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¿Qué ocurrió el miércoles 12 de octubre, el día en que debieron producirse 1356 manifestaciones de la sociedad civil a favor del referendo revocatorio presidencial?

 

No nos apresuremos a responder con un sonoro ¡nada!, pues las personas que asistieron al llamado de la dirigencia de la Mesa de la Unidad Democrática no merecen ser ninguneadas. Pero, en honor a la verdad, no pasó casi nada.

 

¿Qué significa esa falta de respuesta a un acto preparatorio, justo a dos semanas de realizarse la triple jornada de recolección de 20% de las firmas para la todavía hipotética consulta?

 

Sería un grave error de parte del gobierno y del chavismo concluir que ese síntoma de apatía general significa que la convocatoria a la actividad propiamente dicha va a fracasar. El electorado opositor ha tenido, desde hace ya un tiempo, una conducta sostenida:  no demuestra ningún interés por las actividades proselitistas de la MUD, pero sale a votar ¡y vaya que lo hace!

 

En esta oportunidad, podría ocurrir de nuevo. El antichavista promedio no le ha prestado apoyo a las movilizaciones (alguna de ellas, hay que decirlo, bastante disparatadas) propuestas por sus peculiares líderes con miras al referendo, pero lo más seguro es que el 26, 27 y 28 de este mes, estará haciendo su cola para firmar.

 

Esa conducta, aparentemente incomprensible, puede entenderse de varias maneras. Una de ellas es que la militancia contrarrevolucionaria está harta de sus líderes. O quizá sea más preciso decir que esa militancia no tiene líderes. De allí que Jesús “el Chúo” Torrealba y Henrique Capriles Radonski se desgañiten anunciando acciones de calle que en sus bocas lucen como “marejadas de pueblo”, y en la práctica resultan ser caminatas deportivas para niñas y niños bien, o cotilleos un poco amargados de doñitas y señores de clase media en las puertas de colegios de alto coturno, que fue lo que pasó el 12 de octubre.

 

La oposición se encuentra así en una situación muy contradictoria: por primera vez en 18 años ostenta la condición de mayoría electoral (a la luz de los más recientes comicios), pero su capacidad para imponer cambios políticos mediante presión popular parece ser mucho menor que en época en las que, electoralmente, iba cuesta abajo en su rodada.

 

El ala pirómana de la oposición pretende utilizar la crisis de participación como una prueba de que las masas antichavistas ya se cansaron de las marchas y otras actividades pacíficas y lo que quieren son acciones “por las malas”. Intentan obviar el escaso apoyo que también tuvieron los grupos radicales en 2014, durante la época de las guarimbas, y el gran repudio que, por el contrario, terminaron generando esas acciones en los territorios de clase media de las grandes ciudades. 

 

Como de costumbre, es interesante complementar cualquier análisis observando la conducta de la maquinaria mediática frente a decepcionantes momentos opositores, como el del pasado 12 de octubre. Una parte de los medios filiales de la MUD, lo que hace en esos casos es guardar silencio. Periodistas y dueños de medios (por igual escuálidos) se hacen los locos. Para no decir que la faena fue un gran fracaso, no dicen nada. Otros medios optaron por una discreta crítica a sus congéneres opositores, siempre con sumo cuidado, como si se tratara de que la verdad no hiera pieles sensibles.

 

La rara conducta de los electores y esa benevolente cobertura de medios alcahuetes, les permite a los líderes de la MUD disimular los fracasos y hasta presentarlos como grandes victorias. Por eso, después de una fecha en la que no pasó casi nada, volveremos a ver al Chúo y a Capriles anunciando marejadas de pueblo.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])