidad, más allá de cualquier consigna política. O, para decirlo como el novato de los Nacionales de Washington: ¡Maraca de traidores a la patria!  

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)