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Cuidado: el imperio es especialista en autoatentados.- ¿Es demasiado paranoico pensar que Estados Unidos puede fabricar un acontecimiento en el que juegue el rol de víctima y así justificar una de sus destructivas intervenciones armadas, de esas que ya ni siquiera necesitan marines ni aviones tripulados? No, lamentablemente, no es cuestión de paranoia ni hace falta tener un posgrado en altos estudios estratégicos para cobijar esta hipótesis macabra.

 

Basta con conocer un poco la nefasta historia de Estados Unidos y su élite de capitalistas genocidas para darle rienda suelta a todas las conjeturas. Una revisión a vuelo de pájaro demuestra que ese país es tan experto en autoatentados, operaciones bandera falsa y casus bellis simulados que hasta podríamos afirmar que es una de sus marcas de fábrica.

 

Si queremos ver ejemplos, no hablemos del 11 de septiembre, episodio cada día más sospechoso de haber sido inventado o, al menos, tolerado por la halconada estadounidense. Remontémonos más atrás. En 1898, por ejemplo, la extraña voladura del acorazado estadounidense Maine desató la guerra con España, por la posesión de Cuba.

 

Otro ejemplo: importantes documentos desclasificados indican que incluso el ataque japonés a Pearl Harbor entra en esta categoría, pues la inteligencia de EE.UU. tenía suficientes indicios de que ocurriría, pero lo dejó correr porque una acción tan desafiante les permitiría justificar su incursión en la Segunda Guerra Mundial.

 

Ni hablar del descarado invento de las armas de destrucción masiva de Irak, que le dio autorización a Washington para demoler al país entero y para detener y ahorcar a Saddam Hussein.

 

El modus operandi es tan típico que ya hasta Hollywood lo ha llevado a la gran pantalla con filmes como Mentiras que matan, en el que un presidente de EE.UU. en apuros (había abusado sexualmente de una niña) ordena montar una guerra con Albania. Velozmente, los asesores, con el respaldo de cineastas, músicos y periodistas, ya habían montado una plataforma para legitimar ante una estupidizada opinión pública, una intervención armada norteamericana en el país europeo. En cuestión de horas, la guerra inventada ya tiene cortometraje, banda sonora y reportajes en las grandes cadenas de noticias mundiales. En uno de los spots publicitarios (allá las guerras son productos comerciales), una niña corría asustada con un gatito en los brazos, mientras las balas silbaban a su alrededor.

 

El parecido con la realidad no es mera coincidencia. La criminal clase política estadounidense hace eso y más. La reciente declaración de Venezuela como amenaza inusual y extraordinaria contra la seguridad interna de Estados Unidos es una patraña similar a la de la historia de ficción. Para detonar el conflicto y justificar actos violentos contra Venezuela, Estados Unidos solo necesita un hecho lo suficientemente dramático del que pueda responsabilizar al gobierno venezolano o a alguien que lo encarne. Un autoatentado, una operación de bandera falsa puede ser la pieza suelta que le falta al rompecabezas. No se requiere ser maestro de la estrategia para preverlo. No es imprescindible ser paranoico para perder el sueño pensando en que ya en Hollywood pueden estar ensayando la secuela de Mentiras que matan.

 

(Por Clodovaldo Hernández/[email protected])